n René Drucker Colín n
Cuotas: argumentos y una propuesta
Desde el día que el rector Francisco Barnés anunció la intención de incrementar las cuotas en la UNAM, apareció una verdadera andanada de artículos y comentarios de entrevistados en la prensa. Ha habido desde comentarios y opiniones tan infantiles de empresarios, como la del
líder de la Canaco, quien siente que podrá surgir otro 68 por este problema; el de los dirigentes de la Canacintra, quienes manifestaron que hay peligro de que la UNAM desaparezca, hasta posiciones políticas irreductibles de miembros de partidos políticos, quienes por ningún motivo sienten que deban aumentarse las cuotas. Lo que llama fuertemente la atención ante la gran gama de opiniones, es que pocos realmente piensan en la universidad como institución y pocos analizan si las cuotas pudieran tener un impacto positivo en las actividades sustanciales de ella. En primer lugar, es bastante inútil discutir si las cuotas van a resolver o no el problema financiero per se. Es evidente que no lo harán. El aumento a las cuotas no está destinado a salvar a la UNAM de la crisis financiera, ni lo hará nunca. Tampoco está destinado a eximir al Estado de la plena obligación que tiene de asumir su responsabilidad y otorgar el subsidio que esta casa de estudios requiere, pues es la mejor del país. Por lo tanto, argumentar que las cuotas resolverían el problema financiero de la UNAM también es erróneo. El argumento esgrimido por los más radicales, el de la gratuidad en la educación superior, también es falso, pues aunque el artículo tercero de la Constitución diga que la educación que imparta el Estado será gratuita, esto no sólo no se aplica a la educación superior, sino que además desde hace muchísimo tiempo no ha sido así. El problema es que el monto ha sido inútil, en el sentido utilitario. En otras palabras, a pesar del artículo tercero la institución siempre ha cobrado, el problema es que el monto ha sido tan bajo que las cuotas no han sido útiles para ayudar a sus programas. Yo que he vivido prácticamente toda mi vida profesional de tiempo completo en la universidad he sentido y resentido, al igual que muchos de mis colegas, la gran necesidad de impulsar proyectos de apoyos financieros para ayudar a sacar adelante los diversos programas de docencia e investigación. De entre los argumentos más sólidos para no apoyar el aumento de las cuotas, está el innegable hecho de que existe una meritocracia burocrática en la UNAM, que no ayuda en nada al desarrollo de la institución, pero si genera una enorme carga financiera, que por lo demás es sumamente nociva para la universidad y que más que nada obstaculiza el desarrollo de las actividades sustantivas de la institución.
Si creo que con un esfuerzo real las autoridades podrían generar importantes ahorros a máxima casa de estudios, pero aun suponiendo que eso se lograra, persiste el problema del aumento o no de las cuotas. El otro argumento frecuentemente esgrimido es el de el elitismo. Se arguye que al elevar las cuotas se está favoreciendo a las capas socioeconómicas más elevadas, dejando por lo tanto fuera a los más pobres, creando así una universidad elitista. Este argumento cae casi por su propio peso. En primer lugar, la universidad por definición es elitista. No todos pueden ingresar a hacer estudios superiores, pero no por falta de recursos económicos, sino por capacidad académica. Por lo tanto, los 300 mil estudiantes de bachillerato y licenciatura que están en la UNAM, son una élite. El argumento de falta de recursos se resuelve fácilmente con un sistema de becas y exención de pago en cuotas para aquellos de más escasos recursos, lo cual está contemplado en la propuesta del rector. El último argumento que he escuchado es el de que la universidad se va a privatizar. Este señalamiento es kafkiano y realmente pienso que sólo están usándose argumentos sofistas para confundir a la sociedad. No creo que el aumento de cuotas vaya a dar lugar a que alguien compre la universidad y la convierta en un negocio particular.
Yo considero que las cuotas deberían elevarse, pero sólo bajo ciertas condiciones que tendrían que ser aceptadas por las autoridades, las cuales en mi opinión generarían un enorme beneficio institucional. Lo que se obtenga con el monto de las cuotas debería convertirse en un fideicomiso etiquetado para tres propósitos: el primero, para asegurar el monto de las becas a los estudiantes más necesitados; el segundo, para mejorar condiciones de la docencia; este punto hay que resaltarlo, pues el costo mayor para el estudiante no proviene de colegiaturas sino de gastos requeridos por los cursos i.e. libros, materiales, etcétera; el tercero. El tener la Universidad Nacional los recursos para mejorar bibliotecas, laboratorios y demás abatiría al propio estudiante sus costos de educación; finalmente, el tercero sería para generar apoyo a proyectos de investigación. Si se cumplieran estos objetivos en unos años la universidad tendría un fideicomiso cuya actividad financiera sería no sólo muy transparente, sino que aseguraría que los dineros de las cuotas no se perderían en la inmensidad del presupuesto universitario y ciertamente elevaría aún más la calidad de nuestra máxima casa de estudios.