n El Nobel de Literatura, en un recorrido por dos zonas arqueológicas


En Monte Albán todo está en su sitio justo y magnífico: Heaney

n Recibió un ejemplar trilingüe del poemario La luz de las hojas con 13 serigrafías de Yagul

Angélica Abelleyra, enviada, Oaxaca, Oax., 14 de febrero n En efecto, entre ''la magnificencia'' de Monte Albán y ''las voces del viento y de la luz'' que se se escucharon en Yagul, el poeta Seamus Heaney ratificó su amor hacia la geología.

No fue sólo la sorpresa que el Nobel de Literatura mostró al observar el círculo de piedras que confeccionó en serigrafía Jan Hendrix para el precioso volumen de La luz de las hojas. Su cercanía con lo terrestre se manifestó de igual modo cuando en el tope de una de las pirámides en Monte Albán recordó:

"Hace poco estuve en el Monte Sinaí y me sorprendió, pero todo el conjunto de piedra en desorden tenías que reconstruirlo en la cabeza. Afortunadamente teníamos a Homero para imaginarlo. En cambio, aquí todo está en su sitio justo y magnífico", sostuvo el autor irlandés.

Toda la jornada en la capital oaxaqueña estuvo marcada por el descubrimiento. Luego de su arribo al mediodía, procedente de la ciudad de México, el ensayista recorrió las zonas arqueológicas de Monte Albán y Yagul, hermanadas no sólo por su belleza, carga histórica e imán cultural. Ambos entornos se asemejan en el desordenado crecimiento urbano de sus alrededores y su permanente indefención ante el fenómeno que pone en riesgo su integridad arqueológica y natural.

 

Toledo, el gran ausente

 

Primero en la zona de las colinas blancas, Heaney caminó entre la explanada, el observatorio y las escalinatas de esta área fundamental de la cultura zapoteca. A pesar de su pierna adolorida por una reciente operación de rodilla, el poeta observó las lápidas de los danzantes descubiertas alrededor del año 700 antes de nuestra era, y admiró la ubicación perfecta del observatorio desde el cual nuestros ancestros determinaban el orden de las estrellas para tomas de decisión de la guerra o para la buena cosecha.

La arqueóloga Nelly Robles ųencargada del sitio arqueológicoų fue la guía del narrador, así como de su esposa Marie y todo un grupo de funcionarios, poetas, periodistas y amigos del invitado especial, entre los que contaron Alfonso de Maria y Campos y María Cristina García Cepeda; Homero Aridjis y Pedro Serrano; el embajador de México en Irlanda, Daniel Dultzin; la traductora de la poesía heaneyniana, Pura López Colomé, así como los artistas Jan Hendrix y Martha Hellion, que reservaron su compañía al Nobel para Yagul.

El gran ausente en la jornada fue el pintor Francisco Toledo, quien desde la mañana descartó la posibilidad de estar junto al autor de Isla de las estaciones. "Déjenlo solo. Es importante que disfrute en silencio el silencio, acompañado sólo con sus más cercanos amigos. Además, no hablo inglés y si algo me preguntan de poesía no sabré qué contestar", dijo el pintor a manera de justificación por la ausencia.

Escritor atento a la carga de la "memoria", que de individual se torna en colectiva, Heaney comentó con Nelly Robles la importancia de las lápidas que revelan las imágenes de danzantes, guerreros y conquistados. Y en un esfuerzo por aprender algo de español y oír parte de la musicalidad que él aprecia en las palabras, deletreó co-si-jo, sonrió ante la ondulación auditiva que salía de sus propios labios, y quedó satisfecho con el aprendizaje sobre ese dios del agua que la guía le refirió en el trayecto.

 

Los vientos que escuchan

 

Antes de finalizar la primera parte del periplo, Heaney asintió al comentario de María Cristina García Cepeda: "Sí, estamos casi en la cima del mundo", para luego recitar "Azuuul, Azuuul, Azuuul", al ver el cielo marcado por nubes esgrafiadas. "Azuuul... I feel blue", apreció.

Camino a Yagul, la comida fue el marco para otra nueva sorpresa. Fue el momento en que Jan Hendrix puso en sus manos el primer volumen de La luz de las hojas, cuando el poeta abrió los ojos y expresó asombros al hojear el papel nepalés que contiene las trece serigrafías con el escenario prodigioso de Yagul, concebido como fortaleza.

"Siempre pienso que un libro es una suerte", le comentó Hendrix al obsequiarle la publicación trilingüe. "Así es, un libro es una suerte", siempre, refrendó el catedrático de Harvard que colaboró con el artista gráfico al enviarle diez poemas inéditos que conforman parte del tiraje de 64 ejemplares numerados y firmados, dirigidos a coleccionistas y algunos museos que así lo soliciten.

Luego de algunos mezcales, tasajo y chapulines degustados, Heaney transitó por el Laberinto de los siete palacios y por la zona baja de Yagul. Solo él, acompañado por su esposa Marie y la pareja Hellion-Hendrix, caminó en medio de esta área, que en total ocupa un mil 100 hectáreas, hace poco decretada como zona arqueológica y natural protegida, para evitar el deterioro que su similar Monte Albán ha observado en los últimos años.

Lejos de la prensa, a petición expresa del Nobel de Literatura 1995, el periplo estuvo marcado por el silencio ante la música del viento que allí impera. "ƑPlática? No. Más que nada nos quedamos mudos ante la maravilla", respondió Jan Hendrix, con quien coincidió Pura López Colomé al traer a la memoria una de las tantas metáforas de Heaney que cabrían en esos momentos, en Yagul: "Los vientos que escuchan".

El día concluyó con la presentación de La luz de las hojas en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, ya entrada la noche.