Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 15 y 18 millones de niños de países pobres o en vías de desarrollo tienen daños cerebrales permanentes por encontrarse envenenados con plomo. Este es un producto muy tóxico que se acumula en el aire y el agua y no es biodegradable. Se genera en las emisiones de la industria, la combustión de la gasolina y otros aditivos de los hidrocarburos; se halla también en latas de comida y en soldaduras, en las pinturas cromadas, la cerámica vidriada, los sistemas de conducción del agua potable, cosméticos, ciertos juguetes infantiles y hasta en artículos escolares. Las principales vías de absorción son la respiratoria y la digestiva.
El envenenamiento por plomo ocasiona serios daños en las mujeres en edad reproductiva y en los niños. Estos últimos se ven afectados en su desarrollo cerebral y físico, en su coeficiente de inteligencia. Igualmente incide en la salud de los trabajadores expuestos y en otros grupos ciudadanos. Una alta dosis puede causar convulsiones, coma, y hasta la muerte. El efecto varía según se trate de población urbana o rural, los niveles socioeconómicos y la alimentación. Dietas con bajo contenido de calcio, hierro, zinc y vitamina D incrementan la absorción de plomo.
En México las fuentes más importantes de contaminación por dicho metal han sido la gasolina, la cerámica vidriada y cocida, la pintura cromada, la soldadura de latas y otros artículos, por lo que el gobierno comenzó a principios de esta década a tomar varias medidas para evitar su presencia y, con ello, el daño al ambiente y la salud. Especialmente la gasolina con plomo ha ocupado la atención. Se calcula que cuando se consumía en el Distrito Federal y su área metropolitana se depositaban en el aire cerca de dos millones de toneladas del metal, hecho más grave aún por las condiciones geográficas y climáticas de la Cuenca. Cálculos médicos fijaron entonces en cerca de 250 mil los niños con plomo por arriba de cualquier norma, lo que los afectó en su sistema neurológico, en su inteligencia. Ya la gasolina que se vende en la Zona Metropolitana del Distrito Federal no contiene plomo, pero sí una parte de la que se distribuye en el resto del país. También se ha reducido en proporción importante de la cerámica vidriada, las pinturas, los artículos escolares y los juguetes; sin embargo, lo siguen emitiendo otras fuentes industriales, en especial fundidoras, fábricas de acumuladores y talleres de reparación de los mismos.
Son pocos los estudios que existen sobre los efectos del plomo en la salud de los mexicanos. Destacan los realizados por equipos dirigidos por los doctores Rottenberg, Palazuelos, Hernández y Muñoz en varias instituciones médicas y de investigación y que se refieren fundamentalmente al Distrito Federal. En cambio se sabe muchísimo menos sobre lo que pasa en el resto del país. Por ejemplo en Torreón, donde un grupo representativo de los niños de la zona tienen niveles del plomo en la sangre, superiores hasta cuatro veces la norma internacional fijada por la OMS. Muchos de ellos no sólo están en riesgo en su desarrollo neurológico sino que pueden morir. La contaminación por plomo en dicha ciudad abarca el agua, el aire y el suelo y se origina en la empresa Peñoles.
Desde hace tiempo las autoridades conocen muy bien lo que ocurre en Torreón. Sin embargo, no han evitado que cese el daño. Los centros de salud de la zona carecen de los equipos y laboratorio requeridos para detectar el peligroso metal en la población. Las muestras de sangre de los niños son analizadas en la ciudad de México. Esta falta de laboratorios se extiende a otras partes del país donde se sabe que el plomo afecta negativamente el desarrollo físico y mental de los niños. Por ejemplo, en las comunidades indígenas dedicadas a la alfarería.
Una vez más, mientras el gobierno dedica sumas enormes para reconocerle a los banqueros sus turbios manejos, los más pobres siguen discriminados. En el caso del plomo, del derecho constitucional a la salud, a tener un presente y un futuro dignos.