La Jornada Semanal, 14 de febrero de 1999
En tiempos en que los filósofos eran consultados para asuntos de interés general, Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) sostuvo una activa correspondencia con algunas averiguadoras damas de la alta sociedad. El intercambio entre el autor de los Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano y las señoras ilustradas se recogió en alguna ocasión con el sugerente título de Metafísica para princesas. En nuestra época pedestre, las princesas se retratan en la revista Hola y los filósofos rara vez asoman la oreja en el mundo común y corriente. Siguiendo este proceso de degradación, he compuesto un decálogo para alertar el entendimiento de los seres insustanciales que dominan nuestro entorno.
1. Hay que saberse licenciado. El currículum no interviene en esta condición. El aplomo existencial deriva de que la palabra se repita. No importa si usted es técnico en aire acondicionado o doctor en astrofísica. Se es licenciado como se es omnívoro.
2. El licenciado sabe que el PRI será eterno mientras dure. En ese lapso, le dará su apoyo.
3. Las ideas viajan en motocicleta. El licenciado se la pasa hablando, pero no revela sus conclusiones. Si alguien lo contradice, responde sin chistar: ``Mándame un proyecto.'' Nunca se debe agraviar al interlocutor suponiendo que él maneja su coche y se hace cargo de sus asuntos. Hay que agraviarlo atribuyéndole la flotilla de motocicletas que no tiene. La expresión ``Mándame tal cosa'' debe caer con la cruel naturalidad de quien se dirige a Pizza Domino's. Los ``conceptos'' no se discuten en forma directa; pertenecen al tráfico de motos. Cuando se recibe una propuesta, los asesores preparan una abultada réplica que se despacha con mensajero. Es conveniente que la moto haga mucho ruido.
4. No hay quórum sin edecanes. Este es un principio categórico de las reuniones políticas. Si el encuentro se celebra en un auditorio, se recomienda que haya una edecán cada seis escalones. Si se sesiona en un salón de hotel, deberá haber tres edecanes detrás del presídium, una por cada jarra de agua. Si se trata de un acuerdo de grupo compacto, una edecán permanecerá inmóvil entre la puerta y la charola de las galletas. En cualquiera de estas variantes, es fundamental que las edecanes no hagan nada.
5. Los teléfonos no se contestan. Por ningún motivo debe portarse un celular ni recurrir a artefactos de intercomunicación. Para el licenciado todas las llamadas son misteriosas. Cada cuarto de hora, una secretaria se acerca a su escritorio con tarjetas que contienen mensajes telefónicos. El licenciado pretende leerlas ante al mirada curiosa de su interlocutor. Luego las rompe, con lenta ostentación. Las llamadas que no son de superiores no se devuelven.
6. Bajo ninguna circunstancia hay que incurrir en el pecado de la claridad. El licenciado odia lo explícito. Entre dos palabras similares, escogerá la que parezca recién salida de la tlapalería: ``cumplimentar'' es mejor que ``cumplir'', ``elemento'' mejor que ``persona'', ``unidad'' mejor que ``coche''. Cada cinco sustantivos, se aconseja incluir el verbo ``coadyuvar''.
7. El licenciado se da un baño de pueblo. Este recurso es ideal para mancharse el traje (color gris guardacostas, sin mayores adornos: quien ostenta un pañuelo de tres picos acaba en Relaciones Exteriores). Después de abrazar desconocidos y besar bebés se va a una cantina y se derrama un poco de caldo de camarón en la entrepierna (previamente enfriado en una cuchara). Entonces, el licenciado demuestra su severo código de limpieza. Se dirige a un apartado, se quita el pantalón, lo manda a la tintorería y sigue comiendo, muy campechano. Los colaboradores que lo acompañan admirarán su capacidad de adaptación. Pero esto no basta. Es imprescindible que todos los subordinados manden sus pantalones a la tintorería, aunque no se hayan manchado. Si no dan esta prueba de lealtad, merecen ser despedidos.
8. La familia vive en un retrato. En su oficina, el licenciado colocará una foto de su esposa y sus hijos, del tamaño de la portada de un disco de 33 revoluciones, es decir, más chica que la del presidente. Se sugiere que los parientes nunca salgan de esa foto. Conocerlos siempre perjudica.
9. Hay que ser cuidadoso en los convites. Resulta osado apadrinar excesivos bebés; a partir del décimo ahijado, el cariño adquiere un tinte corporativo. Cuando invite a comer a un restorán, el licenciado no pedirá la cuenta; sus gastos serán saldados por un ``propio'', en un momento secreto, para que el huésped sienta que su anfitrión es tan carismático que le regalan la comida. En las bodas de la clase política, sólo se aconseja bailar con la novia si el padre es un subordinado. Nunca hay que faltar a un funeral. Es el gran acto social de los licenciados. Los decesos amplían la nómina y los abrazos dan ascensos. Conviene tener una corbata negra en la cajuela de guantes.
10. El presidente no es un licenciado. Es posible que lo haya sido en un tiempo remoto, ya olvidado por la especie humana. Ahora tiene una investidura que todo lo trasciende. Sin embargo, no hay que olvidar que a El le gusta la franqueza. Por ello, es muy útil decir: ``Con todo respeto, señor presidente, pero su idea es sublime'' o: ``A mí me gusta hablar sin pelos en la lengua y creo en el valor moral de la crítica: usted es lo máximo.''