José Cueli
El temple único de Manolo Sánchez

Manolo Sánchez el torero vallisoletano que se presentó en la Plaza México, traía el espíritu vibrante y la mirada con un registro agudo y se enredó con el novillín de Carranco, corrido en sexto lugar; y lo ha templado espléndidamente, con formas que hablan del pasado torero mexicano, mezcla de magia y venerable grandeza artística y se alzó triunfador.

Al acento lánguido, acariciador, aprendido en su cuna de Valladolid, aunado a este acento mexicano, que tenía un ritmo de canción y reunía para mayor sensación de templanza; señoril desmayo. Esto fue el toreo de Manolo Sánchez. La concepción y el logro majestuoso. La composición enérgica de la estructura de sus faenas, la seguridad en el quehacer arquitectural y al mismo tiempo el minucioso detallismo, la sutileza refinada de un orfebre, la reposada complacencia al torear a pesar de no tener duendes en la tela y que sus novillones carecían de emotividad.

No es el ``toreo bonito'' de Enrique Ponce que gusta en la actualidad, pero en cambio, el toreo de Manolo está cimentado en los tres tiempos fundamentales; embarcar, templar (sobre todo templar) y mandar, que le da solidez perdurable, más allá de las tendencias y modos transitorios, más allá de la inestabilidad de cuanto sólo es sugestión emotiva o dominio técnico.

Dueño de una implacabilidad intransigente que sabe virtuar las cualidades congénitas de su seco temperamento, dejó sobre el ruedo de la México las facetas de una voluntad torera, que una muñeca poderosa encausó a su propio temperamento y a las condiciones de los toros (chicos, débiles, sin emoción, bobalicones, con cierta clase) al poner freno a los ímpetus que parecen desbordarlo para torear relajado, natural, hasta conseguir el dominio absoluto de los bureles y resolver los problemas que le presentaron.

Siendo sus pases secos, sobrios, estaban construidos minuciosamente, dentro de una calidad y estructura varonil, pero suave y fina; gracias a la saturación del paisaje mexicano que lo envolvía, acariciaba y le permitió deletrear los pases naturales muy en redondo, desde una perspectiva en que resolvía las situaciones difíciles al envolver las faenas en un todo.

Sin necesidad de rebuscamientos, poses y toreo efectista nos dio la vibración que la saturación de su toreo promovía. El aire se veía, se palpaba y sin embargo, no deformaba la belleza de sus redondos de gran detalle sin quitar frescura al conjunto al sujetar sobre todo al sexto toro, a la muleta y quedar libre en vibración excenta de sombras por la limpieza y pureza de su ejecución que se multiplicaba hasta matices infinitecimales e imperceptibles a ojos no entrenados.

Ciertamente Manolo Sánchez no es Ponce, ni José Tomás, ni El Juli, ni torea bonito, pero su sensibilidad y espíritu quedaron plasmados en un temple que no se había visto en la temporada en el ruedo de la México. Para la historia.