La Jornada Semanal, 21 de febrero de 1999
De esto no habló palabra la Bestia Inmunda.
Diezmos, primicias, sacrificios humanos,
Ahora que se pudre la Bestia Inmunda
Por fortuna inventamos la contrición,
Hagamos tabla rasa del tiempo viejo
Jamás nos ordenó que la
aduláramos.
Pero siempre alabamos sus feroces tentáculos,
sus
colmillos sangrantes,
sus garras ávidas.
incienso, mirra, cánticos,
discursos:
no ahorramos nada para congraciarnos con ella,
para
obtener su aprobación
o su clemencia ya en el peor de los
casos.
nos hemos vuelto
autocríticos.
Quemamos sus retratos y destruimos
sus monstruosas
efigies.
el arrepentimiento que nos
salva de todo.
hasta que llegue la otra Bestia
Inmunda.
En la guerra perpetua
Pero cómo elogié su claridad,
entre los Hijos de la Luz y los Hijos
de
las Tinieblas,
me afilié con el bando de las Tinieblas.
su transparencia, su brillo.
De
qué manera impuse la veneración
hacia lo oscuro, que llamé
luminoso.
Y los obligué a sangre y fuego
a decir que veían el
sol
cuando era noche profunda.
Qué suerte tuve: no aprendí a morder.
Los animales de mi especie
No luchan con pitbulls hasta desgarrarse.
Los deportes violentos nos horrorizan.
Y limpios de agresión vamos entrando
Y para defenderme sólo
cuento
con mis púas afiladas.
Cuando me erizo nadie se me
acerca.
no hacen servicio militar,
nunca van
a la guerra
ni sirven en las fuerzas policiales.
Tampoco han sido miembros
de ninguna jauría.
Jamás se encarnizaron con los ciervos
ni
desventraron conejos.
Damos la espalda
cuando
en el Coliseo tinto en sangre
otros se hacen pedazos a
dentelladas.
en las fauces abiertas del
matadero.
Las torres se derrumban y no se vuelven a alzar.
El humilde
hormiguero siempre regresa.
La luz cae sobre la mesa del hombrecito
que repasa algunos fuegos
y
descose las espaldas de la unidad.
La luz avisa que se va a
ir
con una especie de apagación que
sobreviene y entra el
desierto, la incierta
boda del hombre con su furia. Un
perro
conversa con los astros y la casa
se llena de compañas
oblicuas
y chillonas. El mal está ahí, sentado.
El hombrecito
moja la pluma
en sangres que no existen, enredadas
en monstruos
mismísimos y
países visibles que crujen.
Pide bueyes que le
arranquen el corazón
mientras revuelve los infiernos.
Qué fiesta la de la alegría nueva
sobre el viejo color.
Dafne se
hace pluma y vierte
luz y tiempo en la razón de piedra.
Le
escriben versos en la ciudad
que pisotea a la justicia. Dafne
huye
de los papeles que la ciñen.
Nadie la merece, pero
a
veces se la encuentra en
humillaciones de la realidad.
No está
escrita aún, como un cabello largo.
Se la ve tan claramente
en
el árbol que fue, convertido en vanidad.
Ella ocupa la desolación y
nada se le concederá.
Ni el asombro idéntico a ella misma.
Sólo
busca un recuerdo donde pueda
ser suave y, en un momento,
niña.
Cierra los ojos ante el viento
que agita su pollera
y
sobre ella cae la vida continua.