n Falleció en su casa de Cuernavaca, después de una larga enfermedad


María Asúnsolo, musa y mecenas en

el panorama intelectual de México

n Convencía a jóvenes pintores de que sus obras trascenderían

Francisco Guerrero Garro, corresponsal, Cuernavaca, Mor., 26 de febrero n María Asúnsolo fue, en los años treinta y cuarenta, figura excepcional en el panorama intelectual de México. En una época en que las mujeres eran relegadas a un segundo término, Asúnsolo ųquien poseía una belleza verdaderamente deslumbrante, una inteligencia excepcional y un don de gentes cálido y abiertoų puso en juego estas cualidades para convertirse en musa, amiga, protectora y confidente de intelectuales, pero sobre todo de pintores, que la retrataron repetidas veces y en casos como el de David Alfaro Siqueiros, en su faceta de pintor de caballete, y Jesús Guerrero Galván, estos retratos se convirtieron en obras maestras.

 

Perseverancia a toda prueba

 

El papel de Asúnsolo en esta crítica etapa de la cultura mexicana, cuando se empezaba a crear la base de la modernidad, no fue sólo en lo económico o material, pues María ayudaba ųmuchas veces de manera importanteų a artistas en precaria situación económica. Sin embargo, lo más relevante fue su papel para alentar, dar entusiasmo y convencer a jóvenes pintores o creadores de que el talento y las habilidades que poseían eran grandes, que tendrían trascendencia. Convencerlos de seguir, de perseverar. En ese rol fue, a riesgo de ser común, una verdadera musa para muchos de ellos.

Una vez que tomaba a alguien bajo su protección, se dedicaba en cuerpo y alma a proyectarlo, presentarlo con dueños de galerías, editoriales, críticos de arte y literarios y, tan importante como eso, ayudarlo a vender su obra, colocarlo en el mercado o a publicar. En este aspecto, María tenía una importante presencia en el mundo intelectual, pero también en el político. Era amiga de presidentes, gobernadores, ministros, senadores y a todos ellos acudía cuando deseaba impulsar a alguien y, hay que decirlo, era terca como una mula. Si quería algo, lo conseguía.

La casa de María en los Jardines del Pedregal de San Angel, una de las primeras en construir debido a su amistad con el pintor Roberto Berdecio, era lugar de reunión de artistas e intelectuales, que cada tarde acudían ahí, con la certeza de encontrar un ambiente donde inteligencia y creatividad anidaban porque así lo quería Asúnsolo.

No obstante que recibía a todos por igual y cuando quería proteger o ayudar a alguien lo hacía sin reparar en su origen, sí se notaba una ligera inclinación hacia toda aquella oleada de pintores que llegó de Jalisco, y de escritores también. Algo la llamaba de lo que consideraba su terruño y le hacía tener pequeñas preferencias por quienes venían del occidente de México. Chucho Reyes Ferreira, por ejemplo, era uno de sus grandes amigos.

 

Belleza elocuente

 

Un día en el estudio de Roberto Berdecio ųen el Pedregal de San Angelų, un grupo de amigos había acudido, a finales de los años cincuenta a ver un gran dibujo, tamaño natural en sepia, de Asúnsolo hecho por el pintor. Se trataba de una figura desnuda, en escorzo, reclinada sobre un sillón. Entre los asistentes se encontraban Emilio El Indio Fernández, el pintor Jesús Guerrero Galván, Juan de la Cabada y otros artistas. El Indio, después de observar el dibujo, miró a Asúnsolo y en seguida dijo a Berdecio: ''Muy bonito, pero le hiciste el favor a María".

La aludida nada dijo, sólo enrojeció, sin cambiar la expresión de su cara. Reinó el silencio. María se paró y fue hacia el cuarto contiguo. Dos minutos después regresó al estudio, totalmente desnuda. Se dirigió al sillón del fondo, donde había posado para el dibujo, se colocó en la misma posición y permaneció inmóvil quién sabe cuánto tiempo. Se levantó con lentitud, pasó en medio de los concurrentes y salió. Cinco minutos después volvió, ya vestida y se sentó de nuevo. Nadie dijo nada o quizá hubo alguna palabra en voz baja. María logró el silencio total y hasta que se sentó, Juan de la Cabada, con aquel vozarrón campechano y fuerte que tenía le dijo al Indio: ''šAsí se callan los pendejos!'' y la reunión prosiguió como si nada hubiera pasado. María continuó sentada en su sillón, brillando y dejando que su belleza hablara por sí misma.

La edad de Asúnsolo es un misterio, los años pasaban y ella nunca envejecía; sus ojos azul cobalto claro, su piel blanquísima y de una finura excepcional, sus brazos, su pelo rizado, en melena, y una voz grave y seductora, la seguían sin que perdieran su lozanía o juventud. Sin embargo, había un secreto entre amigos, pues ella había nacido el mismo año que Berdecio, su confidente de toda la vida y éste había nacido en 1916.

En estos últimos años, en el retiro de su casa en la calle Guadalajara, en Cuernavaca, María Asúnsolo ya no recibía a nadie, pero aún no hace mucho se le podía ver en algún restaurante de la ciudad, fácilmente distinguible pues su gran melena era totalmente blanca, pero seguía siendo una belleza excepcional a pesar de los años.

Sería difícil explicarse el México intelectual y artístico de los años cuarenta y cincuenta, incluso de los sesenta, sin mujeres como María Asúnsolo, Inés Amor y muchas otras que con una visión profunda y que penetraba lejos en el futuro, se volvieron bujías para que tantos pintores, sobre todo, brillaran hasta deslumbrar.

Fue una diosa maternal: Bradu

Mónica Mateos n María Asúnsolo, la musa, el ángel, la amiga de artistas como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Jesús Guerrero Galván, María Izquierdo, Federico Cantú, Raúl Anguiano y Juan Soriano, entre otros, murió el pasado jueves en su casa de Cuernavaca, luego de una larga enfermedad, a los 83 años.

Fue una activa militante antifascista durante los años treinta y cuarenta, además de impulsora de campañas contra la discriminación racial y en favor de los desvalidos. Sin embargo, si su nombre brilla en la historia de las artes del siglo XX en México es por el apoyo y amistad que prodigó no sólo a los pintores mencionados, sino a escritores y a todo creador que despertó en ella su sincero afecto, pues lo mismo ayudó a los consagrados que a los noveles talentos.

De su infancia poco se sabe. Siempre se negó a confesar su fecha de nacimiento y, según narra Fabienne Bradu en el libro Damas de corazón, María incluso falsificó en el Registro Civil su acta; ''se dio a luz a sí misma en el estado de Guerrero para así, de pasada, afirmar la mexicanidad que su verdadero lugar de nacimiento, Estados Unidos, hubiera hecho tambalear el estrecho criterio de los nacionalistas".

 

Con Siqueiros, pacto de silencio

 

Su madre, María Morand, era de ascendencia franco-canadiense. Su padre, Manuel Dolores Asúnsolo, murió defendiendo el zapatismo cuando María era una niña y entonces la familia tuvo que emigrar a Estados Unidos. A principios de los años veinte regresó a México y poco después conoció al que sería su primer esposo, el alemán Agustín Diener, dueño, entre otros negocios, de la célebre joyería La Perla ubicada en la calle Madero del Centro Histórico. La relación no duró mucho tiempo, pero le dejó lo que ella consideraba su gran tesoro: su primer y único hijo, también llamado Agustín.

Fue su encuentro con Siqueiros el que detonó su entusiasmo por las artes plásticas. ''La pasión que los unió durante varios años, por lo menos hasta poco antes del casamiento de Siqueiros con Angélica Arenal en 1938, fue avasalladora, arrasadora, absoluta, atormentada y de notoriedad blica (...) quedan pocos testimonios de la relación, en gran medida porque los dos protagonistas la sellaron con un pacto de silencio", explica Bradu.

Sin embargo, en aquella época, los excesos de publicidad en torno del romance Siqueiros-Asúnsolo ocasionaron que el ex esposo de María solicitara la patria potestad del hijo de ambos. Una anécdota ilustra la efervescencia de aquellos días: el pequeño Agustín solía pasar algunos fines de semana con su padre; avisada de las intenciones de Diener, María acudió a recoger a su hijo, pero el ex marido le cerró la puerta en la cara después de sentenciarle que nunca más volvería ver al niño. Siqueiros urdió un plan para raptar al pequeño, pero ''el desenlace fue muy distinto al cuento de hadas imaginado por Siqueiros: Agustín Diener se llevó al hijo a vivir a Alemania y María no lo volvió a ver hasta que cumplió los 17 años", se narra en Damas de corazón. Inspirado en este episodio el artista realizó el cuadro El rapto, que actualmente forma parte de la colección del Museo Nacional de Arte (Munal).

Archivado el amor por Siqueiros y antes de que Asúnsolo ''iniciara su propio vuelo vehemente por el arte", se casó con Dan Breen, un estadunidense propietario de extensos ranchos en Tamaulipas, pero alcohólico, por lo que el divorcio vino rápido. Para María, su vocación de protectora de las artes requería su entrega total.

A mitad de los años treinta, convirtió su departamento ubicado en el 137 de Paseo de la Reforma en una galería de arte, la recordada GAMA (Galería de Arte María Asúnsolo) y en centro de reunión de artistas mexicanos y extranjeros. A María poco le interesó hacer del comercio de arte una empresa, nunca existieron en su casa-galería registros ni libros contables que mediaran en el trato entre los pintores y la anfitriona. Bastaba la palabra como garantía.

En los primeros años de la GAMA, los cronistas de la época enumeran a los siguientes expositores: Rivera, Siqueiros, María Izquierdo, Antonio Ruiz, Manuel Rodríguez Lozano, Julio Castellanos, Carlos Mérida, Agustín Lazo, Carlos Orozco Romero, Federico Cantú, Armando Valdés Peza, Roberto Montenegro, Soriano, Anguiano, y los escultores Ignacio Asúnsolo, Federico Canessi y Luis Ortiz Monasterio.

Rodríguez Lozano comentó: ''María Asúnsolo es la Victoria Colonna de los pintores mexicanos. Si en su galería no hay la efectividad comercial que se encuentra en las otras, en cambio el pintor no se siente defraudado en su arte ni en sus intereses".

Lejos de los flashes de los fotógrafos de sociales, la casa de María era el templo de la amistad y en no pocas ocasiones del amor: ''María se transformaba en una diosa maternal, una tierra fértil y generosa que alimentaba literalmente a sus criaturas con un plato de arroz y el inagotable calor de su amistad. Algunos tenían hasta el privilegio de asistir a su baño de tina, sentados en una sillita que arrimaban a la altura de sus marmóreas formas de diosa clásica", detalla Bradu.

 

Ultimo ángel que asciende al cielo

 

No sólo a sus amigos pintores les inspiró retratos, escritores como Ermilo Abreu Gómez le dedicaron sus obras (su versión el Popol Vuh y su Quetzalcóatl). En 1937, Rodolfo Usigli le dedicó el poema La niña de cabellos blancos: ''Su olorosa actitud de gato/ en momentos desaparece;/ se hace pequeña y enmudece/ y se diluye en su retrato./ Las niñas bonitas que atan/ con moños blancos sus cabellos/ juegan a las canas con ellos,/ y los pintores las retratan".

Rómulo Gallegos sucumbió ante el carisma de María. En 1943, cuando visitó México para filmar la cinta inspirada en su obra La trepadora, pidió varias veces a Asúnsolo que asistiera a los estudios para hacerle una prueba y concretar su ingreso a la pantalla grande. Ella respondió: ''(...) se yerguen dos obstáculos inmensos: primero que yo nunca he actuado, ni en teatro ni en cine. Y segundo, que hay ciertas personas que no pueden fracasar, y yo soy una de ellas".

Dolores del Río fue una de sus grandes amigas. Con ella compartió aventuras cinematográficas que consistían en prestar su casa para que se leyeran guiones o se conversara de proyectos fílmicos. Era una manera de atraer posibles compradores a la GAMA y de refrendar su hospitalidad.

En años recientes, María se solidarizó con el movimiento zapatista de Chiapas.

Asimismo, en 1944 se estrenó el poema sinfónico de José María Velasco Maidana dedicado a ella y en los años cincuenta la GAMA cerró sus puertas. María se mudó al Pedregal de San Angel y se casó con Mario Colín, asesinado años más tarde. Esta muerte coincidió con la de su hijo, víctima de un paro cardiaco a consecuencia de los violentos interrogatorios policiacos a los que fue sometido en relación con la muerte de Colín.

María se refugió en Cuernavaca y donó prácticamente todos sus cuadros al Munal en junio de 1987. ''María Asúnsolo es como el último ángel que asciende al cielo", diría ahora, si no estuviera reunido con ella, Ermilo Abreu Gómez.