¿Puede expulsarse a Ernesto Zedillo del PRI por sus políticas económicas y por querer entregar la industria eléctrica al capital privado trasnacional?
1. Los mexicanos no dejaron de sorprenderse, aunque muchos pensaban haberlo ya visto todo. Los titulares de los diarios de esa mañana destacaban la misma noticia: un grupo de priístas solicitaba la expulsión del PRI del presidente Ernesto Zedillo acusándolo de pretender privatizar la industria eléctrica y entregarla al capital extranjero. Los denunciantes subrayaban que el Programa de Acción del partido, aprobado en 1996, había considerado a Pemex y a la CFE como ``dos pilares de la Nación'' que los priístas se comprometían a preservar ``como empresas del Estado'', y en virtud de que los estatutos establecían en su artículo 176 que debía expulsarse a aquel miembro que sostuviese o propagase ``principios contrarios a los contenidos en los Documentos Básicos'', Zedillo debía ser expulsado del partido.
2. La residencia presidencial de Los Pinos amaneció bajo un silencio gélido y los ayudantes de antecámara no dejaron en las primeras horas de mirarse unos a otros sin musitar palabra. Encerrado en su alcoba, Ernesto, aún en pijama recordaba con su mente abierta de econometrista a sus maestros de Princeton y, cómo no, sus lecturas de Hayek y de Friedman, que le habían enseñado a no fijarse demasiado en las leyes escritas, sino a confiar en el movimiento admirable del mercado y en sus inescrutables leyes no escritas, por lo que esta acusación le parecía anacrónica y con certeza sin fundamento, producto de alguna maquinación bajuna. Una vez más pensó en Salinas y apretó la mandíbula. El secretario Liébano, en tanto, cancelaba la gira prevista en las comunidades tzotziles dejando empinado al gobernador, y se empeñó durante las primeras horas de la mañana en conseguir el folleto que se le requería y que a todos los asesores de la casona parecía un incunable: los Documentos Básicos del PRI, de 1996. Hacia el mediodía, un ayudante del ex mandatario poblano Bartlett llegó por fin con el ansiado texto (un ejemplar del número 713 del diario La República), que de inmediato fue policopiado para el dictamen de un equipo experto del ITAM que horas después se supo que no hacía más que generar nuevas dudas e incertidumbres.
3. Los integrantes de las tres corrientes internas del PRI que se presentaban como disidentes -la Renovadora, la Crítica y el Grupo Galileo- no descansaron tampoco a lo largo de esa mañana, pues la acusación los dejaba mal parados, ya que su disidencia había sido nada más declarativa, por lo que perlada su frente en sudor intercambiaron llamadas sin saber qué hacer: si acusaban a Zedillo carecerían de credibilidad entre los priístas; si no lo hacían, no la tendrían ante la Nación. Otras demandas se presentaban, en tanto, argumentando que la expulsión procedía por atentar contra la unidad del PRI y solidarizarse con las tesis del PAN, causales previstas también en los estatutos.
4. El gabinete económico de Los Pinos, reunido de emergencia, dictaminó esa misma tarde que la mejor defensa es el ataque, y decidió, como plan de emergencia: a) bajar de inmediato el switch en las colonias bien para ir calentando a la opinión pudiente con los apagones, b) reiterar vía e-mail a Dublín, su ofrecimiento a don Carlos de entregarle las nuevas hidroeléctricas (incluyendo las de Chiapas), y c) lanzar una ofensiva de científicos internacionales para que dijesen que no había de otra. Todo fue, sin embargo, inútil.
5. El filósofo Gabriel Zaid, acodado en una ventana de Reforma para ver pasar una marcha de 800 cetemistas en apoyo a la privatización, encabezada por La Güera Rodríguez Alcaine, se dijo a sí una vez más: ``es el fin del PRI, ya no tiene principios ni disciplina'', y susurró a Séneca: ``No nos extrañemos ante nada...''
6. Los rumores que corrieron desquiciaron al gobierno, que durante varios días dio la impresión de no tener conducción alguna. ¿Qué políticas se iban a seguir, se preguntaban muchos: las del partido o las de los tecnócratas confundidos? El indiciado, a su vez, tras declinar hacer su defensa ante el partido argumentando que su investidura le brindaba el privilegio de lo que llamó ``la inmunidad partidista'', se decía que había sugerido con insistencia a los priístas que le visitaban, que se ventilase primero la demanda de expulsión de Carlos Salinas, cuya solicitud tenía más de dos años, y a su juicio era por motivos más graves. Inspirados en la reciente jurisprudencia de Washington, sus abogados, los afamados Burgoa Orihuela y Fernández de Cevallos, invocaban que su carácter de ``jefe nato'' del tricolor le daba a don Ernesto la prerrogativa de reformularle la doctrina. Ser su ``jefe nato'' no le da el derecho de darle la puntilla, decían sus detractores, y se contaba que circulaban ya listas negras de legisladores rejegos a la disciplina anti-partido y viceversa.
7. La Comisión de Honor y Justicia no había sesionado más que dos días y medio con sus noches a puerta cerrada, en un salón del tercer piso del edificio de Insurgentes Norte y Colosio, presidido por un pequeño busto del licenciado Adolfo López Mateos, regalo, se susurraba, de un gobernador, cuando se convocó a una rueda de prensa. El profesor Miguel Osorio Marbán y el abogado Vicente Fuentes Díaz, quienes fungían como sus copresidentes, con voz temblorosa leyeron el fallo unánime ante los micrófonos de la prensa internacional: ``por violar de manera contumaz principios estatutarios'', Zedillo era expulsado del PRI, y con él sus colaboradores Téllez, Gurría y Elías Ayub, aunque muchos sostenían que éstos últimos no tenían carnet y no se les podía expulsar.
8. El escándalo que se suscitó con la nueva anunciaba una crisis política: Zedillo no sólo había perdido su membresía sino además, y sobre todo, su derecho no escrito a usar el índice en la sucesión. A las puertas de Los Pinos llegaron con angustia los tianguistas, casi al mismo tiempo que los altos burócratas de la UNAM, que respaldaban a Pancho y a Estebancito. Joseph-Marie en vano buscaba a sus contactos en el FMI. Los papeles se invertían y Juan Ramón era ahora consolado por Nilda.
9. Ernesto Zedillo, en su alcoba, rehusó recibir la notificación de ``su Partido'' y pensó en todo: en todo, menos en la renuncia. ``No lo haré'', se repetía. Los fantasmas del poder se le revolvían como alucinaciones esa noche y en su mente el pasado se confundía con el presente: pensó en Salinas y apretó la mandíbula. Fue entonces cuando tomó la decisión que lo podía rescatar: descolgó el teléfono y llamó a Vicente.
10. En el cajón de su escritorio, escrita a mano y firmada, estaba su renuncia.