Según el escritor Manuel Vázquez Montalbán, el movimiento indígena de los zapatistas representa ``el síntoma de una nueva modernidad crítica y estratégica para la izquierda en todo el mundo. Eso me interesó desde el primer momento''. Ahora, después de visitar la Selva Lacandona y entrevistar al subcomandante Marcos, después de observar de cerca la militarización y la vida en resistencia en la ``zona de conflicto'', considera que para México ha llegado ``la hora de la verdad''.
Sin haber sucumbido al desencanto posterior al derrumbe del socialismo real, Vázquez Montalbán, comunista durante el franquismo que hasta la cárcel conoció, confiesa que el levantamiento indígena y su efecto revitalizador en los movimientos sociales y el pensamiento de la izquierda ``fueron totalmente inesperados''.
Durante una amplia charla en un hotel de San Cristóbal de las Casas, el escritor ``catalán y español'', uno de los novelistas más leídos de nuestra lengua, pero también un ensayista de amplio registro cultural y sostenida reticencia crítica, se entusiasma hasta decir: ``El zapatismo es una simiente de futuro''.
O sea que, después de que Dios entró en La Habana (como se titula su libro más reciente), aún hay hacia dónde voltear con razonable optimismo.
Nuevo lenguaje, nuevos caminos
Hombre de izquierda, comunista histórico, pero ante todo adscrito a un humanismo racional en la tradición de Machado y Juan de Mairena, Vázquez Montalbán trata de no entusiasmarse cuando reconoce cuánto lo estimuló la idea de que el levantamiento del EZLN ``ponía en estado de sitio a un gobierno tan especial como el mexicano, basado en una doble verdad revolucionaria al servicio de un estatus completamente clasista, y además utilizando el clientelismo a todos los niveles para crear una no-verdad''.
``El ejemplo de no-verdad política más claro es el PRIâ que ya se había ganado el ser una denominación universal. Para criticar las deformaciones de un partido, por ejemplo el PSOE de Felipe González, decíamos `esto es como el PRI'. Lo peor es que los socialistas españoles han hecho muy poco por demostrar lo contrario''.
``Lo de Chiapas'' le interesa como metáfora global. ``Me interesa mucho que aquí se conciban las reivindicaciones indígenas como posibilidad de un nuevo Estado y un poder plural. ``De que la democracia se profundice, como hecho a exportar, al plantearse como elemento de análisis autocrítico de lo que es la globalización''.
Vázquez Montalbán encuentra en el zapatismo mexicano un nuevo lenguaje, y ``la búsqueda de un nuevo sujeto histórico de cambio'', después de la quiebra de los paradigmas de transformación revolucionaria que se conocieron en el siglo XX.
Este nuevo lenguaje, dice, ``se personaliza en Marcos, pero lógicamente no es una creación individual, sino que tiene elementos colectivos y orgánicos, y por lo que apenas supe su resultado es interactivo. Ante el sustento crítico de un pensamiento tradicional, el lenguaje (también) tradicional de la izquierda de pronto se encuentra ante la obligación de un nuevo interlocutor, y plantea la necesidad de lo que en comunicación se llama feedback: mandas un mensaje, y a ver cómo lo recibe el interlocutor. Si el mensaje es real, funciona y se da la interacción''.
``Esta es la clave de la legitimidad de cualquier discurso político'', agrega. ``El nuevo lenguaje está tan interrelacionado con una manera de pensar que no se pueden separar. ``Una manera de entender la religión, las formas de hacer política, los mecanismos de poder, la distribución de bienes, y todo en clave de equidad. Ya no se plantea en los términos de socialismo científico. En mi opinión, es un discurso construido para la nueva situación''.
Ante esta admirable circunstancia, el autor de los textos críticos
Panfleto desde el planeta de los simios, El escriba sentado y
Manifiesto subnormal, prevé que ``los antagonistas dirán que el
lenguaje zapatista es nostálgica posmarxista''. No obstante, hay
muchos elementos que lo contradirán: ``Es imposible, ante la escritura
del EZLN y de Marcos, acusarlos de sufrir nostalgia del
marxismo. Y eso ya es una victoria''.
``El problema de Europa, aun de las izquierdas, es que contempla lo
que sucede en esta parte del mundo lo mismo que un terremoto. Allá se
tiene la idea de que los países que tienen huracanes y terremotos son
los que tienen menos sedimentada la política''.
``Entre otras cosas -explica-, porque el desarrollo económico europeo
hace las cosas menos destruibles. Hay una tendencia a contemplar
América como el mundo inacabado donde todavía es posible la
aventura. No condeno esta idea, pero es primaria''.
Como quiera, Vázquez Montalbán señala que en Europa quienes se han
apoderado del zapatismo no son precisamente ``la casta intelectual
dominante ni las formaciones políticas de izquierda, sino que lo ha
hecho un sujeto diferente: el perdedor europeo''.
Y abunda: ``No el `marginado', según se entendía la vieja pobreza,
sino el que se resiste a identificarse con el establishment y
con el resultado de la globalización. La juventud que no encuentra
trabajo, las izquierdas que han calentado un debate autocrítico y
crítico muy fuerte, pues no están implicadas en la alianza entre el
establishment y el sector emergente. Los sectores que han
tomado el zapatismo, porque lo han visto como una premonición, o al
menos como una ejemplificación de otra sensibilidad y otra manera de
comprender el juego político.
En consecuencia, Vázquez Montalbán encuentra ``lógico'' que incluso
partidos, como Refundación Comunista de Italia, tengan ``un código de
oposición afín al zapatismo''. Pero se pregunta: ``Hasta qué punto la
izquierda europea se encuentra en condiciones de vivir una doble
conducta, que es la lucha por el mercado en el juego político en
curso, y la lucha por el cambio ético''.
``El zapatismo ha servido para demostrar lo difícil que es mantener
ese equilibrio. Y ante la complejidad de las integraciones social,
política y económica de Europa no señalaría ninguna formación de la
izquierda política capaz de lograr por ahora dicha integración. Eso,
tarde o temprano, acabará por ser un problema crucial para quienes
buscan el cambio. Pero falta que aumenten lo que, en terminología
clásica, hubiésemos llamado las contradicciones internas''.
El fin y el recomienzo
Habrá que considerar estas reflexiones de Manuel Vázquez Montalbán
como consecuencia directa de su reciente libro La literatura en la
construcción de la ciudad democrática (Crítica, Barcelona, 1998),
en el cual ajusta cuentas con el socialismo pervertido de la Unión
Soviética (``la ciudad socialista'', la abolición estalinista de la
utopía y, al final, de la más elemental justicia), y apunta a la
reconstrucción, crítica y escarmentada, de una deseable ``ciudad
democrática'', entendida en términos tanto culturales como
políticos. Así, tenemos al crítico de (y de la) izquierda apoyando su
horizonte conceptual en autores heterodoxos, como George Steiner,
Morthrop Frye, y más atrás Walter Benjamin, en una epopeya cuyos
nuevos héroes serían Ana Ajmatova, Ossip Mandelstam, Isaac Babel o
Domiti Shastakovich, es decir, las víctimas culturales del
``socialismo científico''.
Y desde ahí concluye, de manera provisional, y luego de visitar la
novela negra estadunidense y su propia saga del detective Pepe
Carvalho, en las postrimerías de la ciudad franquista y el choque de
la posmodernidad occidental, con las siguientes líneas:
``Mientras la ciudad democrática siga siendo una necesidad, que no una
utopía, la literatura podrá contribuir a construirla, superadas las
saturaciones del siglo XX, abiertos los escritores a la misma
posibilidad de pureza con la que el subcomandante Marcos trató
de hacer una revolución después de la revolución'' (Op.cit.,
p. 188).
En su flamante y vasto reportaje Y Dios entró en La Habana (El
País-Aguilar, Madrid, 1998), Manuel Vázquez Montalbán creyó cerrar sus
cuentas con la revolución cubana, y de paso con el asunto América
Latina. ``Así, el abundante testimonio ``de una vida'' en torno a la
experiencia revolucionaria cubana, con las excepcionales
circunstancias de la visita papal a la isla, creyó cerrar el
expediente con una entrevista a Rigoberta Menchú y un intercambio
epistolar con el subcomandante Marcos.
Y allí concluye que tras ``las farsas del supermercado de la
modernización uniformadora o los restos del naufragio semántico del
marxismo-leninismo... Marcos ha vuelto a poner nombre a las
reinvidicaciones, porque ha partido de un sujeto de cambio histórico
realmente existente''.
Entonces encuentra que el zapatismo ``representa insurgencias
esenciales''. El indígena ``como sujeto internacional, el mestizaje
como lo deseable más que como lo inevitable''.
El autor de las populares aventuras detectivescas de Pepe Carvalho (21
novelas hasta la fecha) no termina de toparse con desafíos. El poeta
de Memoria y deseo (título deliberadamente cernudiano) y
Ciudad (Visor, Madrid, 1997) encuentra que, ``rojinegras damas
de crespón/ las sibilas predicen/ no se puede no se debe no se sabe no
se vuelve''.
Y sin embargo, ``sí se vuelve'', aunque los bárbaros hayan decidido
prohibir ``cualquier paisaje que proclama ¡subversión!''
Entre los muchos ciclos del torrencial polígrafo, autor también de una
Autobiografía del general Franco y otros títulos arriesgados,
ahora se abre inexorablemente el ciclo zapatistas-Chiapas-México, pues
no hay fin sin nuevo comienzo.
Los indios son personas
Son muchas las armas críticas de Manuel Vázquez Montalbán. Además de
todo lo dicho, es también uno de los periodistas y articulistas más
leídos en el ámbito de nuestra lengua (El País de España,
Página 12 de Argentina, La Jornada de México, entre
otros). Y considera: ``Para un sector de la inteligencia europea y
española, México es un importante centro de atracción''.
``Me voy a poner ecléctico y posmoderno'', bromea. ``Allá interesan
los corridos zapatistas y Chavela Vargas, Pancho Villa, Alfonso
Reyes, Octavio Paz y Carlos Monsiváis. No es una moda''. Sin embargo,
reconoce que en Europa hay ignorancia sobre América Latina. ``Estamos
viviendo una situación de desencuentro. Pasada la edad de oro del
boom, entre España y América Latina han quedado las figuras
emergentes como pichachos de una gran cordillera, y no se ve lo que
hay detrás''.
``En Europa hay un desarme de gurús. En otras ocasiones he dicho que
se acabó Sartre, pero fue mal sustituido. El principal intelectual de
Europa es el presidente del Bundesbank; el que crea pautas
económicas, crea cultura''. Por eso el interés en el zapatismo: ``Ha
generado una gran curiosidad por esta posibilidad de reconstruir en
proceso de aproximación cultural''.
Entonces, el entrevistado se pone sentencioso y grave: ``Para México
es una hora de la verdad, después de esa enorme construcción del
simulacro priísta, un estuche revolucionario para un esquema de poder
de clase, que marcó una diferencia inmensa entre el sector dominante y
las capas menos favorecidas, los dobles perdedores sociales, que ya
perdieron en el siglo XVI y han vuelto a perder después de la
revolución industrial: los indígenas''.
Para el escritor, nacido en Barcelona en 1939, el que ``está
reconsideración histórica'' provenga de los pueblos indígenas resultó
``completamente inesperado''.
``Sólo gente que vive de cerca la reconstrucción de ese mundo
indígena, desde aquí adentro, pudo verlo venir''. Quizás ``algunos
esfuerzos religiosos, o algún sector de antropólogos, podrían estar al
tanto. Desde afuera no se ha visto que llegaría a esta situación''.
``En este sentido -agrega Vázquez Montalbán- lo de Chiapas ha sido muy
revelador, hasta para el pensamiento católico''. Y se refiere a un
artículo de Javier Sicilia, muy crítico del ensayo de Enrique Krauze
sobre Samuel Ruiz en la revista Letras Libres (a la que
considera ``totalmente de derecha''). Le llamó la atención que Sicilia
hable de Munier y el personalismo filosófico. ``Ahí está la gran
coartada de la Teología de la Liberación, el corpus ideológico
que puede reivindicar el catolicismo de izquierda'', si bien reconoce
que la izquierda mexicana es no católica, incluso anticlerical, ``y es
casi sano que sea así''. Aunque no es lo mismo ``el religioso que
lucha con el pueblo que el clérigo que vive en los cocteles del
Vaticano para mantener la guerra fría''.
La revolución recuperada
``El zapatismo es una simiente de futuro'', afirma para su propia
sorpresa. Si bien ``el nombre actúa a su favor y en su contra. Parece
la segunda parte de la película de Elia Kazan, cuando el caballo
blanco trota hacia las montañas y aquel dice: `algún día
volverá'. Pero recupera la revolución frustrada. Las contradicciones
del zapatismo significan la autenticidad revolucionaria, luego de que
el juego de intereses del poder lo mermaron hasta cargárselo''.
Lo auténtico se estereotipa. ``Como el caso de Madero simboliza al
demócrata bien intencionado a quien desborda la situación. Y luego se
apodera de la revolución un sujeto histórico que, con sus
circunstancias cambiantes, incluido Lázaro Cárdenas, termina
construyendo un curioso monstruo, un montaje extraordinario de doble
verdad, y eso ha llegado a un límite. Ahora la clase intelectual
priísta está sitiada''.
No obstante, aclara que ``la capacidad de zarpazo del sistema puede
ser terrible todavía''. El hecho histórico es ``evidenciador, como
reivindicación indígena, y como metáfora del perdedor de la
globalización''.
``La coincidencia entre el acuerdo comercial con Norteamérica y el
estallido zapatista expresa la razón del globalizado frente a la del
globalizador en los términos hace 30 años llamábamos con Franz Fanon
los condenados de la tierra: y ahora con una carga histórica durísima,
se opone al lenguaje piadoso de los técnicos, que hablan de
globalizados, de centro y periferia, norte y sur, y que sólo
balsamizan lo que antes se resolvía en el término imperialismo. Y ya
que se ha inventado el lenguaje balsámico, ahora habrá de alcanzar el
dramatismo que se merece la diferencia entre globalizador y
globalizado''.
``Sospecho que sus enemigos buscan acabar con el zapatismo por
cansancio. El PRI busca agotar a las comunidades y a la sociedad civil
que se ha sentido convocada, movilizando efectivos de ataque militar y
paramilitar, lo mismo que la presión intelectual y mediática''. A
pesar de todo, Vázquez Montalbán encuentra que ``ya es indestructible
esa teoría de Marcos del espejo. Un espejo que quizás ya no se
puede atravesar, pero que tampoco podrán romper''.
``El zapatismo apunta una lectura crítica de ese final feliz de la
historia, ejemplar para toda la globalización. Después de la caída del
muro de Berlín, del mercado único, la verdad única, el ejército único,
salta por encima de las ruinas''.
Al triunfo de la globalización, Vázquez Montalbán le encuentra dos
puntos débiles: ``Primero, crea un sufrimiento social que puede
convertirse es factor de inestabilidad, y segundo, no garantiza que su
mecanismo productivo tenga los clientes suficientes''. Encuentra
``irrecuperable'' para el mercado buena parte de Africa, y el sureste
asiático ``en crisis total''. Y en América Latina, ``a pesar de la
operación de holocausto de la izquierda, la alianza entre militares y
la Escuela de Chicago no dio los resultados esperados''.
De ahí las sorpresas: ``Si leemos a Rifkin, Vivianne Forrester o
George Soros pidiendo un nuevo humanismo y una nueva ética,
encontramos que los globalizadores se están asustando con los
resultados. No pueden mantener en todos lados el encantamiento de la
metrópoli''. Y se pregunta, ¿qué queda? ``Son tan ricos que puede
meter a la cárcel o matar a todos los perdedores sociales, y para los
demás crear puestos de policías privada para cárceles que también
serán privadas. El sistema no tendrá otra manera de defenderse si no
cambia''.
``Ante eso, queda el surgimiento de nuevas alternativas organizativas
y éticas''. Y justifica su interés en la experiencia mexicana: ``El
alzamiento de Chiapas ha sido uno de los esfuerzos más afortunados e
interesantes'', en esta búsqueda de hacer mejor las cosas.
Le sorprenden varias cosas inesperadas: el hundimiento de Carlos
Salinas, la disputa indígena por territorios lingüísticos que parecían
perdidos, el desafío histórico que sale después del aplastamiento
global, la trama alternativa mediática que él creyó concluida desde
tiempos de Hans M. Enzensberger, ``y ese flanco de la influencia
zapatista en los chicanos, que tiene un gran porvenir''.