Ha surgido entre algunos personajes del empresariado la tentación por dolarizar la economía mexicana. A su parecer eso llevaría a una situación de estabilidad financiera a partir de la cual se resolverían los demás problemas económicos. Pero el jefe de la Reserva Federal tiene también su opinión al respecto y juzga que por ahora, y no dijo hasta cuándo, la opción de operar con la misma moneda y adoptar en México la política monetaria del banco central de Estados Unidos no es viable ni deseable.
La determinación del valor interno y externo de la moneda de un país es la expresión de su funcionamiento económico y no sólo de los equilibrios agregados. Por eso, por más que el banco central y las autoridades hacendarias se empeñen en fortalecer la moneda, controlando su cantidad, eventualmente resurgen las presiones y se reduce su poder de compra. La baja inflación en Estados Unidos es el resultado del incremento de la productividad, en el marco de la redefinición de las relaciones económicas en el mundo, es decir, de la posibilidad de mantener una estrutura general de costos y rentabilidad que permite sostener la estabilidad de los precios. La Reserva Federal se convierte en el custodio de esa condición a partir de la gestión monetaria, pero es incapaz aun de contener los desajustes financieros que se dan, por ejemplo, en el propio mercado de capitales con la sobrevaluación del precio de las acciones. Greenspan mismo ha sido muy categórico en destacar este aspecto de la actual estabilidad y en llamar la atención sobre el riesgo que entraña; sabe que la gestión monetaria puede incluso sucumbir ante un súbito cambio en las posiciones de los inversionistas en la bolsa.
En México el nivel de la inflación es alto desde principios de la década de 1980, y cuando se ha logrado reducir de modo significativo, tal y como ocurrió en 1994 cuando la tasa anual de crecimiento de los precios fue 7 por ciento, tiende a rebotar de modo violento. Ello es una expresión de las tensiones que hay entre los circuitos de financiamiento y las condiciones productivas, entre ellas la baja productividad interna, la desintegración sectorial y la enorme dependencia de las importaciones. La autoridad monetaria incumple sus metas inflacionarias porque está tratando de imponer una disciplina eminentemente dineraria sobre una estructura productiva incapaz de ajustarse mediante una nueva relación de costos, que, finalmente, es la única manera compatible de funcionar con un menor crecimiento de los precios.
Este modo de operación de la economía mexicana es el que hace ineficaz a la política monetaria y fiscal, y mientras la estructura productiva sea una de las diferencias esenciales con la economía estadunidense, no sólo en términos absolutos sino en cuanto a su modo de integración, las opciones como la dolarización no sólo son falsas internamente, sino que no habrá nadie en aquel país que la tome como una alternativa seria y viable de política económica.
En el caso de México, la gestión monetaria no puede funcionar como un instrumento de política capaz de generar crecimiento con estabilidad de precios, requiere de otras acciones que le permitan cumplir con eficacia su función. Además, el debilitamiento hasta prácticamente la extinción del sistema bancario, la improductividad del sector agropecuario, la inviabilidad del sector de las pequeñas y medianas empresas, son otros de los obstáculos existentes y sobre los que la política económica ha actuado con gran ineficacia. En tanto estas condiciones prevalezcan, el banco central seguirá siendo el villano de la película, lo que institucionalmente constituye un grave error.
La posible integración monetaria con Estados Unidos no es una condición, sino un resultado de un proceso previo de cambio estructural e institucional que permita sacar las mayores ventajas, primero de la apertura comercial y luego de una estabilidad monetaria donde se mantengan los márgenes de maniobra para la intervención pública en la asignación de los recursos. En las condiciones actuales y previsibles seguirá operando el sistema de poder internacional y se mantendrán las fronteras nacionales, los Estados no desaparecerán y sólo falta que los promotores de la idea de la dolarización crean, ingenuamente, que firmando todos los cheques en dólares sumarán unas marcas a la bandera de las estrellas y las barras. ¿Honestamente, qué harían quienes quieren la dolarización si fueran Alan Greenspan?