n Mixtura de esencias y olor a dinero en Bellas Artes


Domingo y Romanko, acción de

culpas y perdones en Fedora

n El público de México es ''muy caliente'', reconoce la soprano

Jaime Whaley n La hermosa Olga Romanko lo negó rotundamente, ''oh, no, no,'' pero la aseveración de una dama que la aguardaba a la salida del foyer de Bellas Artes pudo bien ser más que un cumplido, cuando le dijo que había estado mejor que Plácido.

La tórrida escena final de Fedora tiene a la soprano moscovita y al tenor nacido en Madrid, formado en México pero, sí šqué caray!, aunque esté trillado, de arte inconmesuralmente universal, en una acción de culpas y perdones.

Fedora, o sea Romanko, canta echada en el suelo, acepta la disculpa de su amado Loris, el señor Plácido Domingo Embil, quien a su vez ya le acepta que ella haya contribuido a la muerte de su hermano y de su madre.

Plácido, que también es generoso, dejó a la Romanko abrir el tono para concluir el drama del compositor italiano Umberto Giordano y del escritor francés Victorien Sardou.

El dúo de amantes se solaza tanto en lo de la trama como en desparramar su sensibilidad, ofrecerla a un público que colma el marmóreo recinto y que aplaude incesantemente por dos, tres, casi cuatro minutos y obliga a los magníficos cantantes a salir igual cantidad de veces.

''Muy caliente el público de México'', reconoció la Romanko, ''especialmente hoy''.

 

Chopin, 150 aniversario luctuoso

 

La temporada de ópera de este 1999 comenzó con esta bien montada producción que se puso por primera vez aquí en la capital del país, hace una centuria, en el famoso Circo Orrín, un año después de su estreno en el teatro Lírico de Milán.

La función dominical vespertina que puso fin a una serie de tres presentaciones a lo largo de la semana, dicen, fue a beneficio de lo que pronto se constituirá como el Patronato del Palacio de Bellas Artes.

Damas y caballeros, casi todos parte de la Sociedad Internacional de Valores de Arte Mexicano, inundaron de moda la sala.

A la vez hubo mixtura de aromas, esencias francesas, lavandas inglesas, pero sobre todo olía a dinero.

Afuera, en la explanada, se dispuso de un pantalla gigante y el populacho también gozó del espectáculo de la ópera Fedora.

No son muchos los que hoy día pueden desembolsar mil 500 pesos por un boleto, pero dada la categoría de los protagonistas, uno que otro amante, sin falsas pretensiones, del belle canto, se dejaron caer al interior como ocurrió en el caso de Ileana Canchola, incipiente en estos menesteres del gorgoreo, que aprovechó bien la oportunidad y abrazó emocionadamente a Domingo.

''Que Dios lo bendiga'', le sentenció cuando éste apuradamente dedicaba autógrafos a una veintena de fans, quienes se acercaron al tenor.

''Espero escucharla'', fue la respuesta del tenor al arrojo de la atractiva norteña.

A la calidad de los ya mencionados se sumaron los talentos de la soprano mexicana Lourdes Ambriz, espléndida en su papel de la alegre Olga Sukarev; Jesús Suaste con una soberbia interpretación de De Siriex, y Gustavo Rivero Weber, pianista, que siguió con la fantasía chopinesca iniciada en la mañana cuando la Orquesta Sinfónica Nacional conmemoró el 150 aniversario luctuoso del célebre compositor polonés.