n Apoteosis en la Plaza México en su cumpleaños 53
Ponce hizo las grandes faenas;
El Juli, entregado, arrolló
n Los hispanos responden a la expectación brindando una tarde memorable n Sanromán da la cara
Rafaelillo n Tarde para la historia. En volandas, bajo el delirio, dos jóvenes espadas van dejando el rastro de su gloria. Y junto a ellos, sin bajar la mirada, un mexicano comienza a trazar un nuevo destino. Enrique Ponce, el levantino clásico, no sonríe como otras veces; de reojo, sin ocultar su celo profesional ni su vergüenza torera, observa a Julián López El Juli, ya figura reluciente del firmamento taurino, y sabe bien que deberá defender su sitio con verdad, carácter y arrojo. Ponce, el maestro, borda el toreo; El Juli, la sensación, lo quiere todo para él. Y entre ellos, sin amilanarse ni perder la brújula, Oscar Sanromán saca la cara. Siete orejas cortan entre los tres ųtrofeos de más si nos basamos en las deficiencias con el aceroų; pero lo verdaderamente importante es que la magia del arte, el valor y la pasión, reunidos en el cumpleaños 53 del coso gigante, nos acompañará por siempre.
Hablemos por jerarquías. Y fue Enrique Ponce quien, una vez más a despecho de detractores, puso la muestra, trazó la ruta y dio visos de epopeya a su labor. Lástima que su primero, Agradecido, negro listón con 483 kilos, fuera sólo un novilalito. Lástima, digo, porque todo lo demás ųentrega, sedeño mando, verticalidad y fuerza expresivaų fue auténtico. En otras manos, el de Xajay sólo habría desparramado mansedumbre; en las de Ponce, en cambio, debió someterse, olvidarse de los refugios, seguir la sabia muleta con incansable acometida. ƑQué hizo el valenciano? Domeñarlo con cuatro doblones clásicos, adueñándose de los terrenos, para luego correr la mano, tirando de un toro tardo en principio ų"agarrado al piso", según dicen los taurinosų, hasta consumar los muletazos en redondo con el circurret riverista ųƑte acuerdas Curro de Madrid?-- como desenlace magnífico. šAy, si hubiera acertado con el acero! Para respiro de los necios, pinchó dos veces, escuchó un aviso y luego cobró una media trasera refrendada con el descabello. La vuelta al ruedo fue clamorosa.
Al sexto, Robles, cárdeno bragado con 498 kilos, lo cuajó también luego de ser violentamente prendido, sin consecuencias en el tercio de varas. Ponce se impuso a todo: al viento, a los gritones y al toro que no tuvo más remedio que embestir, incluso con nobleza pero más bien embrujado. La clave fue consentir al enemigo, conducirlo sin forzarlo jamás, permitirle desahogar su escasa bravura. Me quedo con el momento final, cuando el maestro, citando de frente, consumó cuatro derechazos ligándolos con una larga, interminable dosantina; y después, jugueteando, llevó al enemigo a los medios toreando por la cara aunque no pasara el toro. La plaza era un volcán. Pinchó en hueso y luego dejó un espadazo trasero y caído. Le dieron dos orejas, le protestaron una y se metió entre barreras, rabioso. Pero fue obligado a salir, envuelto en una enorme ovación, para consumar la vuelta al ruedo. šQué torero!
Julián López El Juli concentró la admiración y los calificativos. Su andar hacia la cumbre tuvo en la tarde mágica un punto sobresaliente. Amapolo, el cuarto, negro entrepelado bragado con 549 kilos, empujó con fuerza cuando el joven diestro culminó, alegre, dos pares de banderillas al cuarteo; pero el chaval quería más y trató de ganarle el viaje, por dentro ųesto es apropiándose de los terrenos de tablasų, al morito que le alcanzó y le arrojó bajo el estribo de la barrera. Julián aguantó el trance y señaló hacia el morrillo: ahí estaba el par, sin que se hubiera "aliviado" como otros. Lo demás fue recoger la cosecha, desde el péndulo inicial en el centro del anillo hasta las largas, inmaculadas tandas de derechazos a tono mayor. El de Xajay, pastueño y con recorrido mereció ųéste sí, no como el segundo de Ponceų el tributo del arrastre lento. Y El Juli, arrollando, sin cohibirse ante la gran figura que le seguía desde el burladero, culminó su trasteo mirando a Ponce, retándolo. Estocada tendida y descabello. Dos orejas.
Y todavía fue a más con el substituto del octavo que se despitorró al enterrar sus defensas en la arena, luego de accidentada lidia que incluyó la parodia de un grotesco espontáneo y un bajonazo de Julián, después de que la inutilizada res se negó a regresar a los corrales. El sobrero, Caminante, entrepelado bragado con 517 kilos, no dejó de embestir, y El Juli tampoco, tanto que acabó de rodillas, persiguiendo al manso que intentaba huir de su mando contundente. Larga faena en la que dio la bravía réplica con su interpretación personal del circurret que ya había sido sublimado por Ponce. Una gema mexicana como remate de cada corona, la del rey y la del príncipe. Media en buen sitio y dos orejas, concedidas antes de que doblara el morito. ƑQuién lo para? Esto debe estarse preguntando el señor de Valencia.
Sanromán, bien
Ante tal derroche de sabiduría y carácter no fue fácil levantar la cara desde otro nivel y otra perspectiva. Oscar Sanromán lo hizo. Si bien no pudo entender al tercero, Queretano, negro listón con 512 kilos, un burel codicioso que acabó aburriéndose por la impericia del diestro ųéste lo mató de dos pinchazos, media contraria y descabello escuchando un avisoų, al séptimo, Carbonero, cárdeno bragado con 490 kilos, un marrajo que perfilaba cornadas y se frenaba a media suerte ųincluso dio la impresión de haber sido toreado con anterioridadų, le impuso su valor por prenda, aguantando gañafonazos, hasta cortarle una oreja, con cierta benevolencia del juez, luego de una estocada trasera y caída. Le salvó la casta.
También partió plaza Miguel Espinosa Armillita, a quien la enjundia inicial se le acabó pronto. Algunos bellos muletazos, sueltos, sin el mando necesario para obligar a repetir al primero, Julio, cárdeno con 495 kilos, no fueron suficientes para justificarlo. Cinco pinchazos, aviso y descabello. Y con Maestro, el quinto, zaino con 545 kilos, repitió la dosis: tres cambios para un cuadro y una terrible, penosa indecisión. Dos metisacas, casi entera caída, aviso y descabello al cuarto golpe. Le abuchearon.
El cumpleaños de nuestra Plaza México no pudo ser más feliz...y hasta los viejos aficionados, los que ya no están entre nosotros, se asomaron al balcón del cielo para disfrutar, como pocas veces, del arte de torear.