El dilema de aumentar la productividad científica

Hace unos días, el premio Nobel de Medicina (1959) Arthur Komberg señaló que "México está marginado de los avances de la ciencia", y que el país está completamente rezagado en el contexto de la ciencia mundial. El director del Cinvestav, doctor Adolfo Martínez Palomo, señaló a manera de respuesta, no muy convincente, que la ciencia mexicana va en el tren del progreso, pero en "clase turista".

La realidad es que, globalmente, lo dicho por Komberg es la verdad, aunque algunos científicos mexicanos sean de alto nivel y alcancen un número importante de citas registradas en el Oltatlon Index. No hace mucho, en Scientific American se publicó que dentro de la producción científica mundial la contribución mexicana es sólo de 0.33 por ciento.

investigacion y coutas Ante esa innegable situación, vemos que aunque los presupuestos para investigación del Conacyt y la UNAM no hayan disminuido en términos de cantidades en moneda nacional, en la práctica la constante devaluación del peso sí los ha reducido en cuanto a posibilidades de adquisición de equipo e insumos para investigación.

El dilema consiste en cómo aumentar la productividad científica del país medida como número de trabajos en publicaciones extranjeras. La solución no es facilitar y regalar los grados universitarios, como es el caso de la supresión de la tesis profesional que, mal que bien, implica un esfuerzo de investigación que a veces conduce a publicaciones internacionales. Tampoco resuelve el problema elevar las cuotas de la colegiatura y los exámenes profesionales en la UNAM.

La educación superior debe ser gratuita por mandato constitucional y su presupuesto elevarse aun con sacrificios. Muchos universitarios, y mexicanos, piensan que con lo que se ha sustraído del presupuesto nacional y con las pingües ganancias de los negocios de los funcionarios públicos ųpor ejemplo el Fobaproaų, México podría tener fácilmente dos o tres universidades de primer orden, y que no es justo que ahora parte de ese latrocinio lo pague la población estudiantil. Pero si la educación es gratuita, debe haber también obligaciones para los universitarios.

Indudablemente, el repudiado y reaccionario examen de admisión debe implantarse para todo aquel que aspire a un título profesional, venga de donde venga, y deben acabarse las concesiones, logros para muchos, otorgadas a alumnos irregulares y demás fósiles, y también a profesores académicamente paralíticos que son un lastre para la UNAM.

El elitismo a que aspira la UNAM debe ser intelectual, sin distinción de condición social o de credos políticos y religiosos. Si a los egresados se les pide que cumplan algunos requisitos a cambio de los 20 centavos que pagan anualmente, tal vez algunos se interesen por la ciencia y México pueda subirse al carro del progreso. Raúl Cicero