La Jornada Semanal, 7 de febrero de 1999
El pequeño ciborg en el vientre materno
No todos lo ciborgs (organismos cibernéticos) son como el robot policía de Robocop o Terminator y otros seres fantásticos, de hecho el producto resultante de un proceso de inseminación in vitro puede ser concebido como un ciborg, un ser orgánico creado con ayuda de la tecnología, un híbrido de la naturaleza y la cultura occidental. Como apunta Steve Mentor en su ensayo Witches, Nurses, Midwives, and Cyborgs (incluido en el interesante volumen Ciborg Babies, editado por Robbie David-Floyd y Joseph Dumit), el bebé posmoderno se caracteriza por volverse una entidad autónoma desde que es exhibido como el protagonista consciente (a pesar de que el ultrasonido es una prueba neutral de diagnóstico, a menudo los médicos y técnicos tratan de atribuir características subjetivas a la imagen palpitante del embrión en desarrollo: timidez, alegría o seriedad) de una película médica en el monitor del ultrasonido (podríamos argumentar que en el caso de las fertilizaciones in vitro el huevo es casi un individuo desde el drama de la extracción del óvulo en la pantalla). Hoy en muchos países (así como entre las clase medias y altas de la mayoría del planeta) el primer ``contacto'' de los padres con su feto es a través del monitor de ultrasonido. Este momento es conocido por algunos como el ``síndrome de nueve meses'', en referencia a la película el remake de Chris Columbus de 1995 de la cinta francesa del mismo nombre de Patrick Braoude de '94) en que Hugh Grant tiene una revelación al ver a su hijo en la pantalla.
El vientre transparente
Dado que la relación entre el tecnofeto y el mundo exterior se establece a través de la continua vigilancia y escrutinio de las entrañas maternas, el vínculo madre-hijo es desensamblado y el vientre es transformado en una incubadora transparente, expuesta en todo momento al analítico ojo clínico. Lisa M. Mitchell y Eugenia Georges escriben en su ensayo Baby First Picture (también incluido en el libro mencionado antes), que la filosofía médica parece creer que para poder aumentar las posibilidades de entender al feto hubiera que aislarlo del cuerpo y de la vida de la madre. Paradójicamente, la imagen borrosa de la pantalla es una señal más real de la presencia y condición del feto que las propias sensaciones maternas. El feto virtual en el monitor representa la sustitución del conocimiento corporal por el conocimiento tecnológico. ``Debido a que creemos tan profundamente en la tecnología, no podemos seguir creyendo en la naturaleza. La reproducción natural, cuando es exitosa, pertenece a una nueva categoría: afortunada'', escriben Dumit y Davis-Floyd.
A punto de romper el récord
Hace casi exactamente un año comentábamos en estas mismas páginas la epopeya de obstetricia de la Madona de Iowa, Bobbi McCaughey, quien trajo al mundo a los primeros septillizos que nacieron vivos. Bobbi y sus críos se volvieron celebridades y gozaron de sus 15 minutos de fama. Este caso resultaba extremadamente interesante porque ofrecía una inquietante intersección entre el campo de las altas tecnologías reproductivas, el fanatismo religioso (que puede conducir a una pareja a correr grandes riesgos por negarse a realizar una ``reducción selectiva'', es decir la eliminación de algunos de los fetos de una fecundación múltiple) y las fantasías nacionalistas estadunidenses (la familia rústica y blanca que reconquista el país de las garras de los inmigrantes ``de color''). El pasado mes de diciembre se repitió el ``milagro'' tecnológico, Nkem Chukwu, una mujer estadunidense de origen nigeriano dio a luz en Houston a ocho diminutos bebés vivos. Aunque en este caso se rompió el récord anterior, poco después murió la bebé más pequeña de los Chukwu (la cual cabía en una mano), Odera. El parto múltiple fue noticia en el mundo entero pero no logró cautivar el interés del público como el caso de los McCaughey. Podríamos intuir que la falta de entusiasmo se relaciona entre otras cosas con una carga de racismo. En cualquier caso los Chukwu ya tienen publicista y esperan vender derechos para entrevistas, programas de la tele, comerciales y películas.
Mejores madres, mejores incubadoras
Curiosamente, Bobbi y Nkem tienen varias cosas en común (aparte de una peculiar dentadura), ambas vienen de familias profundamente religiosas, rechazan el aborto pero no tienen el menor problema en utilizar a la tecnología para invadir el terreno de lo divino y crear vida (``Quería tener todos los bebés que dios me diera'', dijo Nkem). Las dos provienen de medios relativamente modestos, a diferencia de la mayoría de la clientela de las clínicas de fertilidad. Ambas se sometieron a embarazos complicados y consideraron que valía la pena correr el riesgo de someter a sus futuros bebés a grandes riesgos, sufrimiento y grandes posibilidades de morir. Pero sobre todo las fantasías maternales de estas dos mujeres las han convertido en productos secundarios reemplazables (apenas más valiosos que un vaso de precipitado o una probeta) de un nuevo y efervescente triunfo médico en el perfeccionamiento de los procesos asistidos de reproducción humana.