n Se consagra Lauryn Hill en la entrega de los Grammys, con cinco
Reconocimiento de EU a sus raíces musicales
Pablo Espinosa n La noche de los Grammys fue la noche de la música negra, la velada en que las bembas batieron a los caucásicos y los pelos rizados a los lacios; las fronteras terminaron por borrarse enteras y se consolidó la nueva era: no hay más compartimentos estancos, la música es una. Y ganó. La música de color oscuro como fuente inagotable de la cultura musical estadunidense, que domina el mundo. Fue la noche en que se consagró la jovencita Lauryn Hill, dejando compungida a la mismísima Madonna.
Ventajas de la aldea global: ya no es tan necesario tomar un avión, acreditarse y tomar un lugar a las afueras del Shrine Auditorium, en Los Angeles, y luego sentarse en una de las mullidísimas butacas rojas del fastuoso coso. Basta sintonizar el canal 19, Entertainment Television, E, para ver las euforias previas, la llegada de las estrellas al Lugar de los Hechos, condimentar los chismes de lavadero (šay, manita! ƑViste? Ricky Martin con su novia de Mexiquito, Rebeca de Alba), documentar la premiación previa, mañanera, de los músicos verdaderos, los galardonados por sus dotes musicales y no por sus atributos cosméticos, esos se dejaron para la noche, en la ceremonia transmitida en vivo por la CBS, captado en el canal 29. Si en vivo vemos hoy las guerras, en vivo vemos también las fiestas, los fastos, la noticia sin moverse del asiento.
Inicia, pues, La Ceremonia a las 19:00, hora de México, y la están viendo en este mismo instante un millón y medio de personas en unos 180 países, o la oyen, por vez primera, en chino, a través de Radio Pekín y todo esto genera ganancias por 23 millones de dólares a la angelina capital de California. La primera en llevarse una estatuilla es Madonna, finalmente derrotada, tres horas después, por la supremacía musical de Lauryn Hill, reconocida por los ''académicos'' de la industria gringa de la música, reunidos pomposamente como Academia Nacional de Ciencias y Artes Cinematográficas (NARAS, por sus siglas en inglés).
La noche fue también de los mexicanos de Maná, que vencieron a sus compatriotas de El Tri (''seremos como el otro Tri: el ya merito'', había vaticinado Alex Lora), a los colombianos Shakira y Aterciopelados y a los argentinos Enanitos Verdes. Ganaron también otros Nuevos Maestros: los chicanos Super Seven, una especie de secuencia de los maestrísimos meros meros: Los Lobos, y también el maestro Flaco Jiménez. En tanto que el puertorriqueño Marc Anthony ganóle a la bemba colorá de Celia Cruz y otro puertorriqueño, Ricky Martin, coronóse, considerado por los gringos como mejor músico que el mexicano Juan Gabriel, nominado por su álbum grabado en Bellas Artes.
Hubo seis momentos culminantes, climáticos, sumamente emotivos, grandemente significativos en la ceremonia de anoche: en orden de aparición: un montaje estupendo de cantantes negros, entonando gospel, soul, cánticos de fiera negritud que llevaron al éxtasis y al llanto de griot a algunos de ellos, mojados en llanto ritual. En esta que fue en realidad (la realidad musical) una ceremonia de iniciación, participó únicamente un blanco: el mismísimo Bono. Hermandad.
El segundo de los momentos culminantes en la ceremonia: un dúo de ensueño: armados de sus respectivos instrumentos, B. B.King y Dios, es decir, Eric Clapton, en un diálogo divino con el gemir gentil de sus guitarras. Ellos habían sido premiados en la ceremonia previa y ahora anuncian a los nominados para ''best new artist'', uno de los seis galardones para la muchachita maravilla Lauryn Hill, quien al micrófono lee un pasaje de la Biblia y da gracias a Dios, es decir a Dios, no a Eric Clapton, quien la flanquea en escena al igual que B. B.King.
Otro momento culminante: Wynton Marsalis encabeza un homenaje a uno de los más grandes músicos de este siglo: Duke Ellington, cuyo centenario se celebra este año, y aparece Natalie Cole y canta ''I am beginning to see the light'', con Clark Terry, integrante de la orquesta original de Duke Ellington, y luego la orquesta arma una versión ellingtoniana con las trompetas de Terry y de Marsalis y el sax de Wes Anderson y la nueva generación de jazz men.
Siguiente momento de clímax: George Lucas encabeza un homenaje a los compositores de la música para cine y vemos entonces escenas de Casablanca (''Play it again, Sam'', pide Ingrid Bergman), Lo que el viento se llevó, La guerra de las ganancias y Titanic, éstas últimas bajo la batuta de sus compositores. Antes había ocurrido otro homenaje: Sam Cook, Ottis Redding, Smokey Robinson, Mel Tormé y Jonhy Cash. Músicos negros, la mayoría, y músicos blancos. Común unión.
El quinto instante que puso la piel chinita: aparece la panza de Pavarotti en escena. Acompañado de recia orquesta, entona el aria que más domina: ''Nessun dorma'', de la ópera Lucia de Lammermoor, de Donizetti, y hace lo que hace un par de veces al año: suelta la voz, no la escatima (remember sus conciertos en México, verbi gratia), suelta el dulce pathos de su do de pechote y lanza la voz don Pava hasta la estratosfera. Todos de pie, se quitan el sombrero a manera de metáfora, porque nadie lo usa, el sombrero, pero sí vestidos vaporosos que muestran generosos los palmitos de ellas, de riguroso smoking ellos.
El momento final fue también el decisivo: son casi las diez de la noche, hora de México, y aparecen en pantalla Whitney Houston acompañada de su guardaespaldas, que esta vez no es Kevin Costner sino Sting. Leen los nominados últimos, para el album of the year: Sheryl Crow, Garbage, Lauryn Hill, Madonna, Shania Twain. Andegüiner is: šLauryn Hill!, quien ahora dice en el micrófono: špero cómoš šEs increíbleš šSi lo que yo hago es hip-hop! Mientras, la pantalla, que no perdona, muestra a una Madonna compungida, derrotada, avasallada por la nueva figura de la música del mundo. Efectivamente, los académicos gringos, acostumbrados a premiar lo cosmético por encima de la calidad musical, la ley del marketing sobre la ley del arte, esta vez apostaron y dieron en el blanco: premiaron a una artista negra.