La Jornada Semanal, 21 de febrero de 1999
Fascismo liberal
Clinton, el Rasputín de la política estadunidense, se ha vuelto a salvar de otro escándalo. El senado decidió perdonarlo y olvidar el affaire Mónica en buena medida debido a que su popularidad es tal que hubiera sido un suicidio político destituirlo. Si en algo podía confiar Clinton era en que sus compatriotas están convencidos de vivir una era de bonanza sin precedentes. No obstante en ese país, como en el resto del mundo (incluyendo las demás potencias), las condiciones actuales de vida de los trabajadores no son mucho mejores de las que padecían en la década de los setenta. Es cierto que el poder adquisitivo del estadunidense promedio ha aumentado (debido en buena medida al abaratamiento de muchos bienes manufacturados a bajísimo costo en China, otras naciones depredadas del sudeste asiático y, por supuesto, nuestra frontera maquiladora), pero su situación no es definitivamente digna de lo que podrían esperar los ciudadanos del primer poder mundial en términos de salud, vivienda y educación. Esto se debe a que en el umbral del siglo XXI, el trabajo humano ha dejado de ser el motor de la política y economía del libre mercado. Hoy el mundo entero ha asumido que el único modelo económico viable es el neoliberalismo, una filosofía política originada durante la década de los '80 en occidente que en palabras de John Armitage, de la universidad británica de Northumbria en Newcastle, es una manifestación del ``fascismo liberal: libre empresa, globalización económica y corporativismo nacional''. Una de las características más aterradoras del discurso modernizador neoliberal es que la mano de obra no especializada (y medianamente especializada) ha sido desplazada por el culto tecnológico.
Revoluciones tecnológicas y reacciones sociales
El principal producto secundario de la revolución industrial fueron las grandes revueltas intelectuales y sociales que dieron lugar a la revolución rusa, a la división del mundo en dos bloques y a casi medio siglo de guerra fría. Como se ha repetido hasta el cansancio, la Unión Soviética no fue derrotada por los misiles ni los submarinos nucleares ni las intrigas de la CIA, sino por la proliferación de faxes, copiadoras, comunicaciones vía satélite y las intrigas del canal de noticias CNN. Venció el bloque que ofrecía el mejor entretenimiento, las comunicaciones más eficientes y la mayor apertura, es decir el primero en entender que las masas distraídas eran inofensivas para los intereses de las élites. Estas tecnologías fueron engendradas,adoptadas y popularizadas por el neoliberalismo y, como escribe Armitage en su texto The Politics of Cyberculture in the Age of the Virtual Class (accesible en http://www.ctheory.com): ``...mientras el pancapitalismo parece dejarse impregnar por diversas fuerzas políticas antagónicas y sobrevive sin mayor oposición, en esencia depende de un discurso tecnológico neoliberal''. Hoy, que aparentemente han sido conjurados los espectros del socialismo, estamos viviendo los albores de una nueva revolución del pensamiento y de los medios de producción, la cual, de manera semejante a la revolución industrial, trae consigo a una serie de ambiciosos profetas del desarrollo cuyas ideas a su vez están encendiendo un tremendo debate acerca de la imposición de restricciones, impuestos o controles a los dueños de los medios de producción. Un ejemplo de estos profetas es la editora de la revista Reason, Virginia Postrel, quien se ha unido a la lista de los tecnoptimistas con su vociferante y provocador libro The Future and Its Enemies (Free Press, 1999) en el que plantea que la batalla por el futuro la van a librar dos bandos, los dinamistas y los estatistas, siendo los primeros aquellos políticos, científicos, empresarios, inventores y visionarios que confían en el inmenso poder de la imaginación, detestan cualquier control gubernamental y creen que uno debe lanzarse a la conquista del futuro sin tener un plan definido sino más bien dejando que el azar de la invención nos conduzca. Los estatistas en cambio quieren disciplinar a la creación y la tecnología mediante mecanismos censores. Para Postrel son igualmente estatistas los verdes y los conservadores, que los científicos que se oponen a la manipulación genética y todo aquel que no cree que las restricciones del mercado son equivalentes a las restricciones del espíritu creativo (como escribió alguna vez Ayn Rand). Postrel cree que la economía de mercado es una madre pródiga de progreso y bienestar que necesita operar en plena libertad. Hace falta ser muy ignorante o tener muy mala fe para olvidar la contaminación, devastación y terrorismo laboral que ha dejado a su paso el espíritu empresarial (privado, público o mixto) con tal de incrementar sus ingresos. Las ideas de Postrel son muy representativas de la utopía tecnológica neoliberal, la cual se da golpes de pecho en nombre del mercado cuando en realidad es la herramienta más poderosa de las megacorporaciones, los monopolios y demás engendros capaces de transformar hasta el mercado más vital en un antimercado cautivo, sumiso y enajenado.
Comentarios a:
[email protected]