La Jornada Semanal, 14 de febrero de 1999
Antecedentes
La costumbre japonesa de disfrutar el mattcha (té verde en polvo) empezó a principios del siglo XIII, cuando un monje del Zen, llamado Eisai (1141-1215), lo trajo de China. Sin embargo, el té verde ya se había introducido a Japón desde el siglo VIII; los monjes budistas lo tomaban para evitar el sueño mientras cumplían sus prácticas de ascetismo. También a principios del siglo XIII Eisai escribió un libro titulado La salud por medio del té; éste fue el primer texto escrito en Japón sobre dicho tema. Eisai expuso la eficacia del té verde como una magnífica bebida medicinal que sirve para mantener la salud. En realidad, según investigaciones recientes, el té verde, y sobre todo el mattcha, que es elaborado a base de hojas tiernas, contiene elementos tan benéficos como vitamina C, clorofila y diversos minerales. Eisai obsequió respetuosamente su libro al general Sanetomo Minamoto, en aquella época el hombre más poderoso de su país entre la clase samurai.
Según la historia, fue a finales del siglo XIII y durante el siglo XIV cuando la costumbre de disfrutar el mattcha se difundió no sólo entre los samurai, sino también entre los comerciantes. Pero algo que no debe olvidarse en la historia de la ceremonia del té es que en 1587 Hideyoshi Toyotomi, el jefe militar más poderoso de aquella época, y de hecho el que gobernaba Japón, organizó en Kitano, Kyoto, la Gran Sociedad del Té, en la que permitió y fomentó una participación amplia y libre, sin distinciones de clase social ni económica.
La formación del Wabicha
En contraste con las reuniones de té que realizaban tanto los miembros de la clase samurai como los comerciantes ricos, caracterizadas por el lujo y la magnificencia, también se empezó a practicar otro estilo que consiste en utilizar salas y utensilios sencillos a fin de realzar el goce de la profundidad espiritual. A esta tendencia se le llamó Wabicha; y actualmente, sobre todo entre los extranjeros, se considera como lo más típico en la ceremonia del té. Wabi es un concepto que define la sencillez y la quietud como algo de alto valor estético.
Dicha sencillez y tranquilidad son el resultado de una actitud, pero también de algo que emana del espacio y el ambiente en el que se desarrolla la ceremonia. En un jardín deliberadamente modesto de estilo muy japonés, se edifica una rústica choza de paja dentro de la cual se halla el pequeño cuarto para preparar y tomar el té. La luz tenue, que se filtra difuminada por el blanco papel de la ventana, se funde suavemente con las maderas del cuarto y el tejido pajizo que cubre el suelo. El tamaño de los cuartos más típicos es de dos tatami (180 x 180 cm), aunque también los hay de cuatro y medio tatami. Dentro del cuarto, hay un tokonoama, que es el espacio sagrado donde se coloca un rollo colgante -ya sea un dibujo elaborado a tinta china o una caligrafía que expresa algún pensamiento Zen- y un florero dispuesto con una solitaria y sencilla flor; en la mayoría de los casos puede ser un botón blanco. Este es el espacio que refleja la estética Wabi.
Así, en lugar de una decoración ostentosa y brillante, se prefiere lo blanco y negro, los tonos sobrios; y en vez de un colorido ramo de flores, se coloca una flor blanca. El cuarto es muy estrecho y sencillo; pero la estrechura y la sencillez llevadas a tal extremo inducen una sensación de riqueza e infinitud mental. Desde el momento en que uno entra al pulcro jardín, limpio y purificado, siente como si se ingresara a un mundo completamente distinto; ahí puede uno experimentar la unificación con la naturaleza; pero también es ahí, a partir de la estrechez de un cuarto, donde se crea ese ambiente de espacio sagrado.
El carácter de la ceremonia del té
La expresión japonesa con la que originalmente se denomina a la ceremonia del té es Sad, literalmente ``camino del te''. Y se considera que en dicho ``camino'' no sólo se aprende una técnica para la ejecución de este arte, sino que también se recibe un entrenamiento espiritual. Este es el punto en el que el arte del té coincide con otras artes tradicionales de Japón, como por ejemplo el Shod (arte caligráfico), el Kad (arte del arreglo floral), el Kyd (arte de la espada), etcétera.
Así, la meta debe ser el perfeccionamiento en la ejecución de la ceremonia, pero también, y sobre todo, alcanzar una superación espiritual. Visto de esta manera, el arte del té podría parecer una práctica muy rígida y difícil de comprender; o bien un acto monologante y cerrado en sí mismo. Sin embargo, el valor más importante a cultivar es la armonía; armonía con la naturaleza, armonía de convivencia y amistad con el ser humano.
Una taza de té no se prepara para uno mismo; sino para servir a los demás, a nuestro invitado.
Yasunari Kawabata suele utilizar la siguiente frase para definir la esencia de la ceremonia del té: ``Cuando veo la nieve, la luna y las flores, es cuando más pienso en mis amigos.'' Es decir, cuando uno tiene contacto con las cosas bellas de la naturaleza que son típicas de cada estación del año, uno siente la necesidad de compartir con alguien la alegría de estar ahí, frente a tal paisaje. Es para ello que se planea una reunión de té; se fija la fecha, se manda la invitación, se prepara cuidadosamente el cuarto del té, según la estación del año, y todo esto se hace para acoger al amigo. Lo que hay aquí es una cariñosa consideración hacia la otra persona, que es única e irremplazable. Y el momento que se vive en tal ocasión también es único e irrepetible: Ichigo ichie, es decir, ``es una ocasión única, en encuentro único''. Este momento, que gira en torno a un encuentro existencial, es el punto culminante de la ceremonia del té.
Las reglas y la liberación
Aun cuando hay ciertos detalles en los que puede variar la ceremonia del té, según el estilo y la corriente, todo el proceso, de principio a fin, está completa y rigurosamente determinado: con qué pie se debe empezar a caminar, el número de pasos con que se ha de recorrer el tatami (estera de paja), el lugar y la posición en que se deben colocar los utensilios, la forma de tomar, sostener y girar las tasas, etcétera. A esto se debe que el Sad, o sea el ``arte del té'', parezca demasiado ceremonioso. En la práctica del té, la meta es realizar cada etapa y cada movimiento con un ritmo y una suavidad naturales, sin rigidez. Ejecutar esos movimientos sin dificultad ni tropiezos es lo que se considera elegante y bello. Y lo que se requiere para lograrlo, en primer lugar, es la práctica; pero también concentración espiritual, es decir, cierta capacidad para sumergirse de lleno en la ejecución, olvidándose con ello del propio ego. Cuando uno se halla inquieto o distraído, inmediatamente se refleja en la práctica. Al olvidarse de uno mismo, al abandonar el ego, alcanzando así un estado espiritual de total desapego, se empieza a experimentar un punto de unificación con el universo.
Paradójicamente, es el hecho mismo de someterse a las reglas lo que permite manifestar la personalidad. Todos los movimientos, aunque se hallen enteramente determinados, varían sutilmente de una persona a otra. El ejecutante puede ser alguien más bien minucioso, o impaciente, o magnánimo; y todo ello se refleja en el gesto, en la expresión, en los detalles del ritmo y el movimiento. De igual modo, también puede variar delicadamente la forma de colocar los utensilios. Así, la manera en que se realice la ejecución abre un espacio subjetivo que no podría derivar de la simple distribución mecánica y objetiva de los instrumentos.
A partir de los movimientos que determinan la ejecución de una ceremonia del té, se crea, por decirlo así, un cosmos enteramente propio, que cuenta también con sus propias características del tiempo y espacio. Dicho en otras palabras, a través de la ceremonia del té se expresa y se realiza el yo que es uno mismo. Lo que tenemos aquí es la alegría y el placer de descubrirse a uno mismo. Es en este punto, precisamente por haberse sometido a las reglas, donde uno finalmente se libera de ellas y expresa su propia originalidad.
Necesidad de sencillez
Por último, quisiera subrayar una cosa: a pesar del significado tan aparentemente profundo y espiritual de la ceremonia del té, lo más importante no deja de ser el disfrute llano de la bebida. Para no caer en el extremo de quienes consideran que la ceremonia del té es un arte incomprensible y ascético, presento aquí un poema compuesto por Sen no Riky, el hombre que llevó a la perfección este arte:
Hervir el agua, después preparar el té
y
luego tomarlo: esto es, únicamente,
la ceremonia del té; y deben
saberlo.
Este poema subraya la sencillez y la naturalidad con que se debe participar en la ceremonia del té. Y para que uno pueda deleitarse con ello, el anfitrión debe saber cómo se prepara un té delicioso, lo cual se aprende en la práctica.
Hyakunin isshu es una antología de poesía japonesa recopilada hace casi ocho siglos (1235), por un poeta muy famoso en aquella época, llamado Teika Fujiwara (1162-1241). Dicha antología incluye cien poemas de cien poetas distintos.
Todos los poemas que aparecen en la antología fueron escritos en la forma llamada waka, una de cuyas variables es la composición tanka, precisamente el tipo de poemas que integran esta obra. El tanka es una composición breve de treinta sílabas, las cuales se pueden dividir en cinco periodos o hemistiquios, de la siguiente manera: 5-7-5-7-7. Esta forma es la más usual dentro del género de la poesía japonesa, y aunque se trata de un molde bastante tradicional, que se perfeccionó desde el siglo V, aún se sigue practicando con entusiasmo en la época contemporánea.
El compilador de Hyakunin isshu, Teika Fujiwara, nació a finales de la era Heian (794-1192), cuando la capital japonesa estaba localizada en Kyoto. Aquella era una época llena de refinamientos aristocráticos, en cuyo centro se encontraba el emperador. A partir del año 894 y durante el resto del periodo Heian, tiempo en el que Japón no cesó de recibir la influencia de China, se fue desarrollando una cultura a la vez rica y original, cuyas características eran la seriedad y el refinamiento.
Esa brillante constelación de versos pulcramente acabados, en alternancia con algunos poemas de corte convencional, dan a la obra un toque de sorpresa y de fresca espontaneidad humana, lo cual nos permite acercarnos a ella con mayor candidez y familiaridad. Así, da la impresión de que el lector no se halla frente a un distante grupo de genios literarios, sino ante seres humanos de carne y hueso que han sabido expresar con profunda y artística sencillez la chispaÊfugaz de un luminoso instante. Es por eso que al repasar las líneas de Hyakunin isshu el lector siente de pronto la discreta pero inteligente presencia de Teik. De cualquier modo, y digamos que a manera de rúbrica, también Fujiwara incluyó en esta antología uno de sus poemas, el cual aparece entre los waka que se presentan aquí.
Hana no iro wa
utsurini keri na
itazura ni
waga mi yo ni
furu
nagame sesi ma ni.
Comentario:
Aprovechando la polisémica riqueza de su lenguaje, es común que la poesía tradicional japonesa exprese los sentimientos más íntimos, proyectándolos en los elementos del paisaje y la naturaleza. Aquí, la poeta Komachi, aparentemente abstraída en una escena lluviosa y bucólica, está tejiendo con las mismas palabras un segundo significado, el cual se refiere a una realidad más profunda: la efímera condición de la belleza femenina que, como las flores, también se marchita y enfrenta su inexorable destino. Así, flor y belleza, cuerpo y mundo, el largo caer de la lluvia y el fluir de la vida, son una y la misma cosa, incrustada en la dolorosa conciencia de una mujer que, sintiendo aún vivas las experiencias de la pasión, sabe que su primavera termina. Se trata, pues, de una lamentación que, en virtud de su propio arte expresivo, se convierte en una fascinadora y hechizante melodía que rescata y eleva los placeres del amor frente al paso del tiempo.
Ficha biográfica:
Komachi Ono: Es una poeta perteneciente a la Era Heian, no se sabe cuándo nació ni cuando murió. Dicen que era de una belleza incomparable; existen varias leyendas sobre su hermosura. Una de esas leyendas dice que Komachi, aún aferrada al orgullo de la belleza que tuvo en sus tiempos de juventud, cayó en la miseria hacia el final de su vida; y así, ignorada y sola en una provincia lejana, murió al fin en medio de la tristeza.
Se o hayami
Iwa ni sekaruru
takigawa no
waretemo sue
ni
awan to zo omou
Comentario:
Las aguas de la veloz corriente del río, que corren con la fuerza de una cascada, suelen separarse ante el inamovible obstáculo de las rocas. Así, por un instante, dejan de ser parte del mismo caudal, pero después volverán a juntarse. Por medio de esta imagen, cuyo sonoro ritmo evoca un grito colmado de voluntad, el poeta expresa la emoción viril de un amor jurado. Esta voz es tan fuerte que podría parecer heroica.
Los poetas de aquella época admiraban incondicionalmente al autor, por lo que lamentaron mucho su finalmente adverso destino. Teika, el compilador de esta antología, se contaba entre los más fervientes admiradores del emperador Sutoku. Por ello debió elegir este poema de exilio con un sentimiento íntimo.
Ficha biográfica:
Emperador Sutoku: Fue el septuagésimo quinto emperador de Japón. Vivió entre los años 1119 y 1164. Debido al antagonismo político que sufría el país en aquel tiempo, Sotoku mismo provocó un movimiento de rebelión. Puesto que resultó vencido, tuvo que vivir exiliado en una isla. Como poeta, Sutoku tenía una gran afición por los poemas de estilo waka. A un edicto suyo se debe la recopilación de dos antologías poéticas.
Konu hito o
matsu ho no ura no
yuunagi ni
yaku ya moshio
no
mi no kogare tsutsu.
Comentario:
En el Japón antiguo, una manera de obtener la sal era por medio del alga llamada moshio. Este vegetal se empapaba con agua de mar, y luego se ponía a evaporar bajo el quemante sol hasta que quedaba totalmente seco; así podía retenerse la sal marina. Apelando a este paisaje, al parecer común en la experiencia cotidiana de aquel tiempo, Teika describió con profunda emoción la circunstancia de una mujer que espera a su amado. Desplegando su habilidad en el uso de ese lenguaje polisémico al que tanto recurrían los poetas de waka, el autor elabora dos imágenes que se hallan intrínsecamente unidas. La primera evoca un paisaje de la costa rural, en el que se perciben los vapores tenues que se levantan desde las algas de sal; es la hora de un ardiente y lento crepúsculo, bajo el cual se está quemando silenciosamente el alga marina. En la segunda, aparece la queja de una mujer que soporta con paciencia el escozor de la espera. Así, la solitaria salina se impregna de la subjetiva emoción humana, y la tristeza de la mujer cobra su más justa expresión en la metáfora del paisaje.
Ficha biográfica:
Teika Fujiwara: Este poeta, considerado entre los más geniales de su tiempo, es el recopilador de Hyakunin isshu. Vivió entre los años 1162 y 1241. Fue hijo del igualmente reconocido poeta Shunzei Fujiwara. El ambiente culto en el que creció le permitió conocer a fondo tanto poetas antiguos como aquellos que le fueron contemporáneos. Asimilando de todos, Teika llegó a establecer un estilo muy singular que enriqueció para siempre la poesía japonesa.
Juan Manuel Rivera y Yukako Yoshida