José Steinsleger
Ineficacia punitiva

En 1994, la revista Time estimaba que en la década anterior el número de presos en cárceles federales y estatales de Estados Unidos se había duplicado a 925 mil, y que la población carcelaria en prisiones locales se había triplicado a 450 mil personas.

Dos años después, la Comisión Latino-americana y del Caribe sobre Asentamientos Humanos informaba que el país del norte encabezaba la tasa mundial de encarcelamiento, con 455 prisioneros por cada 100 mil habitantes. Sudáfrica seguía en la nómina con 311 y Venezuela en América Latina, con 177 prisioneros por cada 100 mil habitantes. Hoy el índice de presos estadunidenses asciende a 590 personas por cada 100 mil habitantes, equivalente a 1.1 por ciento de la población total de hombres adultos, casi 2 millones de personas (Atlantic Monthly, diciembre de 1998).

Los datos y conclusiones de Marc Mauer, investigador del ``complejo industrial penitenciario'', son abrumadores: ``No hay otra nación industrializada que siquiera se le parezca... Sólo el estado de California tiene más personas presas que Francia, Gran Bretaña, Alemania, Japón, Holanda y Singapur juntos... cifras más pavorosas que las de Rusia y China...''

Autor del libro The race to incarcerate (juego de palabras: ``entre la carrera y la raza para encarcelar''), a punto de aparecer, Mauer demuestra que el racismo forma parte integral de la problemática del crimen violento: 80 por ciento de los jóvenes en prisión son negros y más hombres negros mueren por heridas de bala cada año.

La organización Sentencing Project, especializada en temas de políticas de justicia, señala que pese al incremento de 102 por ciento de la población encarcelada, la tasa de crimen violento habíase incrementado 40 por ciento (1986-96). El ascenso de esta población es parte de la razón por la cual, frente a un déficit de casi 5 millones de viviendas, la mitad de las construcciones públicas de Estados Unidos fueron cárceles entre 1985 y 1996. Sin embargo, los programas de prevención son más efectivos y mucho más baratos que el castigo penal.

La ACLU (Unión Americana para las Libertades Civiles) señala que California y Florida gastan más en su sistema penal que en la educación superior (35 mil a 64 mil dólares anuales). El costo de uno de los programas de intervención con delincuentes cuesta 4 mil 300 dólares por joven y el importe por colegiatura en Harvard es de 30 mil dólares por año. No obstante, la tendencia predominante parece darle la razón al sheriff Michael Hennessey: ``Somos adictos, como los que usan crack y heroína, al continuo incremento de encarcelación''.

Una de cada siete penitenciarías estatales está sobresaturada. El estado de Ohio, por ejemplo, tiene una sobrecapacidad de 182 por ciento en sus instituciones estatales y las 67 penitenciarías federales tienen capacidad para 28 mil 584 presos. Pero en 1991, según Human Rights Watch, la población carcelaria era de 61 mil 325 personas.

Inyección letal, silla eléctrica, horca, fusilamiento, cámara de gas, cadena perpetua, prisiones de ``máxima seguridad''. Ninguna de estas opciones ha permitido la reducción del crimen en Estados Unidos, el país más violento del mundo industrializado. En Escocia, país que en 1997 ocupó el segundo lugar en homicidios, la delincuencia representa la cuarta de la de Estados Unidos.

Así, la nación que dicta clases de derechos humanos y observa con lupa la evolución de la democracia más allá de sus fronteras es la que mantiene el porcentaje de población carcelaria más grande del planeta. ``En la historia de la humanidad --escribe Mauer-- ninguna otra sociedad ha encarcelado nunca a tantos de sus propios ciudadanos con el propósito de frenar a la delincuencia''.