n El carnaval, de fiesta católica a rito laico n

Arturo Jiménez, enviado/ II, Veracruz, Ver. n Durante el siglo XIX el carnaval de plano desbordó al mismo rito católico, y pasó de ser una fiesta religiosa-popular a una laica-popular, además de ser marcado por el fin del virreinato y las demás convulsiones políticas de esa centuria.

Después de la independencia ųindica la historiadora Gema Lozanoų se terminan el fuero religioso y militar, y se da una relativa apertura a la crítica, lo que aprovecha el pueblo porteño, pues Veracruz se ha caracterizado en la historia por ser una ciudad militarizada.

En esta etapa aún no se desarrolla todo el protocolo que caracterizará al carnaval en el siglo XX, pero se darán diversos aspectos de manera fraccionada, como los bailes de la clase pudiente, donde quizá sí elegían a la reina, pero en un proceso interno, no abierto.

En un documento ya citado sobre la historia del carnaval ųsin autor consignado, pero perteneciente al Archivo y Biblioteca Históricos de Veracruzų se dice que "durante el siglo XIX el carnaval se efectuaba en galerones cerrados destinados a bailes públicos. En extramuros (a las afueras de la muralla) se realizaban en los patios de vecindad".

En la primera mitad del siglo XIX los bailes de la clase alta se llevaban a cabo en el Teatro Principal, y los del pueblo en la Aduana de la Quemada, consigna Jaime Baca Rivero en su "Microhistoria del carnaval" (El Dictamen, 16-30 de enero).

Mientras en el teatro se tocaban el chotís, la mazurca, la polca y el vals, en los bailes populares se presentaban los tocadores de arpa, de violín y de jarana y, mucho antes, se utilizaban la tumba y las claves.

Baca Rivero recoge una queja a causa de esas pachangas: "Durante la noche salieron unos indios, negros y mulatos acompañados por negras, en la Plazuela de la Campana, empezaron a tocar y escandalizaron con vihuelas y otras que les dicen jarana y bailaron sones y jarabes con ademanes deshonestos y mal intencionados".

En 1860 el presidente Benito Juárez despachaba en el puerto de Veracruz, en ese tiempo capital del país sitiada y bombardeada durante meses por el general conservador Miguel Miramón. El carnaval, ya arraigado, se realizó una vez concluido el ataque.

"En 1866, a causa de la situación política impuesta por el imperio (de Maximiliano), el ayuntamiento dictó restricciones para el carnaval, se prohibió 'el entierro de la sardina' y sólo se autorizaron tres días para los bailes, que en otras ocasiones duraban hasta dos semanas". Esta práctica, que marcaba el inicio de las festividades y que se volvió a realizar a fines del XIX, es el antecedente del entierro o quema del mal humor.

Surgidas las mojigangas a fines del XVIII (de origen español y antecedente cubano), esos enormes muñecos se integraban a las comparsas a mediados del XIX y servían para ridiculizar a la religión y la milicia.

Acerca de las máscaras y antifaces, se sabe que en 1867 (otros dicen que en 1866) más de mil 200 personas solicitaron permiso al prefecto del imperio para cubrirse el rostro.

El favor se concedió, según las autoridades, gracias "a que los jarochos, dados a la jácara y al buen humor, se aprestaban a celebrar las fiestas del carnaval". Fue el año del famoso "carnaval del imperio", durante el mandato del compañero de Carlota.

Sin embargo, con el fin de restringir el deseo de disfrazarse, en ese año también se pretendió controlar la conducta festiva mediante un reglamento que prohibía los atuendos y parodias de tipo religioso y militar, señala en una ponencia la investigadora María del Rocío Vargas.

Debido a la guerra entre Cuba y España (1868-1878), continúa Vargas, muchos trabajadores y músicos isleños emigraron a Veracruz y algunos llegaron a vivir al barrio de la Huaca. "Como consecuencia, las comparsas y mojigangas en extramuros ųafuera de la murallaų fueron influidas en gran medida por la música cubana.

"Contaban con un carácter muy peculiar: máscaras, encapuchados, hombres vestidos de mujeres, instrumentos musicales de percusión, como latas, pedazos de hierro y tambores, además de flautas y cornetas". En ellas participaban los gremios de panaderos, carpinteros, torcedores de tabaco, sastres, peluqueros, ebanisteros, muelleros, marinos y otros.

La muralla que separaba la ciudad de piedra de la ciudad de tablas, como dice el escritor José Emilio Pacheco, comenzaría a ser derrumbada a finales de este siglo XIX, lo que traería nuevos cambios para el puerto, la sociedad y el carnaval.