Ricardo Rocha y Enrique Krauze departieron ante las cámaras de Detrás de la noticia sobre el primer número de Letras libres dedicado a Chiapas. Lo de ``libres'', lo pondremos mentalmente entre comillas porque obedece al último dictado de Octavio Paz, y también porque amplía, con más brío que sus autores, las más recientes tesis oficiales al respecto (Krauze acepta que le pongan el saco, pero aclara que no es argumento): en Chiapas no hay guerra sino sólo un conflicto político bajo control; y el problema ya no es el EZLN, que se desgasta solo, sino don Samuel, su diócesis y su ``ejército catequista de liberación nacional'' que, tal río religioso subterráneo, explica tanto los orígenes del conflicto (las causas que, según la ley sobre el diálogo, debe atender el Ejecutivo) como sus cinco largos años.
Las palabras del historiador en el canal de las estrellas fueron más respetuosas que su pluma respecto del obispo, y mucho más que su iconografía ``irreverente'' (Rocha). La pantalla reprodujo la sátira del mural de Orozco por su cartonista: el Hidalgo de Guadalajara con rostro de don Samuel, con dientes de vampiro mordiscón, de tal forma que el fuego de Orozco se convierte en la sangre ``redentora'' de la que se culpa a don Samuel.
La otra imagen es un pastiche del célebre grabado de Félix Parra que hace de pórtico a la clásica edición de José M. Vigil (1877) de la Historia de las Indias, de De las Casas. En Parra representa una escena que había conmovido a José Martí. El escritor cubano aludía al rechazo de los coletos a fray Bartolomé (repetido, sin saber de ello, en agravio de don Samuel por los auténticos en febrero de 1995). Aquí va la descripción de Martí:
``(De las Casas) venía de ver cómo salvaba a la pobre india que se le abrazó a las rodillas a la puerta de su templo mexicano, loca de dolor porque los españoles le habían matado al marido de su corazón (...) Les daba a los indios su vida, y los indios venían a atacar a su salvador, porque se lo mandaban los que los azotaban (histórica confirmación de la tesis -oficial y krauziana- de las `pugnas interfamiliares e intraétnicas', explicativas tanto de la Conquista como de Acteal). No se quejó, sino que dijo así: `pues por eso, hijos míos, os tengo de defender más, porque os tienen tan martirizados que no tenéis ya valor para agradecer'. Y los indios, llorando, se echaron a sus pies y le pidieron perdón.''
Félix Parra, con su pincel, retrata la escena y la intitula: San Bartolomé de las Casas. Los indios de Chiapas también lo canonizaron, tal como lo testimonia la antiquísima y rebelde imagen de un altar doméstico (cuya copia se expone ahora en la iglesia-museo de San Nicolás); en el lienzo pusieron esta copla: ``Indiano, ésta es su imagen/ Venera a Casas que fue/ De nuestros Padres el Padre''.
El ilustrador de Krauze sustituyó la cara de De las Casas por el rostro de don Samuel y puso en sus manos el catecismo rojo Exodo. ``La pobre india'', de Martí y de Parra, no abraza las rodillas de ``Samuel de las Casas'' por afligida sino por borracha, pues se sustituyó el cántaro original por dos botellas de trago, ya vaciadas. ``El marido de su corazón'', en el pastiche, yace en la sangre con su rifle de madera. Tras la efigie del nuevo De las Casas, la estatua prehispánica lleva el pasamontañas del comandante Tacho (Krauze dixit).
Krauze se estima muy respetuoso de don Samuel porque dice que lo compara nada menos que con fray Bartolomé, también con Hidalgo y hasta con el profeta Isaías, porque hasta el historiador comparte críticamente ``su fe en la misma Biblia'' (recordemos que también el coordinador Bernal aludía al profeta en sus chistes de los pasillos del diálogo de San Andrés). Pero lo que dice el artículo es que esos tres y el actual obispo de Chiapas, por su afán ``redentor'', adicto a la sangre, aunque sea solamente la del martirio, son los símbolos de la antidemocracia. Erudita y honrosa manera a la vez de colocar a don Samuel en los procesos formativos del país (Isaías aparte) y de despreciarlos. ¿Acaso, el derecho de gentes de De las Casas y la lucha por los derechos humanos de don Samuel, saludada por tantos premios internacionales, no tienen nada que ver con la democracia? ¿No interesa al director de Letras libres que De las Casas, en su Confesionario, proclame la regla de oro de la democracia: ``hemos venido aquí para hacer restituir a los indios la libertad de que se les ha privado''?
Lo significativo de la provocadora revista no es su discutible retrato de don Samuel (elaborado con fuentes de primera mano, sus entrevistas, en seguida interpretadas con libros de segunda mano sin criticar sus fuentes: Tello, Rico-De La Grange, Carmen Legorreta), sino que el historiador repite viejas tesis rebasadas de tiempos muy poco democráticos en España: las dolidas de Menéndez Pidal (De las Casas -y de refilón don Samuel- tendría la doble personalidad de un peligroso paranoico). Resulta que Krauze concluye como Patrocinio González Garrido: quien es ``revoltoso y alzador de indios'' es un peligro para el país.
Su solución propositiva (meta de la revista para justificar su opción crítica) es la del nuncio del grupo neocristiano de choque Los Amatulli, el terrateniente y casateniente Diego Andrés, ex párroco de Larráinzar, digno émulo de Tata Vasco (¡sic!) para que, a imagen y semejanza de la CEOIC, de la ARIC o de la CIOAC, exista una Iglesia ``oficial'' para atemperar los peligros de la otra: independiente, resistente y popular -como la de los mártires de Acteal.