La Jornada lunes 15 de febrero de 1999

Astillero Ť Julio Hernández López

Contra su voluntad, el presidente Zedillo ha logrado avanzar bastante en el establecimiento de una verdadera distancia entre él y la clase política priísta.

Como nunca antes, directivos del partido tricolor a lo largo de todo el país se han manifestado abiertamente contra una muy clara pretensión presidencial que, en otras circunstancias (en las del priísmo tradicional de décadas atrás), habría sido aplaudida como línea política obligatoria, sólo por provenir de los sacros labios presidenciales.

En Campeche, con un sentido del humor bastante peculiar, el presidente Zedillo había pretendido dar, el jueves recién pasado, dos golpes políticos importantes: uno, anunciar, mediante métodos de ventriloquia, que los famosos candados estatutarios priístas habrán de ser retirados para que personajes sin cargos de elección popular en su historial pudiesen ser candidatos presidenciales del tricolor, y, dos, como consecuencia directa, que el secretario de Salud, Juan Ramón de la Fuente, fuese tenido como uno de los beneficiarios directos de esa maniobra de presunta cerrajería política.

Sin consideración alguna, mostrando un distanciamiento claro y una falta de coordinación política evidente, cuadros directivos en la capital del país y en diversos estados se manifestaron abiertamente contra los dos golpes políticos que el presidente Zedillo pretendió asestar disfrazados de broma en serio.

Una broma de carnaval, creyeron entender varios personajes políticos en las palabras presidenciales. Y en diversos tonos se expresó que la decisión de quitar los tales candados deberá ser tomada por la asamblea nacional priísta, y no por una persona, por encumbrada que ésta fuese. Además, se expresó un claro rechazo en esa estructura priísta a que el citado doctor De la Fuente, sin antecedentes reales de activismo priísta, pudiese ser el abanderado presidencial de ese partido.

Dedo restauradoÉ a destiempo

La arremetida de cuadros directivos priístas contra el ocupante del cargo que antaño conllevaba sin discusión y de manera enérgica la función de ser con entera arbitrariedad el primer priísta del país, es un adelanto de la rebeldía que ya existe entre las filas del partido tricolor contra los grupos tecnocráticos que durante las dos décadas recientes se han apropiado del poder político.

Además, es una muestra inequívoca de las dificultades que tendrán los operadores del zedillismo para enfrentar y pretender controlar la mitificada próxima asamblea nacional priísta.

Las bromas campechanas

El jaleo armado luego de las bromas campechanas del Presidente pone en evidencia, además, un hecho del que ya se tenían indicios, pero nunca tan claros: que el doctor Zedillo tendrá fuertes impedimentos reales para imponer la decisión de su restaurado dedo a la hora de nombrar candidato presidencial.

En el ánimo de los priístas existe resentimiento contra un Presidente que ha zigzagueado de manera grotesca en su relación con el partido que presuntamente le llevó al poder.

Además, los priístas, como franja social activa e importante, saben del riesgo verdadero que corren de perder el poder en caso de persistir en las prácticas frívolas con las que sexenios atrás se han nombrado candidatos presidenciales sólo por voluntad del poderoso en turno. Enfrentados en varios lugares, y de manera creciente, a la condición de opositores, los priístas saben que no pueden permitir la postulación de un tecnócrata frío, acartonado, como candidato presidencial.

A esa tarea de zapa ha contribuido la persistente batalla de Manuel Bartlett y Roberto Madrazo para arrebatarle al Presidente la facultad decisoria. Organizando bases de apoyo a sus pretensiones, los dos políticos han creado además una corriente de rechazo a que Zedillo nombre sucesor. (En este punto no se juzgan las intenciones reales ni el significado de las campañas de proselitismo que realizan Bartlett y Madrazo, sino el peso que están teniendo en el desmantelamiento de las eventuales pretensiones decisorias en materia de sucesión presidencial.)

Tres brazos en alto

Sin embargo, el doctor Zedillo, luego de divertirse anunciando aperturas de candados y placeando al secretario De la Fuente, quiso rematar su discutible faena el jueves pasado, al llegar a la ciudad de México, levantando los brazos (como si de gladiadores triunfantes se tratase) del propio secretario de Salud y de los titulares de Desarrollo Social y de Comunicaciones y Transportes, Esteban Moctezuma Barragán y Carlos Ruiz Sacristán, respectivamente. Si de un empresario de box se tratase, evidentemente ese alzar de brazos significaría que de entre ellos saldría quien se habría de fajar el cinturón de campeón mundial.

Pero las cosas, por primera vez en la historia del sistema político mexicano, no serán tan fáciles. Moctezuma Barragán tiene un historial político propio (con el paso accidentado por la Secretaría de Gobernación como punto débil), pero De la Fuente y Ruiz Sacristán no tienen mayor antecedente para buscar la candidatura presidencial.

El choque (interno) de trenes

En ese terreno, desde hoy es perceptible el enfrentamiento entre dos posiciones básicas: de un lado, el grupo del zedillismo (integrado entre otras franjas por el salinismo embozado, ¿deveras está embozado?) que buscará postular a un candidato presidencial que no siendo aceptado por la nomenklatura partidista podría, sin embargo (y justamente por esa distancia respecto de la estructura tradicional tricolor), serlo por más ciudadanos, y sobre todo por electores ajenos al voto duro priísta, esto es, los votantes indecisos o, mejor dicho, que decidirán a última hora en favor de quién emitirán su voto en elecciones constitucionales.

De otro lado estarán los grupos tradicionales del poder priísta, deseosos de postular un candidato que emerja entre aclamaciones y fanatismo de sus correligionarios, los hombres de siempre del priísmo, pero que a la hora de ser promovido ante los segmentos sociales no definidos resultase rechazado justamente por la alta carga de priísmo que conlleve.

Ese es el choque de trenes en curso que se dará, no entre partidos opuestos, sino al interior del partido todavía dominante.

La ruta difícil de Pablo Salazar

El senador chiapaneco Pablo Salazar Mendiguchía ha anunciado su decisión de buscar desde ahora la candidatura priísta al gobierno de su natal Chiapas.

A 500 días de que se vote por un nuevo gobernador (luego de que en 1994 se eligió a Eduardo Robledo, quien fue suplido por Julio César Ruiz Ferro, al que relevó Roberto Albores Guillén), Salazar Mendiguchía se ha lanzado a un camino terriblemente difícil: tiene la animadversión abierta del presidente Zedillo, quien no le perdona el asumir posturas diversas a las ordenadas desde Bucareli o Los Pinos en relación con Chiapas y la Cocopa; existe también el encono del gobernador Albores Guillén, quien maneja abiertamente las estructuras formales del priísmo contra Pablo a fin de descalificarlo e inclusive pretender su expulsión del tricolor; tiene, además, el rechazo de segmentos castrenses a los que les parece impropio que un priísta encumbrado no se sujete a las instrucciones superiores.

Sin embargo, Salazar tiene en su favor una base social importante, relaciones políticas básicas que podrían ayudar a resolver el conflicto chiapaneco y una autoridad moral que es fundamental.

Será difícil que en el PRI pueda prosperar su propuesta de ser candidato a gobernador, aunque, en todo caso, los tiempos difíciles que le esperan al tricolor, y el perfil de quien sea el próximo abanderado priísta a la Presidencia (no Labastida, desde luego), pudiesen disolver los obstáculos actuales.

De otra manera (que es la más probable), el camino de Salazar Mendiguchía llegará, inevitablemente, a un crucero que tendrá de un lado el priísmo tradicional, disciplinado hasta la ignominia, o un frente popular amplio (no priísta, desde luego) en el que confluyan las esperanzas de paz, de honestidad y de dignidad para los chiapanecos.

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