Nadie hace lo que desearía hacer sino lo que, en las relaciones de fuerza imperantes, le resulta posible, por lo menos en lo inmediato. De modo que todos, en la mundialización de la economía, se ven obligados, en el mejor de los casos, a combinar un poco de reformismo social y de populismo nacionalista con una política que, en lo esencial, es dictada por el capital financiero internacional. Así se encuentran diversos grados y formas de reformismo-populismo, que van desde el de Chávez, en Venezuela, hasta los del Frepaso, el de Lula, en Brasil, o el de las oposiciones de centroizquierda en Centroamérica o en México mismo, para hablar sólo de América Latina, ya que las socialdemocracias europeas hacen lo mismo, es decir, tratan de mejorar con una salsa más agradable el plato envenenado de las imposiciones económicas.
Pero aquí empieza el problema: existen quienes se resignan a hacer ``algo'' en el marco, que juzgan inalterable y eterno, que les fija el capital; están los que quieren ``todo'' de inmediato y se refugian en las reivindicaciones imposibles pero justas, y están también los que recuerdan que entre ``algo'' y ``todo'' debe haber una coherencia, que los medios deben corresponder al fin y prepararlo. El capital, en efecto, no prepara por sí mismo ``su sepulturero'' ni hay un sujeto históricamente predeterminado por la historia y la economía para ``liberar a los demás liberándose a sí mismo''. Sobre todo cuando la explotación reduce a una condición infrahumana a los trabajadores y oprimidos, no les permite levantar la cabeza ni mirar hacia el futuro, ni mucho menos conocer las experiencias del pasado.
De modo que entre ``algo'' y ``todo'' se inscriben dos pasos simultáneos. O sea, aplicar algunas políticas de reforma que golpeen al capital y al funcionamiento de su Estado y, al mismo tiempo, eleven la moral y la capacidad de organización de ``los de abajo'' y, en ese proceso, construir una conciencia de masas que haga posible un cambio social radical. Hugo Chávez, por ejemplo, con la negativa a seguir exportando un tercio de la riqueza que anualmente produce Venezuela para simplemente amortizar la deuda externa, así como con su propuesta de hacer pagar impuestos al capital financiero y de modificar el impuesto a la renta, esboza tres reformas del tipo mencionado, ya que hay que aflojar el lazo que ahoga a la economía nacional, reducir la omnipotencia del capital financiero y especulativo, y movilizar el ahorro nacional haciendo que los ricos paguen (hasta ahora son los impuestos indirectos, el IVA y los impuestos al trabajo la base fundamental de la ridícula recaudación impositiva que caracteriza a nuestros Estados oligárquicos).
La convocatoria a una Asamblea Constituyente, para que el pueblo decida democráticamente cuál cambio quiere, así como la propaganda latinoamericanista y bolivariana, colabora, por otra parte, a una educación política, a la organización de las conciencias, a la creación de una fuerza ideológica que se puede transformar en fuerza material. Los rasgos caudillistas y el decisionismo, propios de todos los dirigentes populares latinoamericanos sin excepción, traban en cambio la construcción de equipos de pensadores y activistas capaces, en simbiosis con el pueblo, de construir el poder sobre base local.
Toda campaña presidencial, en cualquier país latinoamericano debería, por lo tanto, eliminar radicalmente los elementos caudillistas y construir sobre un protagonismo de los trabajadores que mal se llama participación popular, ya que la idea misma de participar presupone que otros conducen el juego. Todo programa elemental debería incluir una radical reforma impositiva, una política concreta (no sólo declarada) de preservación del mercado interno, lo cual exige soluciones concretas al problema de la deuda interna y externa, y un control estricto de los movimientos de capitales. Esta es la conditio sine qua non para preparar el cambio. Es evidente que una política de este tipo enfrentará la agresión internacional. Ni modo: la alternativa sería regatear los ``algo'' cada vez más pequeños que concedan los patrones del mundo; además, contra la agresión internacional hay que levantar la conciencia internacional a partir de ese curso de politización masivo que está a cargo del capital pero que puede ser acelerado por quienes traten de recuperar el primado a la política.