Siete años después de haber realizado Lolo, su primer largometraje, el director mexicano Francisco Athié estrena, con dilaciones inexplicables y una estrategia promocional muy discreta, Fibra óptica, una propuesta arriesgada que retoma elementos de su primer trabajo para incursionar en los temas del crimen político, el impacto de las nuevas tecnologías y la fuerza corruptora del poder en la sociedad mexicana. De ningún modo pretende la cinta de Athié elaborar el diagnóstico de un sistema político autoritario en descomposición, ni tampoco señalar el fracaso de las políticas neoliberales, aunque ambas cosas se sobreentienden a lo largo de toda la trama. Lo que le interesa es algo más novedoso, al menos en el cine mexicano actual: la alegoría de un poder situado por encima de las autoridades reconocibles, con una omnipresencia garantizada por la nueva sofisticación tecnológica a su servicio. Es el poder que en tiempos de la globalización se manifiesta a través de la fibra óptica --del teléfono celular a los sistemas de cómputo-- como un control anónimo y eficaz, como una variante de aquel Big Brother orwelliano de 1984.
A este poder se enfrenta el periodista cultural Marcos (Roberto Sosa), en compañía de su novia fotógrafa, María (Lumi Cavazos), cuando una Voz (Alberto Estrella) le propone por teléfono investigar el asesinato de un líder sindical. Athié disemina las claves de interpretación, en ocasiones muy evidentes para un espectador atento a la actualidad política nacional: los crímenes de Colosio y Ruíz Massieu, la desaparición del máximo patriarca sindical, el embate de los protagonistas del nuevo poder neoliberal, los estilos novedosos de hacer política y deshacerse de adversarios incómodos. En medio de todo esto, una pareja clase media, profesión liberal, alivianada en lo que cabe (que es mucho), golpeada por la crisis económica, descubre con azoro que el poder es ``un virus'' capaz de debilitar su propia estabilidad emocional y propagarse de forma indetenible. Aunque la idea es interesante, su planteamiento en la cinta llega a parecer un tanto ingenuo y por momentos confuso. En Fibra óptica le toca al espectador extraer sus conclusiones y enriquecer la alegoría propuesta. Otras cintas mexicanas han sido más eficaces y vigorosas en su manejo de la alegoría política, en particular las de Gabriel Retes (El bulto, Bienvenido-Welcome), sin embargo, esto de ninguna manera desvirtúa el esfuerzo de Athié. Desde los créditos iniciales, ilustración del título, se plantea lo que será la obsesión y originalidad de la cinta: el paulatino desgaste físico y anímico de Marcos --el periodista cultural absurdamente involucrado en la investigación-- ante fuerzas muy superiores que lo rebasan y someten. Roberto Sosa transmite con acierto la vulnerabilidad requerida, esa indefensión emocional que prolonga muy bien su estupenda caracterización en Lolo, sobre todo en escenas en las que no está obligado a medirse con una Lumi Cavazos controlada y madura, escenas como aquella en la que lentamente quema varios billetes de dólar, en referencia visual a una película de John Woo.
Desafortunadamente, Athie confía demasiado, y de manera innecesaria, en los atractivos de una fotografía llena de afectaciones formales, de distorsiones ópticas, juegos cromáticos y ángulos caprichosos. La sugerencia del poder de las nuevas tecnologías podía darse con mayor sobriedad, con un énfasis en los aspectos dramáticos, en la construcción de los personajes principales y en el manejo del suspenso. En este sentido, Lolo mostraba un interés mayor por la complejidad psicológica de los personajes que por la búsqueda de artificios e ``innovaciones'' formales. En Fibra óptica coexisten, paradójicamente, un lenguaje de modernidad visual, y representaciones muy tradicionales (y estereotipadas) de las figuras del poder político denostado: el personaje acartonado y poco convincente de la Voz (Alberto Estrella), o el de una matrona corrupta desplazada por las nuevas fuerzas políticas (la estupenda actriz Angélica Aragón, aquí muy desaprovechada). De igual manera, la trama, después de un interesante punto de partida, avanza con dificultad, sin control efectivo de sus elementos de suspenso, y a algunos espectadores llegará a parecer confusa. Con todas estas limitaciones, la cinta de Athié es un interesante intento por revitalizar el thriller político mexicano, con figuras juveniles que manifiestan un contraste muy claro con las generaciones anteriores, por su desenfado sexual y su manera de vivir la experiencia de pareja. Athié no desarrolla mucho este aspecto, pero Lumi Cavazos señala con claridad una actitud femenina muy libre y vigorosa, ajena por completo al azote sentimental y dueña de la situación en todo momento. A las vacilaciones de la trama, a la obviedad de la alegoría política (``el poder es un virus''), a los artificios formales, responden, como un contraste agradecible, la frescura y la solvencia actoral de sus protagonistas juveniles. Este es en realidad el elemento de modernidad que con mayor acierto consigue reflejar la cinta.