n Bernardo Bátiz Vázquez n

La hora de la oposición

Puede ser esta la hora de la oposición; después de un largo camino para abrirse un espacio en el mundo de la política, la oposición al régimen hegemónico, casi monopartidista, presidencialista que gobierna a México desde 1929, está en posibilidades de dar un paso definitivo y lograr para la política mexicana un cambio cualitativo.

Es posible que después de 70 años, el partido oficial deje de serlo y que si sus militantes, los que le quedan, quieren que siga existiendo, tendrán que competir en condiciones igualitarias con el resto de los partidos; pero esta es tan sólo una posibilidad entre otras, una puerta al futuro, que se puede abrir o que puede quedar cerrada otros veinte años. Ya nadie cree en los determinismos sociales, ni siquiera en el de la globalización y todo mundo sabe hoy, que lo que pase, será el resultado de lo que se haga y lo que se diga hoy.

Es por ello que ha renacido la opinión de que en el año 2000 se puede redondear la faena democratizadora, con la derrota del PRI y de su programa neoliberal en las urnas, pero será necesaria una gran unión opositora, valga decir, democratizadora que lo enfrente.

Puede ser el 2000 el año de las definiciones; lo será sin duda para los partidos pequeños ya con alguna experiencia como PT y PVEM; también para los emergentes que están luchando por su registro, pero lo será mucho más para los dos mayores, PRI y PAN, que tienen una gran responsabilidad y de los cuales en buena parte dependerá que se dé el cambio definitivo o se posponga nuevamente.

El PRD tiene el reto de defender su unidad y de respetar plenamente su institucionalidad interna, sustentada en normas sumamente exigentes y no pocas veces poco claras, con dos o más lecturas, como lo fue el caso de los candados para los cargos de dirección. Un partido como el PRD, con tanta movilidad interna, en crecimiento tan rápido, tiene siempre frente a sí el abismo de las confrontaciones y el riesgo de los desgastes excesivos en luchas interiores. Su carta será mantener la unidad y hacer prevalecer el proyecto del partido por encima de los proyectos personales o de corrientes y grupos.

El PAN tiene un problema mayor todavía: el de encontrar su propia identidad, decidir entre ser el partido de los empresarios, expresión del pensamiento del CCE o de Coparmex, o recuperar sus principios de humanismo social cristiano y romper con la corriente de moda del libre mercado y el desmantelamiento del sector social de la economía.

En esta definición, el activismo vacuo de Fox, su verborrea contradictoria, su inclinación por la publicidad, le pueden hacer un daño irreparable, a pesar de la apariencia de votos y voluntades a favor.

Si estos dos partidos ųo al menos uno de ellosų superan sus barreras, salvan las trampas que les pone el sistema, todos los que creemos en la democracia y hemos luchado por ella, tendremos la esperanza fundada de que el éxito de la ciudadanía, organizada y participante, estará al alcance de la mano. Si esto sucede así, si los dirigentes partidistas están a la altura de las exigencias de los tiempos y de sus propias responsabilidades, el cambio vendrá y será posible reivindicar la reconstrucción de un país democrático, justo, en el que se castigue a los culpables y se dé seguridad a todos; en donde la riqueza, poca o mucha, se distribuya con equidad, y en el que se respeten los derechos humanos y se aplique la ley.

Por eso, esta puede ser la hora de los partidos, que por supuesto tendrán que contar con el resto de la sociedad, que está dispuesta a participar: universidades, organismos no gubernamentales, sindicatos, ciudadanos sin más, comunicadores y todo en ese mundo que crece de interesados en asumir su responsabilidad.