n Ugo Pipitone n

La Iglesia y Pinochet

El Grupo de los Siete acaba de reunirse en Bonn para discutir temas de gran relieve como el nuevo paquete de reactivación económica aprobado por el Parlamento japonés, la propuesta alemana de reducir las tasas de interés en Europa, el plan británico de alivio de la deuda externa de las naciones más pobres y las preocupaciones estadunidenses acerca de una economía mundial que crece lentamente y obliga a Washington a cargar con déficit comerciales descomunales. Como es obvio hay sobrado material para la reflexión. Y sin embargo, en la nota de hoy no discutiremos ninguno de estos temas.

Ocurren a veces acontecimientos que se imponen con una prepotencia irremediable al observador. Me disculpo por no poder ocuparme hoy de los temas económicos acostumbrados, pero me resulta imposible dejar sin comentario una carta, epístola la llamarán tal vez en el Vaticano pensando en San Pablo, enviada a Londres desde Roma algunas semanas atrás. La Iglesia católica acaba de reconocer haber pedido, a través de la misiva mencionada, la liberación de Augusto Pinochet, que espera actualmente en Londres la resolución de los siete lores encargados de devolverlo a su país o entregarlo a un justo proceso en España. ƑQué decir? Hay límites que incluso aquellos que se sienten autorizados a hablar en nombre de Dios, no deberían rebasar. El límite mayor, me imagino, debería estar en algún cruce entre un sentido mínimo de humanidad y la decencia política. Pero la curia romana, y su anciana cabeza polaca, decidieron continuar una tradición espantable de inhumanidad e indecencia que desde el Santo Oficio, pasando por el silencio de Pío XII acerca del Holocausto de los judíos, llega hasta el oscurantismo reciente acerca del sida, el divorcio, el aborto, etcétera.

Probablemente a nadie en la historia entera de la humanidad se le han tolerado más infamias que a la Iglesia romana. Esa misma Iglesia que pide actos de contrición a todos y que no solamente no es capaz de mirar su propia historia de una manera apenas decentemente crítica, sino que acaba de asombrarnos con una infamia mayor: pedir la liberación de un jefe de Estado surgido de un golpe militar que asesinó a mansalva a miles de mujeres y hombres. Pío XII no llegó a pedir la exculpación de los criminales nazis en Norimberga. Juan Pablo II supera ahora la marca previa. Confieso que no puedo entender un despropósito de este tamaño. Por años, el pueblo de Chile vivió en el terror, enmedio de asesinatos y torturas decretados en sótanos asquerosos por unos militares que, sin control social alguno, se sentían defensores de Cristo y de Occidente. Dos causas que merecían, a sus ojos, cualquier clase de atrocidad. Y Juan Pablo II acaba de mostrar con su carta que torturadores y asesinos tenían razón, si su jefe máximo merece evitar tribunales y castigos.

Como un humilde agnóstico, que intenta mirar la vida sin dioses de por medio, lo único que puedo decir es que la Iglesia católica acaba de cometer una vileza más, que en tiempos mejores que éstos exigirá disculpas y explicaciones. Una disculpa, antes que nada, a los chilenos y en particular a las familias de los desaparecidos y los asesinados, que tuvieron que pasar por un calvario sembrado de un dolor inimaginable, ciertamente no menor al de los últimos días de Cristo. Una disculpa a los miles y miles de cristianos que dan testimonio cada día, en distintas partes del mundo, de capacidad de sacrificio y de renuncia personal a favor de los pobres, los enfermos y los que sufren.

Dicen que la guerra fría terminó. Habría que explicárselo al Vaticano, que en el nombre del anticomunismo aceptó a Pinochet y a monstruosidades similares en otras partes del mundo. Si ahora, después de la carta famosa y del reabrirse de archivos periodísticos que indican la connivencia del actual secretario de Estado vaticano, Angelo Sodano, con Pinochet, alguien dijera que el Vaticano es una cueva de píos reaccionarios, Ƒcon qué argumentos podría negarse validez a un juicio tan drástico? Incluso los que no creemos en dioses quisiéramos tener una relación de respeto con la Iglesia. ƑPero cómo es posible en estas condiciones?

En la carta en cuestión se hace referencia a razones humanitarias y a la necesaria reconciliación de los chilenos. Nadie duda de la capacidad de la Iglesia para argumentar; si pretende hablar en nombre de Dios, Ƒqué no será capaz de sostener? Pero la idea de la reconciliación es el máximo de la hipocresía y de la vulgaridad. ƑEs posible reconciliarse con asesinos que siguen sintiéndose orgullosos por sus delitos? A los católicos del mundo que intentan hacer convivir la fe, el respeto de las jerarquías eclesiásticas y la decencia, va toda mi solidaridad humana. Hacer coexistir las tres cosas debe ser tarea compleja.