n Luis Linares Zapata n
Cultura y escisiones
La ruta hacia la democracia en México presenta tales disfunciones en sus consensos, que bien pueden ser catalogadas como verdaderas escisiones del ser nacional. La profundidad de tales quiebres es tan acentuada como las dramáticas diferencias en oportunidades para una vida digna entre las clases y los grupos. El resultado de ello se refleja de inmediato en las percepciones sobre la estabilidad de la nación pero, sobre todo, del futuro que le aguarda un poco más allá de la incertidumbre inherente a cualquiera de los sistemas políticos abiertos y plurales modernos.
A pesar del clamor por garantías de certidumbre y continuidad que se escuchan por todos los rumbos ideológicos y los sectores de actividades o interés, la verdad es que el riesgo entrevisto o certificado que ven y manejan corredu- rías, centros de inteligencia y estudio, bancos, organismos internacionales o simples ciudadanos, ha estado presente en casi todo momento y circunstancia de la actualidad reciente. Se sabe, por dolorosa experiencia, que no se logra la identificación inicial de los supuestos básicos que, al aceptarse por la colectividad, permiten levantar un piso seguro y confiable de actividades.
Las amenazas de rompimientos brotan todos los días entre los mexicanos ahí donde sólo debían existir las comunes disputas propias de una sociedad diversa. Pero lo hacen sobre todo en aquellos renglones que requieren conjuntar fuerzas o exigen esclarecer puntos esenciales del quehacer nacional.
Hoy se observan varios casos de esta naturaleza. Ya sea que se trate de la validez y legitimidad de un proceso electoral como el de Guerrero, de las modificaciones constitucionales para la privatización de la industria eléctrica o para la selección de candidatos por los partidos y las características de la llamada "gestoría" partidaria.
Todavía se oyen, con frecuencia inusitada, varias y conspicuas opiniones tocantes a la conveniencia de recurrir a los candidatos de unidad como método de selección interna de los partidos. Tal aberración desde el punto de vista de los agrupamientos que persiguen instaurar una vida interna transparente, participativa y responsable, no recibe de inmediato y de manera airada el rechazo de la sociedad y, en particular, de toda su parte más crítica y rectora.
Una ciudadanía de talante democrático no puede tolerar el planteamiento de esas candidaturas amasadas entre unos cuantos. La razón es sencilla: embargan, nulifican la concurrencia, las aportaciones de militantes o de la misma sociedad.
El procedimiento de estos amarres cupulares llamados de unidad es contrario a toda cultura ciudadana. Sin embargo, se sigue viendo cómo los partidos accionan con maniobras de esa clase. Que lo haga el PRI, por cuyos cauces vitales fluyen cánceres avanzados que no quieren ser curados, es reprobable pero concordante con la penosa costumbre de "la línea". Pero que lo pregonen dirigentes perredistas como la señora Padierna no debe ser permitido por su misma militancia y por el resto de la sociedad. No importa si las difundidas recomendaciones se pregonan para preservar la unidad institucional y ase- gurar los factibles triunfos electorales. Nunca serán razones válidas para incautar la soberanía de los ciudadanos.
Ser testigos de conductas delictivas como la violencia contra los electores para evitarles ejercer su voluntad electiva es un espectáculo que se creía desterrado. Lo sucedido en Guerrero certifica que no es así y el atropello tiene que ser condenado de la manera más enérgica posible. También deben ser enjuiciadas esas afirmaciones que reconocen, con el consiguiente cinismo (Biebrich), la práctica de la "gestoría" partidista entre los segmentos desprotegidos de la población. Dicha "gestoría" es una manera abierta de patrullar, de coaccionar la libertad de aquellos individuos que no pueden, por su deplorable condición, resistir la inducción del voto. Al menos es un intento encubierto de coartar la formación de una ciudadanía que quiere ser responsable de sus propios actos. Esa actitud es una condición primaria de la modernidad democrática. La tristemente famosa "gestoría" debe ser desterrada como práctica partidaria. Ese lugar lo pueden ocupar las ayudas, las asesorías para empujar la organicidad de la sociedad para que se haga más civil y más política y consiga por sí misma lo que necesita.
En Guerrero no hubo un proceso equitativo. El uso rampante de los recursos públicos en apoyo del candidato del PRI fue notorio y constatado por todos los rumbos del estado. Robarse una elección con tal desfachatez no es delito regional o caciquil, es un problema de gobierno y de Estado.
La decisión desde la cúspide del poder de no permitir el ascenso de un partido (PRD) y de un candidato del corte de Salgado Macedonio es un acto que tiene que ser revertido para deslindarse de la formación de camarillas criminales, respetar al elector y no estorbar el avance del país.