Película dirigida por Mark Christopher


Studio 54, apenas un atisbo de

lo que fue aquel superantro

Arturo Cruz Bárcenas n La película Studio 54, escrita y dirigida por Mark Christopher, tiene sus puntos a favor, pero también en contra. La música, supervisada por Susan Jacobs y Coati Mundi, es la adecuada para la historia que se desarrolla hacia finales de la década de los setenta en la calle número 54, en el centro de Manhattan, cuando la música disco dominaba la moda.

El local de Steve Rubell, un estudio de televisión abandonado, se convirtió en el eje de la vida no cturna de Nueva York y se ganó la reputación de ser el más famoso en su tipo en el mundo. En el Studio 54 se conjuntaron la decadencia y los excesos de aquella época: droga, moda, música y promiscuidad sexual--; en algunas escenas aparecen Farrah Fawcett, Andy Warhol y Truman Capote, en medio del glamour y la parafernalia del show de esos años.

La trama está centrada en las vicisitudes del joven Shane OShea (el actor Ryan Phillippe), Anita (Salma Hayek), Julie Black (Neve Campbell) y Steve Rubell (Mike Meyers). Los chavos son de cuna humilde, por supuesto, y harán lo innombrable para entrar a Studio 54 (hasta succionar el pene del jefe, drogadicto pero inteligente, of course), aunque con ciertas resistencias morales.

No se habla nada de que ahí iban políticos, de que ahí quizá se fraguó una guerra; las escenas de sexo no impactan ni reflejan remotamente el verdadero degenere que era aquel antro de lujo, donde Jagger y compañía se sentían en plena libertad. Sí muestra el racismo, la discriminación que siguen aplicando algunos encargados de discotecas y antros de diverso pelo. Ellos se reservan el derecho de admisión, of course. Porque Shane es güerito y con un aire a lo Brad Pitt, of course. Hayek está muy lejos de haber interpretado su mejor papel, aunque luce hermosa. Apenas hay atisbos de cierto prejuicio antijudío.

Otra película de soñadores que triunfan, que andan en el lodo sin ensuciarse. Se estrenó ayer en varias salas.