EUROPA ANTE EL PROBLEMA KURDO
La captura, en Kenia, del dirigente nacionalista kurdo Abdalá Ocalan, y su traslado en condiciones aún no reveladas hasta una prisión turca, han desatado una vasta y violenta ola de protestas en diversas naciones europeas. Los blancos más afectados han sido las misiones diplomáticas de Grecia ųen cuya embajada en Nairobi se encontraba refugiado Ocalan hasta antes de su detenciónų, Kenia, e Israel, cuyos servicios secretos pudieron haber colaborado en la captura o en el traslado del líder rebelde hacia Turquía; también tuvieron lugar protestas en la sede de Naciones Unidas en Ginebra, y en diversas legaciones en Sydney, Damasco, Moscú y Vancouver. El suceso más grave tuvo lugar en la embajada israelí en Berlín, en donde cuatro manifestantes fueron muertos a balazos ayer cuando intentaban ocupar el edificio.
Las protestas buscan evitar, en lo inmediato, que Ocalan sea juzgado en un país en el que se practica la tortura en forma habitual y en el que la pena de muerte se encuentra vigente, con el agravante de que Ankara ha prohibido el ingreso a territorio turco de los abogados extranjeros del dirigente preso y ha rechazado, en forma terminante, las peticiones europeas para que en el proceso legal se respeten los derechos humanos.
En el fondo, este episodio, lamentable desde cualquier punto de vista, expresa la gravedad del problema kurdo, es decir, la condición de un pueblo sin Estado y una nación sin territorio. Asimismo, la virulencia de las protestas kurdas en Europa no sólo coloca en primer plano la tolerancia de la UE ante la guerra de arrasamiento ųtres mil pueblos destruidosų librada en la época contemporánea por el gobierno turco contra la minoría kurda del sureste del país, sino también el incumplimiento, por parte de Europa, de los compromisos históricos que asumió tras la extinción del Imperio Otomano, en el Tratado de Sèvres ų1920ų, en el que se estipulaba la creación de un Estado kurdo.
Hoy en día, el Kurdistán está dividido entre Siria, Irak, Irán, Azerbaiyán y Armenia, además de la propia Turquía. De una u otra manera, todos esos países han reprimido a sus minorías kurdas. Los actos más atroces han sido cometidos por Bagdad ųque empleó armas químicas para exterminar a miles de kurdos a fines de los años ochentaų y por Ankara, cuyas fuerzas armadas han asesinado a decenas de miles de personas de ese grupo nacional.
Finalmente, la ira de los kurdos en Europa busca, también, poner en evidencia los dobleces de la diplomacia occidental, la cual se escandaliza por los crímenes serbios en Kosovo y en Bosnia, pero guarda un silencio hipócrita ante el genocidio de los kurdos perpetrado por Turquía.