En rechazo de una ciencia pilonera
Carlos F. Amábile Cuevas
Muy triste me resultó leer las opiniones de Miguel Angel Barrón Meza en defensa de los pilones. Me inscribo en la categoría de los más virulentos detractores de esas propinas, tanto del oficial Sistema Nacional de Investigadores (SNI) como de las oficiosas versiones que cada universidad ha inventado. Mi prestigio académico no es, en la métrica de esos sistemas, nada sólido: el SNI me rechazó en 1996 (y para siempre, por lo que a mí concierne) porque era yo "nada más" autor de un libro, editor de otro y un artículo mío publicado en Cell, la revista especializada más influyente en el área biomédica, tenía "apenas 16 citas". Barrón sugiere que hay que "perfeccionar" los pilones, en vez de resetear el sistema de trabajo. Al margen de que, la mayor parte de las veces, "aprender el sistema operativo" no evita la necesidad de resetear, creo que hay una confusión peligrosa en la presunta defensa de los pilones.
Nunca he leído a alguien que sugiera desaparecer los mecanismos de evaluación junto con el dinero. Al menos en mi caso, he sostenido la imperiosa necesidad de elevar los sueldos de los investigadores, aun por arriba de la suma de los salarios y todos los pilones, de modo que la investigación deje de ser una labor que se pague a destajo.
Ningún otro trabajador universitario cobra en la medida de su desempeño: los burócratas no reciben comisión por los trámites que paralicen efectivamente, ni los de vigilancia por los delitos que su presencia evite (o cause), ni los rectores por las declaraciones desafortunadas (Ƒo sí?). Hace falta un sueldo "decoroso" (como dijo Barnés, refiriéndose a los sueldos de los académicos de la UNAM en su primer Día del Maestro como rector, perdiendo otra valiosa oportunidad para permanecer callado), en vez de ofensivas propinas que sugieren que, sin la presión, el investigador es un haragán que se dedicará a rascarse el ombligo.
En el mismo artículo de Barrón Meza se definen las más nocivas características de los pilones: son tan necesarios para el investigador como "el oxígeno que respira". A cambio, el investigador deberá seguir líneas de investigación rentables, a juicio de los comités de evaluación, que son copia fiel de los criterios estadunidenses, cuestionados incluso en su país de origen y nunca aplicados allá para pagar pilones. Si un investigador decide tomar una línea que no produzca artículos en revistas en inglés, o que no citen más de 16 veces, muere asfixiado: deja de recibir la mitad de sus ingresos, no calificará para apoyos del Conacyt a sus proyectos y estará en riesgo de perder los pilones intrauniversitarios.
La autonomía del investigador ųy la de las universidades, que ponen en manos de colegios invisibles la elección de las líneas de investigación "válidas"ų desaparece. La investigación científica se convierte en una mercancía que hay que venderle a los comités, y que en una comunidad científica tan pequeña y mediocre como la mexicana está además viciada por el amiguismo, el influyentismo y las rencillas personales y de clan.
Esos problemas estructurales no se solucionarán con parches. El problema no es fotocopiar ni llenar inverosímiles cuestionarios computarizados. La pregunta se reduce a Ƒpor qué no se le puede pagar un sueldo decoroso al investigador, en lugar de cubrirlo de pilones disfrazados de "distinción"? La respuesta más sencilla, y a la que se arriba desde cualquier ángulo, es que a nadie le interesa la ciencia.
Perpetuar un esquema que obliga al investigador a complacer comités para poder seguir "viajando en pesero, trabajando en software pirata y autofinanciando proyectos", no parece ser tampoco en beneficio de la ciencia (ni, dicho sea de paso, acicate para los que desean hacer investigación), pareciera más una forma del muy mexicano "ai la llevo". Si abolir los pilones equivale a resetear, defenderlos conlleva la posición de "ya entré, ahora sí, cierren la puerta".
La conclusión
sería que los pilones son buenos para una ciencia
pilonera, hecha por investigadores a destajo. Para el país
maquilador que tenemos, hasta esa ciencia es demasiado, acaso la que
se merece.
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