ƑSe alcanzó ya el límite de la productividad agrícola?
Gustavo Viniegra González
Desde principios del siglo XIX, Robert Malthus enunció su predicción de que la producción de alimentos sería sobrepasada por el crecimiento de la población, y hasta la fecha los agrónomos han desafiado esa idea confiados en aumentar cada vez más la productividad agrícola mediante programas de mejoramiento genético de las principales plantas cultivadas como maíz, trigo y arroz. Pero en diciembre de 1998, en la Universidad de California (Irvine) se discutió la posibilidad de haber alcanzado el límite de dicha productividad (véase www.lsc.psu.edu/NAS/ The%20Program.html). Aquí se reseñan algunos de los argumentos más importantes que pueden ser de interés general.
Los pesimistas alegan que desde fines de los 70 la disponibilidad mundial de los granos alimenticios se ha estancado alrededor de 350 kilogramos per cápita, y arrojan dudas sobre la posibilidad de alimentar en el 2020 a una población mundial cercana a 7 mil millones de personas (ahora somos 5 mil millones). Los optimistas, entre quienes destacan especialistas del CIMMYT cercano a Texcoco, México, como Mathew Reynolds, argumentan: "La gente ha estado prediciendo techos de producción por milenios y nunca han estado en lo cierto". Sin embargo, Robert S. Loomis, de la Universidad de California (Davis), ha comentado: "Los rendimientos máximos de arroz han sido los mismos por 30 años".
Aparentemente, la controversia principal está ligada a la posibilidad de crear una segunda Revolución Verde, emulando a la que surgió en el CIMMYT de México y el IRRI (dedicado al arroz) en Filipinas. Ese nuevo avance dependería de mejoras genéticas que aumentasen dramáticamente la eficiencia de la fotosíntesis y el manejo fisiológico del agua por las plantas. Por ejemplo, modificando por ingeniería genética la capacidad de asimilar bióxido de carbono por la manipulación de una enzima llamada carboxilasa-oxigenasa del bifosfato 1-5. Según los bioquímicos de la fotosíntesis, ése es uno de los talones de Aquiles que limitan la eficiencia de producción de material vegetal para aprovechar la acción de los rayos del sol en forma de una reacción oscura (sin luz) que fije el bióxido de carbono gracias a la energía acumulada por la fotofosforilación o proceso de almacenamiento de fosfatos energéticos impulsados por la acción de la luz sobre las clorofilas y los cloroplastos.
Esa discusión técnica y muy especializada anuncia que las grandes empresas productoras de granos, radicadas principalmente en Estados Unidos y Canadá, dedicarán cada vez más dinero a explorar esas posibilidades, siendo de alto riesgo por lo incierto del resultado, pero que podrían reforzar su posición estratégica en el mercado de los alimentos.
Una vez más se observa, de distinta forma y con distintos ejemplos, que el XXI será el siglo de la biotecnología. Es una manera de decir al mundo que ya no será posible hacer frente a las demandas crecientes de alimentos con medidas improvisadas y de poco alcance. Ahora, son pocos los países que dominan las exportaciones mundiales de granos (Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina y Australia). Controlan el mercado porque tienen grandes excedentes exportables y sus gobiernos subsidian fuertemente la producción agrícola, a pesar de la retórica de la libre competencia como principal beneficiadora de la economía. Lo hacen a sabiendas de que distorsionan las cadenas de producción y transformación de los alimentos y precisamente para que, una vez distorsionadas, les den una ventaja considerable en el mercado mundial de los granos y sus derivados. Por ejemplo, para exportar jarabes fructosados derivados del maíz, mucho más baratos, por el subsidio de Estados Unidos, que el azúcar de caña producido en América Latina.
En esa competencia mundial por los mercados, los ignorantes e ineficientes resultan doblemente dañados. Por un lado, no pueden competir en el mercado de exportaciones agrícolas, y por otro, acaban importando alimentos que les son necesarios para sobrevivir y se vuelven débiles en la negociación internacional.
En medio de esos cambios es indispensable reforzar y actualizar nuestro sistema de investigación agronómica, relacionar a la biotecnología avanzada con las necesidades crecientes de producir granos resistentes a plagas y sequías. Debemos romper las barreras que en México impiden transferir los conocimientos avanzados de biología molecular para producir una agricultura ecológicamente más estable y productiva, con menos gastos de fertilizantes, agua y pesticidas. Ya no es tiempo de pensar en los gremios e institutos por separado. Debemos vernos como un solo país en apuros para alimentar mejor a su población y con grave riesgo de caer en condiciones más miserables por falta de conocimientos y organización.
Por eso es triste enterarse que mientras Estados Unidos acelera sus planes de investigación agronómica fundamental, en México hay cada vez menos oportunidades e interés para promover la profesión y se dan muy pocos ejemplos de colaboración efectiva entre biotecnólogos y agrónomos empeñados en mejorar la cantidad y calidad de los alimentos disponibles.
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