Cuando hace 70 años se funda el Partido Nacional Revolucionario (PNR), sin duda México era otro, no sólo por sus características eminentemente rurales y su población de apenas poco más de 10 millones de habitantes, sino porque el mundo también era otro.
El PNR dio paso, cuando las condiciones del país se habían transformado diametralmente y las del mundo aún más, a otras organizaciones que, surgidas de él, se preparaban para hacer frente a las cambiantes realidades y a las nuevas exigencias que ella portaba. No sólo fue un cambio de nombres, sino de su concepción de la política y lo que se debía hacer junto con la sociedad, sin que ello significara el abandono de sus razones fundacionales.
Hoy, nuevamente, las realidades son otras. El solo hecho de que seamos casi 100 millones de habitantes, de que el 80 por ciento de la población viva en espacios urbanos, de que los medios de comunicación lleguen a prácticamente todos, que el promedio educativo supere los siete años, serían razones suficientes para entender que la estrategia política debe nuevamente modificarse.
Si a esos cambios profundos e irreversibles, agregamos el no menos impactante que vive el mundo, y que se describe con el simple y complejo concepto de globalización, el escenario se complica aún más.
No se trata de entrar al falso debate de si el pasado fue mejor que el presente, ni de si nuestras instituciones de ayer eran mejores que las de hoy; se trata de decidir si queremos estar a tiempo con las nuevas realidades o si creemos que con un simple conjuro las cosas volverán a ser lo que eran.
Entre los profundos cambios que la sociedad expresa, es que cada vez participa más en política y que lo hace sin necesariamente militar en un partido político. La sociedad política crece y las membresías partidarias, en el mejor de los casos, se mantienen constantes. La forma y fondo de la política se están moviendo.
Hoy, las organizaciones que más influencia tienen en la política mundial, son las vinculadas a los derechos humanos, a la defensa de la ecología, a las causas de las minorías étnicas, a la gestión de soluciones concretas, de reflexión acerca del incierto porvenir.
Las viejas formas están cediendo su espacio a nuevas formas, mucho más flexibles, menos formales, más abiertas a todo tipo de fenómenos, de causas, de integrantes. Con el voto se premia y se castiga; se define y se condiciona; es mucho más que el medio para llegar al poder; es la vía para construir los equilibrios y desplegar los consensos.
La vitalidad de una institución no se daña por el calendario que registra su paso, sino que se demuestra en la capacidad para fijarse nuevos objetivos y cumplir con ellos: de cambiar para permanecer. De cara al nuevo milenio, el PRI tiene el reto y la oportunidad de demostrar que el tiempo que ha vivido, puede convertirlo en la sabiduría que le permita escudriñar el porvenir y actuar en consecuencia.