n Cortázar, eterna presencia del enormísimo Cronopio n
César Güemes n Cuando Julio Cortázar murió, hace hoy exactamente tres lustros, todos teníamos 20 años. Es un decir, claro, pero vale por la actitud con que se leía y se lee al maestro argentino. Conversar con él, hacer una entrevista, fue tarea que se truncó casi para siempre con su deceso. Casi. En un ejercicio de persistente cariño por el prosista, mantengamos con él esta conversación a partir tan sólo de la buena fe y de una nota al margen: las respuestas son enteramente de Julio Cortázar, y su fuente varia se señala al final del texto. Las preguntas, imaginarias, cobran realidad en cuanto quedan impresas en negro sobre blanco.
ųHable de su primer recuerdo literario, de su comienzo si es que resulta ubicable.
ųMe acuerdo de un tintero, de una lapicera con pluma ''cucharita", del invierno en Banfield: fuego de salamandra, sabañones. Es el atardecer y tengo ocho o nueve años; escribo un poema para celebrar el cumpleaños de un pariente. La prosa me cuesta mucho más en ese tiempo y en todos los tiempos, pero lo mismo escribo un cuento sobre un perro que se llama Leal y que muere por salvar a una niña caída en manos de malvados raptores. Escribir no me parece nada insólito, más bien una manera de pasar el tiempo hasta llegar a los quince años y poder entrar en la marina, que considero mi vocación verdadera. Ya no hoy, por cierto, y en todo caso el sueño dura poco: de golpe quiero ser músico, pero no tengo aptitudes para el solfeo (mi tía dixit), y en cambio los sonetos me salen redondos. El director de la primaria le dice a mi madre que leo demasiado y que me racione los libros; ese día empiezo a saber que el mundo está lleno de idiotas. A los 12 años proyecto un poema que modestamente abarcará la entera historia de la humanidad, y escribo las 20 páginas correspondientes a la edad de las cavernas; creo que una pleuresía interrumpe esta empresa genial que tiene a la familia en suspenso.
ųDigamos que gana la batalla. ƑQué le deja esa victoria?
ųPara empezar: horror a todo profesionalismo, incluso hoy sigo viéndome como un aficionado, alguien que escribe porque le gusta y no porque tiene que escribir. De ahí los defectos posibles: falta de planes, de esquemas, pero siempre preferiré esos defectos al aburrimiento del método. No por nada la temprana lección del jazz: lo improvisado es lo que queda, aunque nadie llega así nomás a la improvisación, y todo está en ese ''aunque". Y la noción misma de la escritura: rechazo de la ''originalidad" para lograr la naturalidad, que en última instancia es lo que abre paso a lo original. Mientras escribo leo más que nunca, no tengo ningún miedo a las ''influencias"; en cambio me niego a hablar de lo que estoy haciendo y sólo muestro lo terminado y corregido, creo que por superstición más que por principio. Esa gente que te cuenta su novela antes de haberla empezado. En fin, a lo mejor peco por soberbia.
Entre el sueño y la vigilia
ųƑHa variado su forma de ''arreglar" los textos?
ųCreo que con los años la cosa va cambiando; de joven escribía de un tirón y después ''trabajaba" el texto ya enfriado, pero ahora tardo más en escribir, dejo que las cosas se preparen y organicen en esa región entre sueño y vigilia donde laten los pulsos más hondos, y por eso corrijo menos en la relectura.
ųƑEl saberse querido tiene relación directa con el número de lectores que siguen la obra de un autor?
ųCuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo. Es decir que los signos de madurez, dentro de los errores, los retrocesos, las torpezas horribles de nuestras políticas sudamericanas y nuestras economías semicoloniales, se manifiestan de alguna manera, y en este caso de una manera particularmente importante, a través de la gran literatura.
ųA lo largo de toda su obra hay cuento, novela y regreso al cuento. ƑLlegó a contemplar la posibilidad de repetirse?
ųTengo la impresión de que si continúo escribiendo cuentos, esos cuentos no son repetitivos, o sea, que es un nuevo paso en algún sentido, a veces tal vez sea un paso hacia adelante, a veces puede ser una bifurcación hacia algún lado donde me parece que hay todavía posibilidades que yo mismo no he indagado, que no he explorado. Si no fuese así no tendría ningún interés, ninguna curiosidad por escribir cuentos.
ųƑCuento o relato? Sus escritos de mediana extensión podrían caber en ambas clasificaciones.
ųYo creo que nadie ha definido hasta hoy un cuento de manera satisfactoria. Cada escritor tiene su propia idea del cuento. En mi caso, el cuento es un relato en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podemos calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia un final. Aunque parezca broma, un cuento es como andar en bicicleta, mientras se mantiene la velocidad el equilibrio es muy fácil, pero si se empieza a perder velocidad ahí te caes y un cuento que pierde velocidad al final, pues es un golpe para el autor y para el lector.
El humor, vía para encarar la realidad
ųƑEstá de acuerdo en que hablemos de una intencionalidad social en su obra?
ųClaro. Pero cuando eso plantea el grave problema al que aludo en el prólogo a El libro de Manuel, que es donde ataqué de frente el problema. Problema que consiste en tratar de conseguir una convergencia de la historia contemporánea, para llamarlo así, de ciertos aspectos de la historia y su convergencia con la literatura pura. Convergencia particularmente difícil porque en la mayoría de los libros llamados comprometidos o bien la política, la parte política, la parte del mensaje político, anula y empobrece la parte literaria y se convierte en una especie de ensayo disfrazado, o bien la literatura es más fuerte y apaga, deja en una situación de inferioridad al mensaje, a la comunicación que el autor desea pasar a su lector. Entonces, ese dificilísimo equilibrio entre un contenido de tipo ideológico y un contenido de tipo literario, que es lo que yo quise hacer en El libro de Manuel, me parece que es uno de los problemas más apasionantes de la literatura contemporánea. Y me parece, además, que las soluciones son individuales, que no hay ninguna fórmula. Nadie tiene una fórmula para eso.
ųLas paradojas de sus narraciones, más que responder a la realidad ''mágica" de Sudamérica, quizá hablan de algo mucho más sencillo: de un hombre con un amplio sentido del humor.
ųDesde pequeño he tenido un gran sentido del humor y me acuerdo que siendo muy niño, tendría ocho o nueve años, me producía un gran asombro que en ciertas conversaciones de los mayores, en circunstancias en que todo hubiera podido arreglarse con una broma, con una respuesta llena de humor, todo el mundo se ponía trágico, todo el mundo se tomaba las cosas por el lado negativo. En el mejor de los casos se hacían chistes, los argentinos hacen muchos chistes, pero no todos tienen sentido del humor. Y esto también puede aplicarse a la raza humana en general. En todo caso Argentina ha sido un país de humoristas individuales, como Macedonio Fernández, detrás de cuya metafísica se esconde un humor terrible.
''Yo, desde muy niño, sentía que el humor era una de las formas con las cuales era posible hacerle frente a la realidad, a las realidades negativas sobre todo. Si cuando sucedía algo desagradable te defendías a base de humor, salías mejor parado que tu amigo o compañero que no disponía de esa arma, que no veía más que lo trágico. Bueno, de ahí a lo lúdico no hay más que un paso. Porque quien tiene sentido del humor tiene siempre la tendencia a ver en diferentes elementos de la realidad que lo rodea una serie de constelaciones que se articulan y que son en apariencia absurdas.'' -Eso nos remite de nuevo a El libro de Manuel, que resulta un desafío contra lo absurdo de la realidad concreta.
-Es un desafío, pero no un desafío insolente ni negativo. Es un desafío muy cordial. Hemos visto que yo trato a los personajes con toda la simpatía posible. Por ejemplo a Marcos, el jefe de ese grupo de guerrilla urbana que está un poco de vacaciones en Europa en ese momento. Y él mismo discute con sus amigos, si no este problema, problemas paralelos. Yo no los atacaba, muy al contrario. Si hubiera tenido ganas de atacarlos no habría escrito la novela. No sólo no era un ataque, sino que era una tentativa de ponerles en el bolsillo un libro que tal vez los hubiera ayudado un poco.
Atacar el lenguaje anquilosado
-Al paso de los años y con los resultados que ha obtenido el pensamiento de izquierda, ¿cuál es su conclusión de ese proyecto social?
-Yo di un paso adelante, incluso forzándome la mano a veces, porque estaba harto de haber discutido en Cuba acerca de problemas de tipo erótico, por ejemplo. O el tema de la homosexualidad, que ahora es también objeto de una discusión fraternal pero muy viva con los nicaragüenses cada vez que voy para allá. Yo creo que esa actitud machista de rechazo, despectiva y humillante hacia la homosexualidad, no es en absoluto una actitud revolucionaria. Ese es otro de los aspectos que quise mostrar en El libro de Manuel. Eso es, claro, sólo un aspecto. También hay un ataque al lenguaje anquilosado.
-Es como si el lenguaje fuera un personaje por sí mismo.
-Ese es uno de los problemas más graves que hay en América Latina, toda esa hipocresía lingüística con la que habrá que acabar de una vez.
Fuentes: Encuesta a escritores argentinos contemporáneos, realizada por el Centro Editor de América Latina; La fascinación de las palabras, de Omar Prego y Julio Cortázar (Alfaguara); Fervor de la Argentina, de Roberto Fernández Retamar (Ediciones del Sol); conversación con Julio Cortázar, efectuada el 24 de mayo de 1983 en Madrid, por José Julio Perlado.