La Jornada Semanal, 7 de febrero de 1999
Trieste, 1963: Un joven de la que será la generación del '68 está sentado en un café de estilo vienés y escribe su tesis en literatura alemana. La escribe sobre el ``mito habsbúrgico'' en la literatura austriaca, y la escribe, claro está, con una óptica desmitificadora, de Aufklärer(iluminista) en el contexto de la izquierda italiana de aquellos años. Aquel joven de cabellos desgreñados -así se describirá, 35 años más tarde, en su magnífico texto Café San Marco- quiere probar la existencia de una construcción ficticia común a casi todos los autores austriacos, sean conservadores, liberales o revolucionarios: el paradójico ``mito habsbúrgico'' (muy a menudo llamado en el libro sólo ``austriaco'') de una nación ``supranacional'', de una cultura ordenada y bien administrada pero mediocre y un poco caótica, seria, muy irónicamente seria y, en especial, hedonista.
Ya que Austria, la Austria habsbúrgica sobre todo, para la Italia moderna, fruto del Risorgimento, había sido siempre ``el enemigo'' por excelencia, tal mito debe aparecer sospechoso en la perspectiva de un joven italiano, además triestino, hijo de la ciudad del irredentismo nacionalista anterior a la primera guerra mundial. Pero Magris no es nacionalista; como casi todos los jóvenes de su generación, está impregnado por el clima intelectual abierto de la izquierda de su país en la época de la posguerra, un clima tal vez, en su cultura, aun más importante que el del ``sartrismo'' de los franceses, pero menos conocido en el mundo americano.
Así, el mito hedonista y supranacional, en apariencia simpático, debe ser desenmascarado con base en una perspectiva hegeliana y/o marxista: ``no es más que un sustituto de las fuerzas vitales que le negaban a Austria'' una ``alienación antintelectualista'', una actitud ``reaccionaria'', incluso para figuras que tienen fama de progresistas como Robert Musil o Karl Kraus.
El joven germanista de cabellos desgreñados había encontrado su misión: una misión desmitificadora. Como le había enseñado Roland Barthes (Mythologies) en los años cincuenta, el mito era siempre de derecha, siempre una construcción ficticia e ideológica que había que desmantelar, desenmascarar, destruir (del deconstruccionismo aún no hablaba nadie). Se podía entonces atacar al doble enemigo: al viejo opresor austriaco que se había construido un mito bonario de indulgencia y al enemigo reaccionario de la historia que se refugiaba en este mito para (ilusoriamente) sustraerse al progreso.
Sin embargo el joven germanista cayó en la trampa, porque se puso a escribir en un café. Un café, por lo menos un café triestino como el San Marco es, como todos saben, una institución muy especial, donde la Historia (con mayúscula) parece concederse un descanso pero no completo; está presente a través de los muchos diarios y a través de las grandes vitrinas que permiten observar a la gente pasando fuera, pero dentro el tiempo no pasa. Un café puede durarle a uno cuatro horas, sobre todo si uno está escribiendo un libro. Un café, aunque fuera un caffè patriótico y antiaustriaco como el San Marco, siempre será más territorio del mito habsbúrgico que de su desmitificación, precisamente porque ``aquí nada tiene la ilusión de que el pecado original no haya tenido lugar y que la vida sea virgen e inocente; por eso es tanto más difícil venderle a los parroquianos una moneda falsa, una entrada al Edén'' (Magris, Caffè San Marco).
Un café, además, está próximo al hedonismo. Y un café -¡cuidado!- favorece el enamoramiento. Así le pasa al joven germanista. Se enamora de su objeto de estudio: una grave falta académica. Además, ya desde el inicio, se enamora de su opositor, su enemigo, la literatura del ``mito habsbúrgico''. Así, cuando habla negativamente del ``humorismo típicamente vienés como de un fin en sí mismo'' llega incluso, para los autores menores, a reconocer una ``tenue poesía'', y en el caso de los mayores como Raimund, ``una verdadera poesía, una cuerda muy humana y viva del alma''. Y cuando llega a Grillparzer, poeta tan difícil incluso para los propios austriacos, ``clásico romántico'' despreciado por los alemanes y nombrado ``poeta nacional'' por la crítica oficial, no sólo no lo ``destruye'', sino que termina el capítulo con palabras casi melancólicas: ``Grillparzer murió todavía lejos del fin, auténtico señor de la vieja Europa, lleno de tristes presagios; él, que tanto había amado la justa mesura. Y en él se había reflejado un mundo entero.'' Y esto sin hablar de los autores que le son mucho más ``simpáticos'' (en el sentido original de esta palabra), más congeniales: Hofmannsthal, Musil, Kafka, Roth, Werfel. No cabe duda: el joven desmitificador había sucumbido a la tentación del mito: estaba secretamente enamorado de la literatura del ``mito habsbúrgico''.
Metafísica habsbúrgica
Las obras de los más significativos escritores de la primera preguerra están estrechamente conectadas -salvo la natural diferencia de valor- a un género literario surgido en Austria tras la caída del imperio. En este país había florecido y encontrado eco una literatura refleja y un tanto narcisista, aunque también refinada y penetrante: la de los feuilletons, las cinceladas prosas artísticas, los apuntes hechos en los cafés. Una literatura que había subsanado -con cierto encanto sentimental y aguda vivacidad de intelecto- la carencia de nervio y de vigor fantástico, esencialmente replegada en sí misma, creadora de infinitas variaciones sobre el eterno tema de la Austriaziät, del alma austriaca, que se refocilaba en la meditación de las características propias, en el fingimiento o en la invención de otras. Fue así que surgió una ensayística briosa, hecha de scherzi musicales más que de contribuciones del pensamiento; una ensayística que transformó algunos aspectos específicos de aquel momento histórico de la civilización habsbúrgica en una espiritualidad metahistórica, en una categoría nacional y racial eterna, fuera del tiempo.
El final del imperio acentúa e infunde nuevo vigor a este refinado género literario. Junto a los narradores que recrean en la poesía el viejo mundo desaparecido, literatos elegantes y periodistas sutiles trazan el rostro de un ``alma austriaca'' ideal e imperecedera. Todo esto, por supuesto, no es más que una reacción ante la derrota, una obra autocompasiva de quienes, antaño hijos de un gran Estado, se sienten perdidos en una pequeña patria. Y nacen los bizarros y sutiles ensayos, los caprichosos bordados sobre los viejos temas del mito habsbúrgico, que ahora -en vez de encarnarse en concretas figuras poéticas- son celebrados por sí mismos. Son libros como Österreichische Züge (1918), de Schaukal, o bien el Österreich im Prisma der Ideen (1937), de Andrian. A diferencia de los escritores anteriores a la guerra -que eran víctimas, con mayor o menos conciencia, de algunas ideas temáticas o eran influidos por éstas mediante una persuasión oculta estos autores tienen una extrema y alambicada conciencia del mito, saben que juegan con abstracciones y ni siquiera se preocupan de calar en la realidad. De tal modo, los temas habsbúrgicos adquieren un carácter casi metafísico, se les considera como arrancados de la realidad, es una verdadera teorización realizada en términos genéricos y, sobre todo, metahistóricos. ``La realidad austriaca es la menos material de todas las nacionalidades. Es una condición, una sección dorada entre fuerzas y distancias, de las cuales se puede caer si se hace un movimiento torpe y burdo; se puede entrar y formar parte de ella aunque se llegue de Pernambuco [...] si este campo de tensión atrapa a un individuo. La nación austriaca puede adoptar y rechazar.'' Son palabras de Heimito von Doderer, uno de los más fieles y desprejuiciados herederos de la tradición francojosefina. El apego de los demás es aún más incondicional y gratuito. Andrian, por ejemplo, sueña con un vago futuro de la cultura austroalemana, desea el reverdecimiento del pasado.
La ``idea'' austriaca -que tanto amaba Hofmannsthal- aparece como algo fabuloso en los años de la crisis europea, como una sabia fórmula milagrosa que, en otros tiempos, había realizado una civilización ordenada. El título mismo de una obra de Schaukal, sterreichische Züge, indica el tono casi naturalista que los viejos mitos asumen en su ensayo. Y Schaukal celebra el espíritu austriaco, tan lejano del imperialismo agresivo como del despotismo, abierto a la humanitas e interiormente libre. Es la antigua reivindicación reaccionaria de la libertad interior, contrapuesta a sus tangibles exteriorizaciones históricas y conquistas políticas: Schaukal, en efecto, se lanza contra el luteranismo y su reivindicación del libre examen, asimismo contra las tres grandes y ``absurdas'' palabras de la revolución francesa. No es necesario subrayar cuán falso e ineficaz resulta este predicado reaccionario; sin embargo, se trata de una actitud muy importante, porque comparece con una función determinante incluso en la gran narrativa de Joseph Roth.
Wildgans habla también de un ideal ``hombre austriaco'', hecho para soportar, bueno por instinto más que por disciplina moral, naturalmente conservador, puesto que un secular tesoro de tradiciones se ha depositado en su psique, hasta volverse en él naturaleza espontánea.
Naturalmente, también este retorno a los temas de la civilización austriaca puede dar lugar a una experiencia poética importante. Y en este sustrato cultural hunde sus propias raíces -aunque nutriéndose de muchas otras savias- la poesía de Josef Weinheber. En Wien wörtlich y en otros libros, Weinheber está ligado a las más puras tradiciones del Volkslied vienés, a todo el sutil patrimonio humano y estilístico de la civilización austriaca, y lo traslada a la tersa y enrarecida esencialidad de una de las más modernas líricas europeas. Detrás del acompasado y perfecto rigor de sus versos, viven las afligidas canciones populares de la antigua Viena -pero sentidas sin excesos sentimentales-, como Erst wann's aus wird sein o Solang im Glaserl no a Trópferl is, solang a Geigen no voll Melodien is. De la tensión creada por el empleo de cálidos motivos locales y la cristalina sequedad estilística, nace la idea de la obra poética de Weinheber, que transporta el mito de una eterna Austria del corazón a la más rigurosa lírica contemporánea, escandida realmente ``im Zeitlich-ewigen der Heimat''. De cualquier manera, se trata de un caso más bien aislado; por lo demás, el empleo de los lugares comunes de la tradición habsbúrgica se empobrece cada vez más, hasta convertirse en algo folclórico o, incluso, argumento de propaganda turística, como en el libro de Hans Weigel O du mein Österreich. Es un libro de facilona y divertida exposición, casi un Baedeker cultural que repite de manera chata pero amena, no exenta de eficacia- las paradójicas caracterizaciones y las antinómicas definiciones del alma austriaca: la Austria se presenta ahí como ``la paradoja convertida en Estado'', donde todo sucede no weil, sino trotzdem; donde se vota no por alguien, sino contra alguien; donde el Witz ajusta y condimenta todo; donde los diletantes son los que hacen todo y las citas se hacen ``alrededor de las cinco''; donde una sabia cautela lo deja todo en ya veremos, y prefiere ambiguamente guardar silencio en vez de hablar, un país donde se mira sin envidia a la laboriosa hermana Alemania: ``Dejemos que los trabajadores alemanes [...] sigan trabajando. Al fin de cuentas, se sienten orgullosos de hacerlo''. Estos eternos austriacos resultan a la postre ``pacifistas belicosos, occidentales de Oriente, gente de poca fe -incluso de sí misma-, melancólicos artistas de la vida, revolucionarios conservadores, orientales de Occidente, pedantes descuidados, laboriosos haraganes, crédulos escépticos, eslavos germánicos, alpinos de los Balcanes, un bárbaro pueblo civilizado. Sean lo que fuere, lo son siempre a medias y, al mismo tiempo, al ciento cincuenta por ciento''.
La parábola va de la literatura al periodismo conformista. En las página de Weigel, como en las de otros autores parecidos, estos temas alcanzan el máximo de la gratuidad; viven una vida totalmente apartada del punto de partida, como elemento folclórico. Es la extrema disolución de la herencia habsbúrgica y, a la vez, el testimonio de su vitalidad tenaz. En estos mismos años, paralelamente a estas páginas de ejercicio retórico, algunos escritores auténticos retoman y recrean estos temas en su actividad literaria.
Fragmento del libro editado por la Coordinación de Humanidades de la
UNAM, de próxima circulación.