n Se presentará hasta el 4 de abril en el islote de Chapultepec
El lago de los cisnes, 22 años sin variaciones
Raquel Peguero n Con la luna llena y el precalorcito primaveral regresó El lago de los cisnes a la isleta del lago del viejo bosque de Chapultepec, con su nostálgico y añejo sabor de siempre, con la magia del mejor teatro del querido y ahora muy homenajeado Cachirulo, y el encanto que produce la odisea de Odette y Sigfrido, quienes con su amor logran vencer el hechizo del terrible brujo Von Rothbar.
La peculiar versión del ballet de Lev Ivanov y Marius Petitpa, que desde 1977 representa la Compañía Nacional de Danza en ese escenario natural, mantiene viva una tradición de acercamiento a la danza de puntas, que continúa atrayendo a un nutrido número de espectadores frente a las ya muy olorosas y sucias aguas del lago del chapulín. Un público variopinto, enriquecido por las risas y comentarios de asombro de los niños, constata que este Lago de los cisnes seguirá moviéndose bajo las coloreadas ramas de los árboles, mientras los ojos frescos y animados de los chavitos lo sigan visitando.
La idea de Salvador Vázquez Araujo, que coordinó coreográficamente Felipe Segura, y de la que hizo el diseño de producción el fallecido Antonio López Mancera, no ha variado sustancialmente en todo este tiempo. La atmósfera de cuento de hadas continúa envolviendo la historia en la que los espectadores son mirones invitados, que siguen ųalgunos con gusto, otros con ironíaų la narración grabada con la voz de Jorge Kellog, como si el tío Polito la contara al oído a través de la radio de los años cuarenta. De hecho, el texto de Alejandro César Rendón así lo permite con los giros estilísticos del "érase que se era", como si la tecnología no hubiera llegado al país del ensueño.
El chiste es ese: regresar en el tiempo y, de puntitas, cabalgar al lomo de un caballo blanco que conduce al príncipe Sigfrido a su castillo de tela en el que se desarrolla la fiesta de donde ha de salir en busca de su amada; treparse en esas lanchas con cabeza de dragón sin lumbre que arriman a la corte hasta el salón principal del alcázar, en ese generoso y multicolor cuerpo de baile engrosado por la Compañía de Danza Folklórica que dirige Nieves Paniagua, hasta que luces juguetonas que pelean su espacio en el cielo, con los aviones, atraen la mirada hacia los fuegos artificiales que hacen aparecer y desaparecer al malvado brujo que intenta interponer a Odile entre los amorosos protagonistas. Todo ello, claro, en medio del graznido intermitente de los patos coreando la dramática música de Chaikovski, mientras chapotean en su territorio acuoso.
Los tres actos de El lago de los cisnes se comprimen en uno solo que dura poquito más de una hora, en un espectáculo en el que los bailarines de la Compañía Nacional de Danza ųdirigida por Cuauhtémoc Nájeraų siguen siendo la materia prima. La noche de estreno de temporada, los roles protagónicos corrieron a cargo de Irma Morales, Raúl Fernández, Sandra Bárcenas y Jaime Vargas a quienes, desde la lejanía de la gayola, vimos darle vida a los árboles con el movimiento de sus brazos, o hacer jettes y giros pirotécnicos con los que casi tocaban las estrellas. En fin, después de todo es un cuento de hadas que volará de miércoles a domingo, hasta el 4 de abril.