n José Steinsleger n
El enemigo capturado
Con la suficiencia que les otorga una determinada forma del saber los expertos hablan de "institutos de readaptación social". Pero los que realmente saben (o han sabido) aseguran que los de afuera no pueden siquiera imaginar el mundo de ahí dentro. Los primeros viven en la sociedad carcelaria; los segundos en la cárcel. La cárcel suscita tanta inquietud como la de un funeral: qué suerte que no soy yo el sujeto en cuestión.
Periódicamente, la sociedad carcelaria recrea el mito populista del criminal literato, que ejerce gran atracción entre los intelectuales. Herni Charriere, autor de Papillion, vendió 15 millones de ejemplares con las primeras ediciones del libro y La isla de los hombres solos, del costarricense José León Sánchez, tiene aún mucha demanda en México y América Central. A fines de los cuarenta Sartre lanzó a la fama a Jean Genet. Fascinada, la intelectualidad "progre" de París festejó la autenticidad de sus escritos. Y mientras el autor de Diario de un ladrón simulaba escuchar una jerga propia de epilépticos, robaba ceniceros y objetos que los anfitriones compraban para hacer más excitante la velada.
ƑQué nos atrae de la cárcel siendo lo que es, reducto que la sociedad se ha inventado para lavarse de culpas y endosársela a los otros? Modalidad del microcosmos social, la cárcel alberga a dos tipos de personas: los exitosos sin escrúpulos, que se saben culpables, y los perdedores sin más, que sobreviven de la astucia y la mentira. Los unos, minoritarios, deciden el futuro de la mayoría; los otros envejecen absolutamente convencidos de su inocencia. Salvo que sea una suerte de filósofo, ningún preso tiene clara noción de su culpa. ƑLa sociedad sí?
De los últimos podemos dar cuenta con un caso singular: un par de maleantes con traza de miserables ingresa a un restaurante con el propósito de saquear a los comensales. El asalto se desarrolla con normalidad, sin sangre, hasta que uno de los truhanes toma el teléfono celular de una señora. "Déjelo. ƑPara qué le puede servir?". Y estas palabras, dichas con "inocencia", fueron las últimas de su vida. Ya en la prisión, la psicóloga obtiene del asesino su desconcertante versión del crimen: "Lo material va y viene. Pero la maté porque me dijo eso".
ƑQué, qué es "eso"? Simplista sería concluir en lo elemental: el crimen como producto de la desigualdad entre los que tienen y los que no tienen. Sin embargo, la chispa que en este caso llevó al asesinato se originó en el complemento del pronombre "eso", "me dijo eso". ƑQué me dijo? Me dijo que no puedo "acceder a", "participar de", etcétera. El teléfono celular te lo puedes comprar en cualquier lado. Pero lo que no puedes comprar es el poder simbólico que ostenta su posesión. Entonces, si me lo pones en evidencia, te mato.
Satisfecha de sí misma, la sociedad poco repara en el dilema. Su terapia, lejos de ser "rehabilitadora" o "adaptativa" consiste en castigar de un modo implacable: la despersonalización del preso, quitándole identidad. ƑEn la Facultad de Derecho te enseñaron que ante la ley todos son iguales? Pues ve sabiendo que aquí dentro, las personas que han tenido mayor educación, mayores recursos, mayores comodidades, es decir más imputables que aquellos que no tuvieron nada, son inimputables. Así que cabeza gacha y nada de preguntas. A partir de aquí eres número del inframundo.