n Deterioro progresivo
A un paso del colapso físico total, Yeltsin se aferra al poder
Juan Pablo Duch, corresponsal, Moscú, 28 de febrero n A sus 68 años, cumplidos en fecha reciente, el presidente Boris Yeltsin ųla cara hinchada, excedido de peso, lento el caminarų aparenta por lo menos diez años más y no puede ocultar su desmoronamiento físico y, como algunos médicos aseguran, síntomas claros de una progresiva pérdida de memoria y serios problemas de coordinación.
Considerado casi como secreto de Estado, el peor secreto guardado de Rusia y tema obligado de las conversaciones de todos sus ciudadanos, la salud del presidente empeora a consecuencia de la enfermedad de Parkinson, y la primera fase del mal de Alzheimer, en un paciente que ha sufrido cuatro infartos y no ha podido superar las secuelas de una intervención quirúrgica para implantarle cinco puentes coronarios.
Desde mediados de 1995, Yeltsin no ha estado en condiciones de desempeñar a plenitud sus funciones. Se ha llegado al extremo del absurdo de volver noticia que el jefe de Estado ruso haya acudido por unas horas a su oficina en el Kremlin, en tanto sus permanentes cancelaciones de compromisos y viajes, largas vacaciones y no menos prolongados periodos de restablecimiento se toman como algo normal.
El servicio de prensa del Kremlin, al primer signo de mejoría (seis apariciones públicas en una semana, por ejemplo), no desaprovecha oportunidad para proclamar que el presidente goza de cabal salud, como señaló hace apenas unos días Dmitri Yakushkin. El portavoz de Yeltsin se apresuró a afirmar que podía darse por concluida la etapa de convalecencia por la úlcera gástrica sangrante que derivó en la hospitalización del presidente, el pasado 17 de enero.
En opinión de varios especialistas consultados, la fallida experiencia de fines de diciembre de 1998, a un mes del anunciado viaje a Francia, se repite: el intensivo tratamiento médico que recibe el presidente, mediante fármacos especiales y compuestos hormonales, crea apariencias de vitalidad pero causa efectos colaterales contraproducentes que tienen a Yeltsin, de nueva cuenta, en el hospital.
Con un carácter impredecible y una desmesurada vocación de poder, Yeltsin padece además la interesada complicidad de la familia y de su primer círculo: nadie considera oportuno recomendarle que asuma un papel de bajo perfil para poder concluir su segundo periodo presidencial. Se resiste a ceder, mediante enmiendas a la Constitución, parte de sus facultades y emprende innecesarias demostraciones de estar bien, como su viaje a Jordania para asistir, durante tan sólo dos horas y media, a los funerales del rey Hussein.
Un largo historial clínico
Yeltsin arrastra graves problemas de salud desde hace más de once años. En octubre de 1987, pocos días después del pleno del Comité Central del PCUS que decidiría su destitución como primer secretario del partido en Moscú, sufrió su primer infarto. Al término de una visita de Estado a China, en diciembre de 1993, le dio un segundo infarto. En septiembre de 1994, una crisis cardiaca le impidió bajar del avión para reunirse con el primer ministro de Irlanda en el aeropuerto de Shannon.
El 10 de julio de 1995, según describe en sus memorias su antiguo jefe de seguridad y actual diputado, Aleksandr Korzhakov, Yeltsin fue encontrado inconsciente en el baño del sanatorio de Barvija después de ingerir un litro de Cointreau, y de inmediato fue hospitalizado con diagnóstico de infarto. En octubre de 1995, desoyendo las recomendaciones de sus médicos, no moderó sus hábitos de consumo del vodka de producción limitada Baikálskaya durante sus vacaciones en Sochi y los dolores en el corazón se hicieron insoportables. El 26 de octubre ingresó en el hospital con otra crisis cardiaca.
En mayo de 1996, tras un conato de infarto y en plena campaña electoral, el consejo de médicos de Yeltsin advierte que el presidente necesita ser sometido a una operación de corazón. El 26 de junio de ese año, a una semana de la segunda vuelta de los comicios presidenciales, sufre un ya cuarto infarto, que se mantiene en secreto. Electo para una segundo periodo presidencial, acepta la insistente recomendación de sus médicos y, el 5 de noviembre de 1996, es sometido a intervención quirúrquica para implantarle cinco puentes coronarios.
Antes de que se le practicaran los by-pass, Yeltsin había ya estado en el quirófano en tres ocasiones. En 1990 y 1993, se le realizaron sendas operaciones de columna vertebral y, en 1994, una para arreglarle el tabique nasal. Adicionalmente, en 1993, Yeltsin sufrió un conato de embolia que le provocó una parálisis temporal en la parte izquierda del cuerpo.
Dos meses después de la compleja operación de corazón abierto, el 8 de enero de 1997, Yeltsin es hospitalizado de nuevo con pulmonía doble, producto del debilitamiento de su sistema inmunológico. Durante todo 1997 empiezan a dejar huella en el comportamiento de Yeltsin crecientes padecimientos de fatiga, depresión y lapsus mentales que alcanzan su apogeo en diciembre, tras una visita a Suecia saturada de declaraciones francamente incongruentes, que de acuerdo con reconocidos médicos revelan los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer.
En enero de 1998, el presidente fue hospitalizado con diagnóstico de infección viral y, tres meses más tarde, volvió a ser ingresado con una afección respiratoria. Tras el colapso financiero de agosto, Yeltsin sufrió una crisis cardiaca y, a partir de septiembre del año pasado, comenzó a mostrar los primeros síntomas de la enfermedad de Parkinson, y regresó al hospital con bronquitis (octubre) y neumonía (noviembre).
Este año fue ingresado, el 17 de enero, con una aguda úlcera sangrante de estómago y, desde hace unos días, se encuentra en el Hospital Clínico Central, dado que Yeltsin empezó a sentirse mal y una gastroscopia detectó una nueva hemorragia estomacal que, según su médico, Serguei Mironov, "no pone en peligro en absoluto la vida del presidente".
Sin embargo, no hay que ser médico para imaginarse lo que podría representar para Yeltsin las seis horas de anestesia general, en caso de que el tratamiento tradicional resulte insuficiente y se requiera una nueva intervención quirúrgica. Además, la estrategia de imagen del Kremlin no es muy efectiva pues salta a la vista que, si Yeltsin padeciera sólo una simple úlcera, él mismo podría comunicarlo a través de los medios de comunicación, sin tener que ser hospitalizado de urgencia.
Las vacaciones de Primakov
La nueva hospitalización de Yeltsin coincidió con la extraña decisión del primer ministro, Evgueni Primakov, de pasar doce días de vacaciones en Sochi, en la costa del Mar Negro, cuando no cumple ni seis meses como jefe de gobierno.
La noticia causó sopresa en Moscú, salvo para periódicos como Nezavísimiya Gazeta, financiado por el magnate Borís Berezovski, que sostiene que las vacaciones del premier estaban previstas desde hace tiempo porque son parte de "un pacto de no agresión" entre el presidente y el primer ministro. No está mal la idea de publicitar un pacto de esa naturaleza, como pretendida garantía de impunidad para Berezovski en un diario que sale gracias a su dinero, acentuando que Yeltsin se comprometió públicamente a no cesar a Primakov hasta que haya nuevo presidente.
Sin embargo, pocos analistas atribuyen importancia a ese aspecto del llamado pacto. El empeoramiento de la salud de Yeltsin confirma que el acuerdo, si es que alguien cree todavía en sus compromisos verbales, en todo caso tiene un sólo beneficiario: el presidente.
Porque el futuro político del primer ministro, al margen de lo que declare Yeltsin, depende exclusivamente de los resultados de su gestión y de su capacidad para impedir un nuevo hundimiento de la economía.
Ahora, por si fuera poco el reto, Primakov --para mantenerse al frente del gobierno y como puntero en la carrera sucesoria-- tendrá que echar mano de todo su pragmatismo y habilidad conciliadora para lograr que la oposición deje de insistir en que Yeltsin presente su renuncia y, más aún, para evitar que la Duma mantenga su intención de continuar el proceso de destitución constitucional del presidente.
Las vacaciones de Primakov, anunciadas de un día para otro, abren un parántesis hasta el próximo 10 de marzo en la política interna de Rusia, a diferencia de las acostumbradas ausencias por motivos de salud de Yeltsin.
Curiosamente, un día antes de que se hiciera pública la intención de Primakov de descansar, el mismo Nezavísimaya Gazeta publicó un extenso reportaje en el que aseguraba tener en su poder documentos probatorios de que importantes miembros del gobierno --varios viceprimer ministros y titulares de cartera-- estaban involucrados en casos de corrupción. Sin revelar nombres, no es difícil deducir que se pretende inculpar a los representantes de la oposición que Primakov invitó a colaborar en su gabinete para ganarse el apoyo de la Duma y que, de ser cierto, podría provocar una grave crisis de gobierno.
En ese contexto, la decisión de Primakov de salir de Moscú por espacio de doce días parece responder al deseo de hacer una pausa para reflexionar, con su equipo de asesores más cercanos, acerca de cómo afrontar la situación y dar pasos seguros para no perder la actual lucha por el poder. La enésima recaída de la salud de Yeltsin les facilitó la tarea.