Resulta trascendental que
el primer mandatario de una nación se pronuncie a favor de la defensa
de los derechos humanos de las personas que viven con VIH/sida, como lo
hizo el Presidente Ernesto Zedillo días atrás. Los pronunciamientos
presidenciales tienen una resonancia que pueden ir, sin duda alguna, más
allá de la gran difusión que se les da. Lo normal es que
dichos pronunciamientos antecedan o anuncien acciones de gobierno dirigidas
a respaldarlos.
Para muchas personas involucradas en la lucha contra el
sida, la mejor forma de garantizar el respeto de los derechos humanos de
los pacientes con sida es la de facilitarles el acceso a los medicamentos
que mejoran y prolongan su vida, pero que por su elevado costo no pueden
adquirir. Muchas personas VIH positivas en esa situación han cifrado
grandes esperanzas en las palabras presidenciales. Se esperaba que fueran
seguidas del anuncio de alguna medida audaz para alcanzar esa meta. Por
eso mismo, resulta desalentadora la negativa de la Secretaría de
Hacienda a la propuesta enviada por varias organizaciones contra el sida
sobre la asignación de un presupuesto adicional destinado a la compra
de medicamentos antirretrovirales. En la respuesta enviada a las organizaciones
aludidas se dice tener la voluntad de afrontarlo, pero carecer de recursos
para lograrlo. De esa misma Secretaría debiera salir alguna contrapropuesta
para discutir la posible solución del problema. Si no se tiene la
solución completa en las manos, sí se cuenta con la capacidad
de convocatoria e iniciativa para intentar una solución viable.
Ojalá en la práctica gubernamental se adquiriera la costumbre
de que a los pronunciamientos les siguieran las acciones, a fin de no llegar
a confundir un gesto de vigorosa voluntad política con un mero ejercicio
de retórica .