Como si se tratara de lluvia ácida, en estos días cae en la ciudad un conjunto de hechos y situaciones que dañan la convivencia y la armonía social. Incluso, muchos de estos sucesos no sólo gravitan negativamente en el caso de la capital de la República, sino que afectan también a la comunidad metropolitana.
En muchos casos, los problemas no tienen relación directa con el gobierno del Distrito Federal o con las áreas de su competencia, sino que se ubican en el ámbito federal o se trata de confrontaciones entre los sectores social o privado.
Y así como la constante del conflicto recorre los circuitos de los más diversos sectores, se aprecia igualmente que sólo se resolverán bajo estos criterios fundamentales: diálogo, apego a derecho, renovación del pacto social y ajuste del modelo económico político.
El catálogo es, pues, amplio y abarca al conjunto de la sociedad.
En el plano educativo sobresalen los problemas en dos de las más importantes universidades de la ciudad; una pública, la UNAM, con las primeras efervescencias ante la posibilidad de que se eleve el pago de la cuota anual; la otra privada, la Iberoamericana, con una huelga que se alargó demasiado y generó perjuicios a alumnos, maestros, trabajadores y autoridades.
Por otro lado, la voraz especulación inmobiliaria, junto con las ambiciones corporativistas y clientelares son, a la vez, componentes de una fórmula explosiva que recurrentemente estremece a la comunidad, como ocurrió recientemente con los cruentos sucesos de Tlayapaca.
En los terrenos de la política persiste una tensa relación que desequilibra la esfera que comparte la Federación y el gobierno local, a raíz de la negativa del presidente Zedillo, en la vía de los hechos, para destrabar la petición de endeudamiento para el DF.
Dentro del quehacer legislativo, los saldos del mes arrastran aún la polémica de las leyes sobre instituciones de asistencia privada y mercados, y el Código Electoral, incluida la perniciosa ofensiva del grupo PRI-PAN en la ALDF.
A la cuenta regresiva de los tiempos recientes, agregaría la multiplicación de marchas y plantones, la violencia creciente de corte partidista, provocaciones en diversos frentes urbanos y la carencia hasta ahora de bases sólidas que auguren cambios profundos en la ciudad de México, en función de las expectativas ciudadanas.
En contrapartida existen, desde luego, otros signos que alientan y avivan esperanzas, pero esta vez nos hemos referido a lo que nos afectan y preocupan de esta conflictiva social, en el plazo más inmediato.
Una vez más, todos estos problemas, junto con otros todavía de mayor complejidad y gravedad que no hemos mencionado --como pudieran ser, tan sólo por mencionar los más agudos, la pobreza extrema y el desempleo de millones de mexicanos--, revelan la urgencia de acceder a revisiones colectivas, alianzas renovadas, nuevos pactos y definición de compromisos entre todos.
Estamos por ingresar ya a un nuevo siglo y aún no hay visos de solución de los grandes problemas que tenemos en el país. Debemos entonces encauzar éstos a partir de un modelo político, social y económico diferente al que mal nos rige y reconocer que si no actuamos unidos, más allá de las posiciones individualistas, el caos se acentuará y nadie tendrá asegurado nada.