José Cueli
El que pudo ser... Capetillo

¡ Fue Guillermo Capetillo!... Lástima de tener que empezar mi crónica así: ¡Fue Guillermo Capetillo! Pues el torero que conoció la apoteosis torera carece en la actualidad de presente indicativo. Capetillo pasó a la historia. -Fue-, sus perfiles tan rotundos en sus principios se deshicieron lentamente en la infinita tiniebla de las cosas idas. Sólo detalles con música de duende, quedaron de aquel artista que encendía los tendidos con la hondura de su toreo. Lo tangible se le volvió sombra. Lo palpitante sólo recuerdos, y en la tarde de ayer unas medias verónicas con aroma a torero caro, al igual que algunos naturales y trincheras, perdidas en el conjunto de su quehacer.

De su magnífico pretérito, de cuanto pudo significar en la fiesta de lo que prendía a los toros sólo quedó una caricatura de este torero, en que los rasgos culminantes de la raza se reflejaban en la manera de guardarse en melancólica sobriedad: mística y triste. Hoy un hombre maduro, lleno de un miedo impreciso, miedo de espera que flota sobre él, queda perdido en la inmensidad del coso. Nada parece esperar ya.

Un silencio denso, hondo subía del ruedo al torear a la verónica Capetillo y se iba por el espacio. La obscuridad creciente vigorizaba el callado hechizo de la plaza. Chispazos de arte quitaesenciado como pocos, pero, sin ligación, sin enlace. Lo cual determinaba que las sensaciones en los aficionados fueran frías e indiferentes, de una parte la sombra, en la otra el silencio, cada vez, más intenso. Aquel andar lento balanceado, ido de Capetillo dejaba su rostro, de dolor, de abandono.

Atrás quedaba la portentosa faena a Gallero, que fue viento silbando entre los tendidos. Aire que se llenaba de bouquet atabacado que acariciaba al traer en sus hondas la melodía torera. Una melodía muy mexicana que dejaba huella en la afición. Una visión capetillesca que fue luminosa y revelaba libre y rebelde la propia personalidad de este pedazo de torero, que no quiso serlo. Terminan sus días con arranques pueblerinos en su intento de llegarle a la afición. No era creíble que desconociera el espíritu que proyecta al tendido por los trazos de su pequeño capotillo que aún colorearon la plaza y la llenaron de poesía en esas medias verónicas de lujo llenas de hondura y torería. Melodía que todavía fascinó el aire nativo con ayes y quejidos mezclados de dulces sentimientos muy a lo mexicano.

Luces intermitentes las de Guillermo Capetillo con los torillos de Montecristo que fueron ideales para el toreo actual y fueron desaprovechados por los alternantes. Bobalicones, con clase dos de ellos y bravos con los caballos. Uno, el tercero, literalmente planeaba y pedía una muleta que no tenía Miguel de Lahoz, sin sitio, pero, apuntando detalles que permiten suponer que puede ser, si se le dan corridas. Tomó la alternativa David Luguillano, el diestro vallisoletano, a su vez con detalles, terminó en la enfermería de la plaza. De las orejas ni hablar, puesto que ya no significan nada en la Plaza México. Lástima de tener que escribir mi crónica... ¡Fue Guillermo Capetillo!, que pudo ser el mejor y acaba perdido en el montón teniendo el capote más fino del toreo mexicano de los últimos años.