La ciencia y las humanidades como centro del debate intelectual al término del siglo XX
De ánimas y moléculas
J. R. Albaine Pons
A fines del siglo XX es pertinente pensar acerca de las ideas sobre los procesos y las cosas que hemos desarrollado en este real siglo de las luces (aunque para muchos países del Tercer Mundo, y en especial para el nuestro, lo de luces siga siendo metafórico).
Si bien en los estertores del siglo XIX la discusión se centró (y terminó) en las discrepancias entre la ciencia y la religión ųaunque un amigo me dijo que esa lucha terminó en 1989, con la caída del muro de Berlín, y me quedé pensando que para países como el nuestro quizás no haya terminadoų hoy la discusión intelectual se enfoca en la ciencia y las humanidades.
En los últimos años, los departamentos de humanidades de muchas universidades del mundo han realizado variados encuentros sobre el papel actual de esas disciplinas, y en particular acerca de su relación con las ciencias, al sentir que el impacto de los resultados de éstas disminuían aquéllas, por lo menos en cuanto a financiamiento, importancia y oportunidades en los centros de estudio y en toda la sociedad.
Hay algo de historia reciente en esa discusión. En 1996, el físico teórico estadunidense Alan Sokal sometió y fue publicado por la revista Social Text un artículo titulado "Atravesando fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica", en el que exponía cuantos disparates le vinieron a la mente, pero con las palabras y los giros de los modernos filósofos, educadores, historiadores y humanistas en general, y con citas de J. Derrida, J.Lacan y L.Irigaray, como exponentes de lo que se ha llamado posmodernismo.
El artículo citado hizo olas, tantas que el autor de la parodia que pretendía mostrar, y de hecho lo demostró, el estado caótico de los estándares intelectuales académicos y los estudios sociales, tuvo que publicar otro artículo explicando que todo fue una tomadura de pelo. Muchos científicos, en especial del mundo de la física, reportaron que se divirtieron a más no poder con el texto de Sokal porque fueron de los pocos que entendieron que el asunto era toda una sátira.
En septiembre de 1998, Mara Beller, historiadora de la ciencia de la Universidad Hebrea de Jerusalén, respondió con un artículo en la revista Physics Today, diciendo que si bien la burla fue a las humanidades, todo comenzó con escritos de los propios grandes físicos de este siglo cuando presentaban sus formas de ver el mundo y sus filosofías personales basadas en sus propios logros en ciencias. Cita las ideas de Pauli sobre ciencia y Dios, las de Bohr sobre la psicología y la mecánica cuántica y otras de Einstein y Heisenberg, y señala que la sátira era a la propia ciencia, no sólo a las humanidades.
La discusión es interesante y viene al caso porque las ideas y filosofías de esos grandes pensadores de nuestro siglo no son usadas sólo por los humanistas y eruditos para plantear una base que creen sólida a sus discusiones, ideas y ensayos ųen su artículo, Sokal hace mofa de J. Lacan, que emplea conceptos topológicos que no entiende para hablar de estructura mental, por ejemploų, como plantea Beller, sino que han permeado a los que pudiéramos llamar intelectuales no profesionales, esto es, gente que lee y piensa, pero cuyo entrenamiento profesional está en otras áreas del quehacer social y que podemos llamar de manera general la intelligentsia de una sociedad.
Así, vemos la aceptación de los escritos de la llamada new age; el renacer de sentimientos religiosos y las plegarias sanadoras en grupos, porque así habrá más energía; la acrítica percepción de la globalidad ųcon la idea ridícula, pero poética, de que un aleteo de una mariposa en los trópicos puede hacer caer un témpano de hielo del Articoų, simplemente porque entrelazadas con imaginación y literatura se cuelan palabras como cuántica, principio de exclusión, fuerzas de atracción y repulsión, microcosmos de partículas, etcétera, palabras todas que al representar conceptos físicos nos han otorgado a gran parte de la humanidad un estatus de vida nunca antes alcanzado en toda la historia.
Da la impresión de que las humanidades, o como bien dicen Sokal y Bricmont en su libro Fashionable Nonsense. Postmodern Intellectuals' abuse of Science (Sinsentidos de moda: el abuso de la ciencia por intelectuales posmodernos, Picador, USA, NY, 1998), ciertos intelectuales (Lacan, Deleuze, Lyotard, Baudrillard, Kristeva, Derrida, Feyerabend y otros) han quedado atrapados en la aureola de éxito de las ciencias con sus aplicaciones que han cambiado nuestra forma de vivir. Entonces han intentado usar las explicaciones triviales de los grandes autores de ideas científicas de este siglo como base para sus propias disquisiciones, cuando no hacen charlatanería pura y simple, como Lacan e Irigaray, o simplemente usan conocimientos superficiales de la ciencia que invocan.
No han comprendido los humanistas y los eruditos de las llamadas ciencias sociales que es el método y la valoración de las consecuencias de una hipótesis lo que ha dado a las ciencias su éxito práctico. Que Newton es valorado por su creación del cálculo y por el descubrimiento de la ley de gravitación universal, no por su forma de vida o por decir que por las arterias corría aire. Einstein se tiene por uno de los cerebros más fecundos del siglo por sus ecuaciones, no por sus creencias sobre Dios, la sociedad o el judaísmo. Los físicos utilizan las ecuaciones de Einstein en su trabajo, no sus creencias generales sobre lo que es o debe ser la humanidad.
Pero el problema no es tan simple. La llamada izquierda académica estadunidense, siguiendo a esos pensadores ha copado en muchas universidades los departamentos de humanidades, en especial los de pedagogía, imponiendo ideas que son de un enfrentamiento radical con las ciencias, sus métodos y hasta sus consecuencias, y constituido el posmodernismo que nos agobia con sus textos incomprensibles y sus excesos teóricos sin ninguna base de sustentación.
No otra explicación que la confusión entre hacer ciencia y lo que dice un científico cuando no hace ciencia tiene el hecho de que hasta mediados de siglo las fantasías de Freud y sus seguidores sobre el psicoanálisis fuesen elevadas por los humanistas, y en gran parte por los literatos, a verdades incuestionables, y todavía hoy puede leerse por ahí sobre el ego y el subconsciente de tal o cual personaje, cuando desde hace años el psicoanálisis se reconoce, hasta por los mismos psicoanalistas modernos, como una práctica cultural de ciertos países sin ninguna base científica que lo sustente.
Así vemos cómo los que no conocen sobre esas cuestiones, pero están bajo la influencia de lecturas marginales sobre la anticiencia intelectual que reveló Sokal en su artículo, hablan y escriben de la ciencia como algo peligroso, y de sus resultados como algo a revisar y supervisar, tomando así el rábano por la hojas.
Un eminente físico estadunidense expresó hace poco que si los poetas supieran algo más de física estaríamos mejor que enseñando poesía a los físicos, ya que éstos han encontrado la belleza hasta en sus ecuaciones. Si de la física nos vamos a la biología el enfrentamiento es mayor, si se puede, ya que de los datos que aporta hoy la biología molecular sobre nuestros genes se han desprendido discusiones y acusaciones de todas partes y en todas direcciones entre humanistas y científicos.
En las discusiones sobre la evolución del hombre se plantea y se acepta por muchos biólogos que la condición humana en el planeta fue un azar irrepetible (el azar en las mutaciones, entendido no como algo sin causa, sino independiente de las necesidades posibles de sus poseedores) y no el término de un desarrollo que tenía que llegar exactamente a formar seres pensantes; que las moléculas devinieron ánimas por selección natural y constricciones ambientales. Y aún más: que no tiene sentido sacar ejemplos morales, sociales o políticos de lo que hoy conocemos sobre la realidad natural del planeta.
En otras palabras, parece que las humanidades y las ciencias sociales deben buscar sus propias bases de comprensión de los fenómenos, y dejar que los científicos trabajen la naturaleza con sus ciencias y busquen su éxito propio con argumentos y métodos de su propia creación, evaluados con sus propios criterios; la diversidad no es sólo orgánica, molecular, sino también anímica, mental.
Deben conocer que cuando un físico, un químico o un biólogo hablan sobre moral o política lo hacen sobre las mismas bases inestables y humanistas que ellos han creado (un ejemplo sería este artículo), y que lo correcto o no de sus ideas debe buscarse en las ideas mismas y sus aplicaciones y no en que quien lo diga sea o haya sido un científico exitoso o egresado de una universidad famosa. Quizás así, tal como quedó en el siglo pasado la discusión ciencia vs. religión, quede en éste el de las ciencias y las humanidades.
De todo lo dicho se
desprende la pregunta Ƒqué tanto de ciencia saben nuestra
intelligentsia y la sociedad como un todo, y qué tipo de
educación desarrollamos al respecto? Pero eso debe ser tema de
otro artículo.
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