La belleza en la ciencia

Luis Benítez Bribiesca

Es indudable que el pensamiento científico y los logros de la ciencia han sido capaces de revelarnos la transparencia racional de la naturaleza. El hombre ha podido entender los secretos del universo con tal precisión y profundidad que no deja de sorprender a los propios científicos. A pesar de todo, al quehacer científico se le considera ahora una actividad fría y desprovista de cualquier valor, aparte del descubrimiento de los fenómenos naturales. Los artífices de la ciencia de nuestros días, los científicos, parecen haberse olvidado de su contenido humano y estético.

la belleza Uno de los valores más importantes de los descubrimientos científicos es su belleza. Cada paso que nos acerca más al entendimiento de la estructura de la materia, a la inmensidad del cosmos o a la complejidad externa de la vida, nos revela un mundo imbuido a la vez en profundos misterios y hermosos diseños. La estructura del átomo y las partículas subatómicas con sus electrones, quarks y gluones; la inconmensurable grandeza del universo con sus galaxias, supernovas y singularidades, y la maravillosa complejidad y orden de los seres vivos, con sus moléculas repletas de información y su tenacidad replicadora, sorprenden no sólo por su grandiosa estructura y compleja interacción, sino por su extraordinaria organización estética.

Quizá por ello los grandes descubrimientos científicos, en contra de lo que pudiera pensarse, están cargados además de nuevas verdades de una belleza intrínseca. Algunos investigadores la buscan intencionalmente, otros la encuentran al realizar sus descubrimientos. Han sido los físico-matemáticos los primeros en aceptar sin ambages que la belleza y la precisión de sus formulaciones van de la mano. El gran físico matemático Paul Dirac, uno de los fundadores de la teoría cuántica, afirmaba que su vida la había encaminado a la búsqueda de ecuaciones bellas, es decir, elegantes, sintéticas y profundas. Las ecuaciones de Newton, Einstein y Heisenberg poseen ese carácter. Si bien para el lego en la materia es difícil descubrir la belleza de una formulación matemática, probablemente le sea más sencillo encontrarla en los reductos de la complejidad de la vida.

La doble hélice del ADN, con sus puentes de nucleótidos y la enorme información que almacena y transcribe, estremece no sólo por su estructura molecular, sino por su misteriosa belleza. La contemplación de la estructura y función de una célula, en la que cada uno de sus numerosos componentes es un microcosmos que debe actuar en sincronía perfecta para mantener la vida, además de dejarnos perplejos despierta la emoción de percibir una obra de arte de la naturaleza. šQué decir de la transformación de una célula fecundada en un organismo adulto, de la diversidad de formas de vida, del comportamiento estereotipado y elegante de los seres vivos, del proceso evolutivo y el surgimiento de la mente humana!

Y quizá lo más intrigante es que toda esa coreografía magistral del universo sólo puede ser apreciada y entendida por una sola entre los millones de especies: el hombre. Las demás parecen indiferentes. Su búsqueda continua de explicación del universo se basa en la perplejidad y el asombro que despierta la observación de los fenómenos naturales por su grandeza y su contenido estético. La mente humana está dotada de la capacidad para percibir y crear belleza. Por ello, la evolución cultural de nuestra especie está indisolublemente ligada a la creación artística y, consecuentemente, toda expresión cultural tiene un componente estético, incluida la ciencia.

Los científicos auténticos, no los maquiladores de ciencia que parecen multiplicarse en nuestros días, son creadores de una forma especial de belleza, distinta pero no ajena a las otras formas clásicas del arte. La experimentación, los registros, la obtención de datos, el uso de innumerables instrumentos y las largas horas en el laboratorio parecen actividades frías, impersonales y alejadas de un contexto estético, pero la integración sintética de los resultados y el surgimiento del nuevo descubrimiento es la obra de arte terminada. Es como una obra sinfónica: hay que componer los temas, elaborar el desarrollo, el contrapunto, las codas, etcétera, sobre un pentagrama. Luego cada instrumento ensaya su parte y finalmente en el concierto surge esa síntesis sonora que expresa toda la belleza de una obra de arte que cimbra el reducto emocional del escucha.

No sabemos por qué el hombre es proclive a la belleza ni qué ventaja evolutiva podría encerrar esa cualidad, ya que ninguna especie la ha necesitado para sobrevivir. Einstein conjeturaba alguna vez que lo único incomprensible acerca del universo es que es comprensible. Podría agregarse que es también incomprensible porque siempre encontramos en la naturaleza, al descubrir sus misterios, un goce estético que rebasa su descripción racional.

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