La Jornada Semanal, 21 de febrero de 1999



Omar Ortiz

entrevista

Con Fernando Cruz Kronfly

Fernando Cruz Kronfly es uno de los narradores colombianos más prolíficos y representativos de la generación posterior a García Márquez. Ha publicado ensayo, cuento y novela. Recientemente se publicó en México La caravana de Gardel. Aquí hace un recuento de la novela colombiana actual y del camino (pedregoso) que el pensamiento se ha visto obligado a seguir, acosado por las leyes de la charlatanería convertida en utopía milenarista.

Le gustaría que planteáramos una relación entre la obra anterior de Fernando Cruz Konfly y El embarcadero de los incurables, que no sólo es su última novela sino la mejor lograda, entre otras cosas porque allí están condensadas todas las preocupaciones vitales que ha venido trabajando a lo largo de su obra. Básicamente la relaciono con La ceniza del Libertador por su postura frente a la desesperanza, es decir, a esa actitud de derrota y de antiheroicidad que nos caracteriza a los colombianos y a los latinoamericanos en general.

-Esta obra, y mi obra en general, está escrita a contracorriente de lo que predomina en los países hispanoamericanos, y en Colombia con mayor razón, que es una especie de concepción heroica estrechamente ligada a una suerte de esperanza mesiánica sin fundamento. Yo trabajo desde una perspectiva que no es pesimista, pero que sí parte del principio de que el sentido de mundo no existe por sí mismo sino que es dado por nosotros, y que el mundo es fundamentalmente casualidad y carencia de sentido. Eso se expresa nítidamente en la novela y también en los ensayos. Me parece que explorar la condición humana -según Kundera, el destino de la novela, y yo comparto ese punto de vista-, explorar la naturaleza de la condición humana y su complejidad, pasa por el proceso de desmitificación de un mito más de la modernidad: el de la historia, del sujeto centrado en la razón.

El sujeto no está centrado en la razón solamente, está centrado en el conflicto entre la connaturaleza razón-instinto, cultura y naturaleza.

Entonces en la medida en que uno, a través de una historia, de un relato novelado, ponga en evidencia esas flaquezas, esas realidades de la condición humana, contribuye a esa exploración. Ahora, en esta novela también existe algo que se reitera en novelas anteriores, sobre todo en La ceniza del Libertador, y es el viaje, la obsesión del viaje como un motivo. Finalmente creo que aquí también hay el mismo propósito formal, que quizá inicié con Falleba y en los cuentos, como un propósito literario expreso. Dicho de otro modo, para mí las obras libertarias tienen dos pisos, un primer piso que es la anécdota y un segundo que es la construcción formal. Cuando las obras literarias no ofrecen al lector sino un primer piso, no me llaman la atención. Me preocupa una literatura que tenga dos pisos, es decir, el anecdótico que obviamente debe tener, hay que echar un cuento, hay que echar una historia, pero lo que más me interesa es que esa historia esté revestida de un logro formal. Ese es el propósito que uno tiene, mas no sé si se alcanza.

-Hablando de esa circunstancia formal, tan importante en toda obra, muchos escritores colombianos e hispanoamericanos, para situarnos en esta parte del mundo, plantean que cada vez se escribe peor, ya que la estructura formal se ha descuidado totalmente, lo que implica la muerte de la novela. Lo afirmó hace poco Fernando Vallejo y lo ha venido sosteniendo çlvarez Gardeazábal, que va más allá y plantea que la velocidad de internet es el entierro del género novelístico, ¿será cierto?

-Eso tiene de verdad y de discutible muchísimo. Internet, los videocasetes, la televisión y los medios de comunicación trabajan con soportes de signos diferentes a los que utiliza la literatura tradicional, escrita en papel. El papel es el soporte de signos.

Pero lo que está en el fondo de los medios de comunicación y de la literatura, salvo la literatura oral, es el soporte físico de los signos que va desde un disquet hasta el papel. Lo que en realidad puede estar amenazado es la novela tradicional escrita en papel. Pero no la ficción. La ficción es una necesidad antropológica. Me preocuparía, en consecuencia, si de lo que estuvieron hablando es del fin de la necesidad de la ficción en la condición humana.

-Otra preocupación constante de Fernando Cruz Kronfly en la novela y el ensayo es la del ser humano como transeúnte. El río, la avenida, el ciudadano, viven su vida y a la vez construyen otra que padecen. Frente a esta casi fatalidad, que es muy poética y que Cruz Kronfly trata poéticamente cuando Uldarico reflexiona frente a lo que sucede a su alrededor, se percibe una gran influencia de la poesía en su narrativa.

-El gran género es la poesía. Y por eso la prosa que me preocupa es una prosa poética, y me refiero a una prosa que trata que el lenguaje no sea obvio, sino que tenga niveles de elaboración formal, que las palabras aparezcan reunidas de nuevo por primera vez. Similar al mundo de la poesía. Es que la novela también está construida con fragmentos. Una de las grandes crisis de Occidente es la percepción de que el mundo no tiene sentido. Entonces, de la vida queda una suma de fragmentos que nosotros tratamos de unir hasta donde pueda ser unible, pero que no se puede cicatrizar del todo. La vida termina siendo causalidad, en ese sentido, un proceso sin esperanza, porque no conduce sino a la muerte. Y en el fondo de mi obra, a pesar de que no se hace explícito, hay dos formas de pensar este sentir, la de Heidegger con la idea del hombre como un ser para la muerte, y la de Georg Trakl. El poeta, uno de los más grandes para mí, también está muy afligido por la idea de La tierra que atardece. Ya sabemos que es la tierra de Occidente, donde atardece porque los grande mitos se han derrumbado y lo que queda en el fondo es la desesperanza producto de la lucidez. En ese sentido me parece que la palabra la tiene la poesía.

-Se podría llegar a pensar, leyendo estos ensayos y esta última novela de Cruz Kronfly, que la gran tragedia del hombre actual es la pérdida de la Razón Ilustrada por la Razón Instrumental impuesta por el capitalismo. Es decir, el capitalismo avasalló su misma lucidez y encontró el lado oscuro del espejo, hundiéndose en un túnel del que no hay salida. Entonces el hombre y la mujer asumen posibles tablas salvadoras como los horóscopos, la hechicería, el esoterismo, la nueva espiritualidad o nueva era, que es lo más viejo que existe. Pero al leer los ensayos da la sensación de que su autor clama por el retorno a la Razón Ilustrada olvidándose de esa parte irracional que nos habita.

-Si nosotros fuéramos capaces de asumir la irracionalidad y la animalidad tal cual, no tendría ningún problema. Lo que me molesta es que convirtamos en Ilustración la Edad Media. Que convirtamos en la nueva razón de fin de siglo los antiguos mitos arcaicos. Y que no caigamos en la cuenta de que todas esas elaboraciones, horóscopos, cartas astrales computarizadas, líneas psíquicas y este tipo de cosas, no sean más que charlatanerías que le quieren dar salida al deseo de no morir y en cierto modo al instinto.

Entonces, pongámonos de acuerdo, si somos conscientes de que todas esas cartas astrales y demás, no son más que apoyos para terminar la existencia y para vivirla de un modo que nos parezca más seguro, acompa-ados por los astros, por los dioses, es decir, si no somos capaces de asumir, como decía Kant, la mayoría de edad. Si no somos capaces de asumir nuestra soledad, asumir la vida en nuestras propias manos, admitimos abiertamente y con un cierto cinismo que en consecuencia nos vamos a entregar a una serie de creencias que reencauchan y reeditan viejas prácticas y ritos medievales, entonces está bien, yo admito que en algún momento necesitamos ciertos soportes.

Pero lo inaceptable es que la charlatanería se termine convirtiendo en un discurso que justifica el miedo a la soledad. Algo así como la idiotez colectiva convertida en teoría.