n García Márquez entregó el premio Lya Kostakowsky


Escribir América precisa de otros alfabetos: Rufo Caballero

n ''El Nobel colombiano, fundador de un modelo de escritura''

Raquel Peguero n ''Si he sabido que iba a decir todo eso, no le hubiera dado permiso de hablar", susurró risueño Gabriel García Márquez al oído de la esposa del escritor cubano Rufo Caballero Mora, quien leía apaciblemente el texto La invención y la piedad, con el que compartió su pensamiento sobre la manera como América se escribe y en la que, por supuesto, el Nobel de Literatura 1982 es piedra angular.

Su discurso fue una inteligente disertación con la que aceptó el Premio Anual de Ensayo Literario Hispanoamericano Lya Kostakowsky ųdotado con 25 mil dólaresų que García Márquez le entregó en su carácter de presidente de la Fundación Lya y Luis Cardoza y Aragón: ''Ningún dinero puede tener un destino más noble" expresó el autor de Cien años de soledad, pues Lya y Luis lo ganaron ''con su literatura, su poesía, sus letras y estarían contentos de dártelo como lo hago hoy", dijo minutos antes el escritor colombiano, quien ejerció su derecho de no hablar más con la prensa a la que cordialmente cortó en su intento de entrevistarlo.

Caballero Mora (Cuba, 1966) obtuvo el galardón por unanimidad, de un jurado integrado por Carlos Monsiváis, Jean Franco y David Huerta. Con el tema ƑHay un clasicismo en América Latina? Artes y Letras, se erigió como ganador entre 30 participantes con su ensayo América clásica, un paisaje en otro sentido que, a decir de Huerta, posee virtudes formales, ''es un ensayo ordenado que revela una mente estudiosa con un sentido claro del discurso. Su texto es polémico y el clasicismo le sirve como punto de partida para replantear la visión de la cultura latinoamericana desde diferentes ángulos".

Perteneciente a una generación ''difícil" posterior al posboom, Rufo Caballero habló de las vicisitudes con que sus coetáneos enfrentan la historia, al ser la ''hornada de la oblicuidad, de la angularidad, de la elusión de los caminos seguros que invariablemente conducen a Roma". En su texto lleno de referencias a Lezama Lima, Alejo Carpentier, Cardoza y Aragón y Jorge Luis Borges, señaló que en América ''apreciamos un proceso de transferencia en el que la lectura cede lugar a la escritura" y por tanto es necesario detenerse en la manera en que el continente se escribe, ''aun cuando la lectura y la escritura permuten con frecuencia. Cuando América se apresta a escribirse es escorada por múltiples recelos. Una historia a la que se ha escamoteado su naturaleza, su legitimidad, es una historia acechada por sus fantasmas" y es el ademán reactivo que más lacera hoy la configuración escritural de América, que está demasiado afincada en la vocación de no ser Europa ni Estados Unidos ni el indigenismo prelógico ni el mero epicureísmo tropical.

Afianzar la identidad

Caballero dijo que América ''quiere afianzar su identidad en un no-deber ser que atrofia la naturalidad de su escritura. Al pensarse como periferia se contenta con refuncionalizar, o como alteridad que debe intervenir las oportunidades que el centro le reserva, se automargina". Por ello, agregó, debería sustituir la imagen fantasmal y negativa del otro, por otra tal vez más orgánica y funcional. Así, más que defender América, hay que sostenerla; ''que su riqueza y su vastedad se bastan para escribirse solas. Nuestros mejores relatores serán entonces quienes desalienen la pluma y generen nuevos mecanismos para revelar lo ínsito, intrincado, supremo de una América en la que el otro participa pero no la decide".

Advirtió que somos presas de un tic, de ahí que se diga que García Márquez se repite y que hace años no escribe un libro original. Explicó que lo que sucede es que el Nobel ''no se permite el jueguito pueril de escamotear la certeza de que todo escritor no escribe sino un libro único que perpetúa aquí y allá su obsesión (...) García Márquez no escribe libros, consuma una poética que se vale de los libros, del espejismo de turno. No nos damos cuenta que no es él quien se repite, se limita a ser consecuente y somos nosotros quienes lo repetimos como farsa", porque el escritor fundó una ''un modelo de escritura, inventó ya no un lenguaje o un idioma: reinventó el alfabeto".

Por eso ''necesitamos otros alfabetos", porque escribir América, es ''una vocación que aguarda por el olvido de las esperas intersticiales, para comprometer al nuevo relator con la fragua de una manera que ha de ser ella misma substancia, significado".

Así, resumió, su ensayo América clásica... fue escrito en ''medio de la burumba cubana" hablando del clasicismo al que tomó como pretexto, ''cuando en verdad el autor ųdijo refiriéndose a sí mismoų urde una perversa metáfora sobre la escritura de la historia; y que hasta en su discurso reincida en la angularidad de no hablar de lo que debe".