n Luis Linares Zapata n

Disputa y cambio

La disputa ya ha sido por demás vista y oída, pero los resultados han quedado como pesados fardos de una fatalidad que ya acumula descomunales pasivos para las arcas nacionales (Fobaproa). De un lado aparecen de pronto en la escena pública el presidente Zedillo y uno de sus secretarios favoritos: el doctor Luis Téllez. Se lanzan al ruedo de las transformaciones radicales, por privatizadoras a ultranza, envueltos en las promesas de una eficiencia a lograr en el sector eléctrico donde nada faltará si se les oyen, a debido tiempo, las recomendaciones y directrices. No se olvidan, tampoco, de las tradicionales admoniciones de pérdidas catastróficas para cuando llegue el, por ellos envisionado, 2006. La razón que aducen es tan simple e inflada como los 240 mil millones de pesos que, aseguran, son indispensables invertir y que quisieran certificar con declaraciones en subida o engolada voz.

Pero no están solos para esta contienda decisiva en el ya iniciado crepúsculo de "su sexenio". Detrás de ellos se alza incontestable una carta compromiso firmada con el FMI por inveterados defensores de la patria (GOM y R. Mancera). El motivo del "acuerdo voluntario" signado es bien conocido, pero, hay que recordarlo cuantas veces sea necesario, para no olvidar la fuente de dicha ignominia: las imborrables condiciones para obtener el paquete de rescate para encubrir su atroz manejo de las finanzas públicas.

Un tanto más para allá todavía, asoman sus relucientes ambiciones un conjunto casi imbatible de transnacionales de la energía (utilities), listas para engullirse tan suculento mercado a precios de ganga. Para ello cuentan con que, en la subasta, las prisas, los entrelazados intereses de variada índole y tamaño, la innegable corrupción, pero, sobre todo, la inexperiencia de los vendedores, los pondrán, de la noche a la mañana, al mando de enormes empresas que los mexicanos construyeron a lo largo de varias décadas. Después de tenerlas bajo su control, ya pensarán en invertir algo más en nuevas plantas o en ser intermediarios para distribuir lo que otros producen.

A los lados de tales personajes se encuentran también los habituales de siempre en estos cotejos. En primera fila ocupan sus lugares los cúpulos privados que algo sacarán para sí mismos y para engrosar sus ya subvencionadas empresas. Luego viene, en domesticada fila, un desconcertado conjunto de priístas que sustentarán las decisiones del aguerrido Téllez, aun a costa de que muchos de ellos se autocondenen a renunciar a un puesto en la CFE o en la CLFC. Sus perfiles los harán inelegibles para esos trabajos que, con seguridad, ocuparán emergentes financieros locales (a lo mejor el mismo Téllez siguiendo la pista de su jefe Aspe) o avezados ejecutivos de Kentucky, Hamburgo o Marsella que acumularán galardones en regiones de nativos amistosos (friendly natives).

De los panistas ya ni se hable. Quedarán atrapados en las fidelidades a un pasado de propuestas no actualizadas y los particulares intereses de algunos de sus dirigentes que los llevarán, de nueva cuenta, por la calle de las perdidas de simpatías electorales. La televisión se formará en el lugar que le corresponde para repetir fórmulas y consignas similares a la que por ahora divulgan con entusiasmo, so pretexto del "bono para la educación" que, con seguridad, les filtró un vástago modernizante del Banco Mundial.

Del otro lado de la pelea comienza a levantarse un monstruo de mil cabezas y millones de pies. No se le ve aún forma precisa ni confianza en sus capacidades y propuestas. Sabe que puede esgrimir mejores y más probadas razones pero no tiene los botones de mando. Y lo peor, puede extraviarse en denuestos, marchas, o defensas de una soberanía que se esfuma entre las imprecisiones burocráticas.

La oposición partidista, y más aún la sociedad que quedará entre los contendientes organizados, no dispone por ahora de los instrumentos adecuados para la defensa de sus posiciones. La información, clave en estos casos, es rala y se esconderá en las oficinas de los responsables de dirigir el proceso y de enviar, formular y aprobar las iniciativas. Pero no hay que cejar en el intento. Es preciso defender con toda la fuerza de la imaginación y capacidad organizativa de que se pueda echar mano el patrimonio y la parte substantiva del futuro que se va a dirimir en este rejuego.

Todos tienen que entender que ya nada será igual que antes y que, para continuar en la línea de preservar esa espina dorsal que forma la industria eléctrica, es preciso que muchas cosas sean replanteadas y otras tantas dejadas de lado por obsoletas. Al mandar las iniciativas se ha despertado la adormecida soberanía nacional y es muy posible que nada vuelva a su anterior cauce. Y, tal vez, sólo este impulso de defensa ante el cambio inducido desde el poder y fundado en concepciones ideológicas a ultranza, lleve a la sociedad, desparramada en múltiples ocupaciones y avatares, a solidificar un objetivo compartido: el diseño de una industria eléctrica a la medida de los mexicanos del mañana.