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Verónica Volkow
Chador negro Un duelo permanete
Con ciento treinta mil fotografías, Abbas fue registrando el
desarrollo de la revolución que derrocó al Sha de Irán en 1979 y dio
su apoyo unánime al ayatola Jomeini, quien dictaba sus consignas desde
el exilio francés de Neauphle-le-Chateau. El heredero del Sha Reza,
sostenido por los estadunidenses para investirse del prestigio
aqueménide, decide coronarse rey de reyes en su ostentoso Campamento
del Paño de Oro montado en pleno desierto, frente a las ruinas de
Persépolis, que guardaban desde hacía 2 mil 500 años los restos del
gran rey persa Ciro. Desde su austero exilio en un suburbio parisino,
por el otro lado, el ayatola Jomeini, ulema, doctor coránico de la
tradición musulmana chiíta, propone a los fieles acabar de una vez y
para siempre con todos los usurpadores y volver a la sencillez y a la
santidad de las leyes que regían la vida de las primeras comunidades
islámicas. El chiísmo se remonta al siglo VII y su principal mártir es
Hussein, hijo de Alí, tercer califa y yerno del Profeta, quien por
defender a su pueblo del ejército omeya de Yazid muere de sed en el
desierto.
Las imágenes de Abbas se convierten, al verlas en secuencia, en una
epopeya visual del vertiginoso ascenso de las masas iraníes. Habría
que empezar por recordar las sangrientas represiones de los primeros
días de septiembre de 1978, las fastuosos desfiles de la Savak
--policía política del sha--, el incendio del cine Rex en Abadán, la
manifestación del Aid-el-Fetr en la colina Qaytarieh, el 2 de
septiembre de 1978 --solemne día que finaliza el Ramadán, en el que
las mujeres en vez de los acostumbrados velos floreados optaron por el
chador negro en señal unánime de duelo por los mártires chiítas--, una
lluvia de gladiolas detuvo las balas militares, junto con el llamado:
``Hermano, ¿cómo vas a matar a tu hermano?'' Este triunfo de paz no
detendrá, sin embargo, la cruenta matanza del 8 de septiembre, el
llamado viernes negro que enfrentó a soldados mecanizados y
manifestantes con las manos vacías al grito de ``somos uno''. Se habló
de un saldo de 4 mil muertos. En las calles de Teherán, esa tarde, se
mezclaban las ráfagas de ametralladoras militares con el humo de la
quema, por parte de los civiles, de todo lo que se podía identificar
con el poder y la sociedad de consumo. La gesta de las ciudades de
Irán habrá de fraguarse en el sobrio cementerio de Behect Zahra, donde
serán inhumadas las víctimas de las matanzas. Días y días, hombres y
mujeres permanecerán bajo el sol ardiente del cementerio con los
brazos extendidos hacia el cielo gritando: ``La Ellah-o-el Allah''
(``No hay más Dios que Dios''). Behect Zahra será el primer lugar
visitado por el ayatola al regresar de su exilio parisino. No se puede
olvidar tampoco el famoso mayo del 68 iraní. De mediados de septiembre
al 5 de noviembre del 78, Sharif Enami despliega una estrategia de
promesas y concesiones para calmar los ánimos del viernes negro: se
mezclarán huelgas, motines, tiroteos y un grado de libertad que el
país no había conocido hasta entonces. No hay que olvidar, tampoco, el
5 de noviembre, la huelga de prensa, la de la industria petrolera, que
atrajo la atención mundial sobre Irán, y la comuna de Amol. No faltan
en el archivo fotográfico de Abbas las imágenes del día de Ashura, que
finaliza el ciclo del moharram, con los hombres azotándose las
espaldas para revivir la pasión del mártir chiíta Hussein, del siglo
XVII. Es un día Ashura que culminará la manifestación en la que un
cortejo de dos millones de personas por la avenida de Sha Reza
manifestaron su repudio al Sha.
Se ha dicho que estas fotografías de Abbas, con su difusión mundial,
sirvieron para popularizar la revolución iraní más que todas las
prédicas reunidas de los ayatolas. Y si una revolución es de alguna
manera una mise en scéne de lo que un Estado asfixia en el
silencio, estas imágenes difundieron esa voz unánime de protesta y
libertad que las masas iraníes llegar a conquistar en esos momentos
con voluntad inquebrantable.
El iraní es un pueblo de símbolos visuales poderosos y elocuentes, un
pueblo también con un gran sentido poético. Las imágenes se blanden
para asentar categóricamente una posición: colocar sobre el ojo un
billete con la efigie del Sha, o recortar de los billetes la imagen
del tirano. Multitud de mujeres se envuelven bajo el chador negro para
unirse en el repudio y la profundidad del duelo.
Es todo un pueblo de mujeres el que llora, el que protesta.
En una entrevista para Editions Clétrat, Abbas nos relata su
experiencia:
``De febrero a agosto de 1978, cada 40 días estallaba una
manifestación con motivo de un duelo musulmán celebrado en honor de
las víctimas de la manifestación precedente. Ausente de Irán desde
hacía un tiempo, no pude entender bien lo que sucedía. Como muchos
intelectuales iraníes de la diáspora, me sentía refractario a la
exaltación islámica de estas masas un poco inquietantes.
``Llegué a Irán el día de la masacre del viernes negro. Con estupor me
enfrenté al hecho de que las masas no tenían miedo. Descubrían
alegremente que todo mundo había llegado a su límite. Los
comerciantes y burgueses enriquecidos por el régimen no eran los menos
vehementes en su oposición al Sha. Y la Savak parecía un tigre de
papel.
``En cada manifestación, la gente se precipitaba sobre los periodistas
extranjeros, la BBC, como los llamaban, porque en ese momento sólo la
cadena inglesa relataba los acontecimientos en su programa iraní. La
gente sentía tener un mensaje que transmitir al mundo y nos facilitaba
las cosas lo más posible. En el cementerio de Behect Zahra, tres
hombres me rodearon, me llevaron frente a los cuerpos de las víctimas
y después se alejaron para dejarme tomar mis fotos. En la calle, los
manifestantes nos alzaban en hombros para que tomáramos fotos desde
arriba. Siempre con la misma exigencia: 'Di la verdad'. Y cuando
llegaba el ejército había manos que nos jalaban del cortejo para
ponernos a salvo.''
La obra de Abbas está atravesada por la ironía y el contraste; nunca
permite una única lectura y nos invita a múltiples preguntas.
El cuerpo calcinado de una prostituta es levantado en vilo por la
multitud. ¿Quién la mató? ¿La Savek o fanáticos fundamentalistas en un
furor de purificación? Una mujer anciana aparece en el momento de ser
linchada por un motín;. Viste a la usanza occidental; se sospecha que
apoya al régimen. Es un momento de horror extremo, pero en la mirada
de la mujer hay fragilidad y dignidad a la vez; más que miedo,
transmite resignación. Coros de mujeres embriagadas de sed religiosa
contrastan con las plañideras desgarradas por el dolor debajo de los
chadors negros. ¿Cómo dejar de pensar en Eurípides? El hijab, atuendo
tradicional chiíta, hace resaltar con doble ironía las actividades de
la vida moderna: fotógrafas, escultoras, poetas, actrices,
científicas, adolescentes plenas de vida, nos sorprenden bajo sus
túnicas casi monásticas con sus ojos agudos e inteligentes y su
evidente voluntad de búsqueda.
El hijab pesado, estorboso, parece querer condenarlas a la
inmovilidad. Parecen muebles de casa cubiertos por sábanas, decía Paul
Theroux.
La mujer es atravesada siempre por las más profundas contradicciones
de un régimen. Ellas son el rostro más auténtico de la realidad
social, el menos idealizado. Heroico fue el rol de las mujeres iraníes
durante los levantamientos de masas; muchas murieron bajo las
balas. No hay que olvidar, sin embargo, que al ascenso de los
insurgentes al poder fue rápidamente abolida la Ley de Protección a la
Familia, lo que permitió otra vez a los hombres divorciarse de sus
esposas sólo notificándoles por correo, tener más de una esposa
permanente y cuantas esposas temporales quisieran, e impidió que las
mujeres salieran a la calle o trabajaran. Se impuso el uso obligatorio
del chador en la vía pública. Muchas mujeres habían apoyado a Jomeini
con la esperanza de ganar igualdad, pero simplemente cambiaron una
opresión por otra.
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