Luis González Souza
De razas y espíritus
Por mi raza hablará el espíritu es el lema de la UNAM. ¿Para cuál raza y con qué espíritu es la reforma rectoril que busca aumentar las cuotas de los estudiantes? ¿Corresponde esa reforma al espíritu original de la máxima casa de estudios del país, o más bien a un proyecto donde la UNAM también es sepultada por el espíritu tecnocrático-mercantilista favorable no ya a toda(s) la(s) raza(s) de México sino exclusivamente a la raza cupular?
A nuestro entender, la respuesta a ese tipo de preguntas es lo que más podría esclarecer tanto las implicaciones como las alternativas de la reforma del rector Barnés. Y cualquier respuesta seria obligaría a revalorar la UNAM de cara a la sistemática devaluación de la tarea educativa en su conjunto, que es otro de los graves legados del neoliberalismo. Nuestra experiencia universitaria no es mucha pero incluye el trabajo, como profesor o estudiante, en muy diversas instituciones tanto del extranjero (Harvard, London School of Economics) como de México, lo mismo privadas (Anáhuac, Iberoamericana) que públicas: El Colegio de México, la UAM y sobre todo la UNAM, que es nuestro principal lugar de trabajo desde hace ya más de veinte años.
Pues bien, según nuestra experiencia, el mayor valor de la UNAM radica en la diversidad socioeconómica e ideológica de su estudiantado. Y eso es oro molido, no sólo desde el punto de vista humano sino epistemológico: ninguna ciencia y ningún pensamiento podrían crecer sin diversidad. El choque y la síntesis de ideas diferentes es lo que hace posible ese crecimiento. Entre mayor diversidad de ideas, mayor desarrollo del conocimiento. En consecuencia, por la inigualable diversidad que todavía puede encontrarse en la UNAM, es que uno la aprecia por encima de todas las universidades conocidas.
Aquí aparece el primer problema de fondo en el aumento de cuotas perseguido por la reforma de Barnés, y antes, por muchos otros rectores. Deliberadamente o no, la diversidad de la UNAM ya viene disminuyendo a grandes zancadas, sobre todo en las últimas dos décadas de modernización neoliberal. Y lo viene haciendo a favor de las élites del país y en detrimento de los sectores empobrecidos. Del mismo modo que el etnocidio campea en Chiapas, y el ecocidio en muchos lugares, en la UNAM avanza un eliticidio. Y en cualquier descuido, éste podría consumarse con el aumento de las cuotas estudiantiles.
Con todo y su plan de becas para los pobres, nada en la reforma Barnés garantiza que dentro de cinco o veinte años, esa caja de Pandora no acabe de transformar a la UNAM en una escuelota sólo para ricos, que por cierto ya las hay en demasía. Lo que sí está garantizado en cambio, es que el neoliberalismo alienta la elitización de todo: la economía, la política, la cultura y la mismísima educación. Si ello es así, ¿para qué arriesgarse entonces a que el aumento de cuotas termine de elitizar a la UNAM? ¿Acaso no hay otros expedientes para resolver el problema financiero de la más importante universidad del país?
Es aquí donde aparece el otro gran problema de la reforma Barnés, por cierto enlazado a ese otro gran lastre nacional que es la ausencia de democracia. Bajo una cultura mínimamente democrática, habría muchas cosas que hacer antes de recurrir al expediente de las cuotas. En primer lugar, habría que permitir la elección de las autoridades universitarias. Por increíble que parezca y pese a lo doloroso de su recuerdo, ese ingrediente elemental de toda democracia todavía no existe en la UNAM. Lógicamente, de ahí derivan muchos de sus problemas: autoridades sin consenso y sin poder de convocatoria, decisiones carentes de eco y corresponsabilidad en la comunidad universitaria, gigantismo burocrático y politiquero (alguien tiene que apoyar a autoridades no elegidas) y, en fin, despilfarros de todo tipo (la politiquería cuesta mucho dinero), para no hablar de posibles ineptitudes. Todo lo cual tiene que desembocar en crisis financieras cada vez más agudas. Mismas crisis que, ligera y hasta cínicamente, ahora se busca resolver con el incremento de cuotas.
El pudor y la ética también son parte de una cultura democrática. Mientras las autoridades universitarias no prediquen con ejemplos, por lo menos de austeridad y transparencia en el manejo de sus recursos; mientras no exijan al Estado su obligación de mantener en buena forma a la UNAM, jamás tendrán autoridad moral para descargar los estragos de la antidemocracia, elitización incluida, sobre los bolsillos del estudiantado. Primero tienen que limpiar su torre y hacer bien -democráticamente- su tarea.
Cuando lo hagan, entonces sí, todos trabajaremos con gran entusiasmo para poder decir otra vez: Por mi raza hablará el espíritu. Raza de a deveras y espíritu enaltecido. No más raza burocrático-autoritaria, ni espíritu mercantilista.