Rolando Cordera Campos
Acordar para desarreglar: la consigna de la hora

Si algo está claro hoy en día es que nuestros representantes y mandatarios para realizar la democracia no se ponen de acuerdo. Ni siquiera lo hacen para encontrar los aspectos de la política nacional en los cuales nadie puede darse lujo de no buscar un acuerdo.

En el caso de la electricidad, que hoy focaliza nuestra vocación para confundir democracia con necedad, empezamos a movernos en aguas turbulentas. Vale la pena detenernos en él una vez más, porque resume esta especie de obsesión tanática de nuestra democracia en estreno.

De una parte, el secretario Téllez ya pintó una raya que no va a ser fácil borrar. De un lado los ``retrógrados'', envenenados por un trasnochado nacionalismo; del otro los partidarios del progreso que apenas han visto la luz brillante de la privatización milagrosa. El secretario nos advierte, además, que la iniciativa presidencial no es ``para negociar'' porque ésa es la última palabra del Ejecutivo y tocará al Congreso decir la palabra final. Curiosa manera de gobernar en código moderno: si algo es propio de los gobiernos de la época terminal del siglo XX, es su disposición a negociar y dar salidas reflexivas al conflicto endiablado en que se ha convertido el orden social de esta fase de la globalización. Pero en fin, siempre puede innovarse en la materia.

Del lado opuesto, se forma una coalición ``patriótica'' que no hace otra cosa, hasta ahora, que confundir el debate al máximo con tal de sumar adhesiones: desde Chiapas ya lo hicieron Marcos y su EZLN, y ahora se apresuran a hacerlo muchos otros de la falange marquiana; se trata, ya se había dicho, de cortarle las uñas al nefasto neoliberalismo y, ahora, de luchar por la libertad y contra la esclavitud, como lo ha planteado el presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador. De seguir como vamos, terminaremos preguntándonos si en verdad requerimos de la electricidad para vivir.

No es éste el debate serio y responsable que busca el Presidente. Pero no son sólo los populistas y nacionalistas quienes lo impiden. Desde el gobierno se le mete leña al fuego y el humo que así se provoca parece destinado a ocultar lo fundamental que en efecto está detrás de la iniciativa.

Empecemos con preguntas elementales. ¿Cuánta energía requiere México para no encallar en la carencia eléctrica en los primeros años del próximo milenio? ¿Cuáles son las fases, si las hay, para acometer esta tarea decisiva para el desarrollo? ¿Cuál es la mejor mezcla de actores productivos para ir por delante de los faltantes detectados? ¿Es incompatible un régimen mixto, público-privado, con el aumento rápido de nuestra capacidad generadora y la creación de un mercado eléctrico en el camino? ¿Por qué?

Antes, habría que pedir de los duelistas más explicaciones: ¿Por qué se frenó el gasto en la expansión del sistema eléctrico nacional? ¿Por qué por tantos años (casi veinte en términos reales) se detuvo el gasto programable y disminuyó el gasto de capital en proporciones escandalosas, tratándose de una inversión clave para la expansión del sistema? ¿Sólo por razones fiscales?

Pero, por otro lado, ¿son las relaciones laborales dentro de Luz y Fuerza las mejores para impulsar una ampliación como la que se requiere? ¿Son sólo parte del ``terrorismo informativo'' las mil y una leyendas negras sobre las prebendas del Sindicato Mexicano de Electricistas, sobre la casi absoluta inflexibilidad de los equipos de reparación y mantenimiento; sobre la imposibilidad de los directivos de tener asesores, jefes de prensa, etcétera, porque ése es territorio ganado por el sindicato? ¿Por qué el SME ha rechazado una y otra vez lo que parece ser una lógica, indispensable, integración del sistema? Por último, pero no al último, como lo constataremos en el futuro: ¿qué tiene que hacer el señor Rodríguez Alcaine al frente del SUTERM?

Item más: no hemos escuchado aún la voz de un actor central de la historia eléctrica mexicana: la de los ingenieros que hicieron posible lo que tenemos, nada despreciable por cierto. Con su concurso y la respuesta a preguntas como las sugeridas, podríamos empezar a dejar de ser adánicos y a asumir una historia que no puede contarse de una sentada, dando por sabidos y compartidos los ``desastres'' de la era nacionalizada. Empezaríamos a usar la historia en el mejor de los sentidos del término: para tratar de no repetir errores.