La Jornada jueves 25 de febrero de 1999

LA COYUNTURA PARTIDISTA

Los tres partidos políticos más importantes del país atraviesan por cruciales momentos de definición.

En el caso de Acción Nacional, está en curso la sucesión de la directiva encabezada por Felipe Calderón Hinojosa, cuyos saldos políticos y electorales, a ojos de los propios panistas, distan mucho de ser satisfactorios. En el primero de esos terrenos, el PAN aparece desgastado y desacreditado por su alianza con el oficialismo en el ámbito legislativo, alianza que impidió el establecimiento de un Congreso verdaderamente autónomo que sirviera como contrapeso al Ejecutivo, y que desembocó en la aprobación bipartidista (PRI-PAN) del carpetazo a las investigaciones sobre el Fobaproa y de la conversión de pasivos privados en deuda pública. En lo electoral, se ha frenado el espectacular avance logrado por los blanquiazules durante el salinismo y el primer tramo del presente sexenio.

A estas alturas, cuando la selección de un nuevo presidente del CEN panista oscila entre dos fórmulas muy parecidas y cuando Vicente Fox parece haber logrado imponer su candidatura presidencial al partido, no está claro si la condición actual de éste es la de opositor o la de cogobernante.

El Partido de la Revolución Democrática, por su parte, se encamina al remplazo de Andrés Manuel López Obrador, un dirigente que ha logrado convertir a este instituto político en una opción real de poder y bajo cuya dirección el PRD ha conquistado la jefatura de gobierno del Distrito Federal y tres gubernaturas. Pero, salvo en el primer caso, los candidatos triunfantes han sido defectores inmediatos del priísmo, lo cual ha llevado a muchos a preguntarse si esas postulaciones pragmáticas no distorsionan los principios y los contenidos partidarios. Adicionalmente, el PRD ha debido enfrentar, por vez primera en su historia, el desgaste derivado del ejercicio del poder. Ello es particularmente claro en la ciudad de México, en donde recientemente salieron a relucir prácticas clientelares inadmisibles por parte de grupos y tendencias perredistas.

El partido del gobierno, por su parte, si bien no tiene ante sí ninguna renovación programada de directiva, enfrenta, en cambio, dos desafíos de grandes dimensiones: por una parte, inventar, de la noche a la mañana, y sin ninguna experiencia previa significativa, nuevos mecanismos de selección de candidatos; por la otra, buscar una definición programática que le permita superar las múltiples contradicciones acumuladas a lo largo de su historia y que lo convierta en una organización política con perfil propio e independiente de los deseos del presidente en turno.

El Revolucionario Institucional, por otro lado, asiste a una proliferación sin antecedentes de voluntades propias entre sus filas, originada en la extinción de la disciplina partidista tradicional y en la indefinición política del organismo.

La crítica situación interna del priísmo es, sin duda, la que mayores riesgos plantea a la estabilidad institucional, en la medida en que, a pesar de los buenos deseos expresados por el presidente Ernesto Zedillo en el inicio de su gobierno, aún no se ha realizado un deslinde de fondo entre el aparato gubernamental y presidencial y el tricolor; en esa medida, buena parte de la contienda y el debate que debieran ser estrictamente partidistas se desarrollan, en cambio, en la esfera del poder público.

Con todo, los momentos de definición por los que atraviesan, cada uno a su modo, los tres principales partidos del país, constituyen una etapa necesaria del aprendizaje cívico y político de una sociedad determinada a conseguir la plena normalidad democrática y el pluralismo.