La Jornada sábado 20 de febrero de 1999

Luis González Souza
Llamado al Congreso

Si había dudas, el reciente encuentro Clinton-Zedillo terminó con ellas. Al grupo gobernante en México no le interesa preservar la soberanía nacional. Más bien quiere malbaratarla. Y esto es igual o más grave que el problema democrático. De continuar la desnacionalización, a lo sumo lograremos la democracia más engañosa, donde los nacionales discuten bien y bonito, mientras extranjeros toman las decisiones clave.

Esa pseudodemocracia coreográfica, también conocida como ``normalidad democrática'', ya es perceptible. El encuentro Clinton-Zedillo en Mérida, el pasado 15 de febrero, sólo la ``normalizó'' más. Ahí se confirmó lo que ya muchos sospechábamos: debajo de la agenda oficial entre México y EU se desarrolla una agenda clandestina, que es la decisiva y la que narcotiza toda la relación de ambos países. Es la agenda de la desnacionalización mexicana y del vasallaje estadunidense. Es la agenda del sadomasoquismo: México pone las mejillas, y EU las cachetadas. Tan sólo por su clandestinidad, es la agenda de la antidemocracia.

En esta ocasión, las mejillas y las cachetadas aparecieron hasta en los detalles. Cual encuentro entre un emperador y un vasallo, trece minutos tomó a los esposos Clinton el descenso de su avión para poner fin a la penosa espera del matrimonio Zedillo. Minucias (?) aparte y cual cortina de humo, el encuentro arrojó un montón de acuerdos sobre los temas más variados: tuberculosis, delfines, aeronavegación, incendios, violencia fronteriza, sin faltar esa curiosa cooperación aparejada de nuevos créditos que lo mismo sirven para reciclar los negocios de EU, que para mantener a México como deudor cautivo y garante de nuevas sumisiones.

Pero tal diversidad temática no logró encubrir por completo el predominio del asunto preferido hoy por EU: la lucha contra el narcotráfico. Tanto así, que a veces hasta creemos que esa lucha va en serio. Aparte de relegar los temas que más interesan a México, la lucha antidrogas sigue ``negociándose'' conforme a las directivas del campeón mundial de las narcoadicciones. Tan sólo por la grotesca falta de autoridad moral que deriva de ese título, ya hasta el actual gobierno mexicano cuestiona la certificación antidrogas que anualmente expiden las autoridades de EU. En los hechos, sin embargo, cada vez hace más para no ser descertificado.

Aún antes de su visita, a Clinton se le obsequio un nuevo plan antidrogas acompañado de una explicación a domicilio por parte del secretario de Gobernación. Y después de la visita, han comenzado a ventilarse los nuevos compromisos derivados de la agenda clandestina: más compras de equipo a EU, más capacitación estadunidense a militares mexicanos, más injerencia en México de la DEA, el FBI y la CIA, más lo que siga encontrando la prensa responsable. Poco falta para entregar a EU una radiografía completa de México y sus pesares. Entonces sólo quedará rezar para que el Doctor Sam le gane la partida al Sam-Rambo.

Por lo pronto el Sam-McPato, vestido de FMI, ya está otra vez encima para impedir la quiebra de México, S.A. No así la quiebra y ``justificada'' privatización de la industria eléctrica y de los poquísimos resortes estratégicos que le quedan al país. Volvemos así al principio: el grupo que nos gobierna bajo el manto del neoliberalismo, no sabe o no quiere preservar la soberanía de México. Hay que voltear, entonces, hacia otros lados. En primer lugar hacia la sociedad, que por fortuna ya comienza a organizarse, por lo pronto, para defender la industria eléctrica. Y en segundo lugar hacia el Congreso, que hasta donde sabemos, está obligado a representar y defender los intereses de la sociedad.

Acaso lo más saludable de la visita de Clinton consiste en el reclamo sobre la certificación antidrogas que hicieron a sus contrapartes, algunos legisladores mexicanos (los pocos que fueron invitados) sin distingo partidista. Eso podría y debería ser el embrión de una especie de Cocopa (más congruente y eficaz) para defender la soberanía de México. Si en esto tampoco somos capaces de dejar a un lado las camisetas partidistas, luego no podremos llorar --ni siquiera disputar en las urnas-- lo que no supimos defender como mexicanos.

Diputados y senadores de todos los partidos deberían conformar, pero ya, una Comisión para la Defensa de la Soberanía. Tarde o temprano, hasta muchos estadunidenses lo agradecerán. Los mismos que en verdad buscan una relación sana con México.

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