n José Blanco n
Entre la legalidad y el neoliberpopulismo
Mi amigo Octavio Rodríguez Araujo tiene razón al demandar un buen uso del español, pero no sobra tener en cuenta las anfibologías que esta lengua puede producir en los debates. En la expresión ''organismo descentralizado del Estado'', él generalmente lee en la contracción ''del'' pertenencia; en la ley, en cambio, indica lugar desde el cual se descentraliza. Ambas nociones están en su última colaboración.
De otra parte, en sentido amplio la UNAM es, en efecto, parte del Estado. Lo es, bajo el régimen legal particular descentralizado, de forma tal que, al tener personalidad jurídica propia, no guarda jerarquía legal administrativa ni con la Federación, ni con los estados, ni con los municipios, obligados por el artículo tercero constitucional a impartir educación en forma gratuita.
Por lo demás, el aspecto legal de las cuotas universitarias está resuelto. La tesis 3a.-XXXI/94 de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) dice: ''Si se reclama la ley orgánica de una universidad autónoma, en cuanto en algunos de sus preceptos se establecen cuotas de inscripción y colegiaturas para que una persona pueda ingresar a ella y seguir los cursos correspondientes, sería indispensable que en el propio texto fundamental se garantizara el derecho de todo gobernado a realizar en forma gratuita estudios universitarios, lo que no ocurre en nuestro sistema jurídico, pues en ninguno de los preceptos constitucionales se establece esa prerrogativa''.
La SCJN analiza después el contenido del artículo tercero constitucional. Examina la fracción cuarta sobre la gratuidad de la educación impartida por el Estado, así como la fracción séptima sobre las universidades y demás instituciones autónomas de educación superior, y concluye que las hipótesis de esta fracción ''resultan ajenas'' a la fracción cuarta, la ''que se circunscribe a los establecimientos educativos que de modo directo maneja el Estado''.
Más allá de la legalidad, la UNAM puede verse lesionada gravemente por dos corrientes irreconciliables, ambas, en mi concepto, adversas de modos distintos al presente y al futuro de la sociedad mexicana: el neoliberalismo y el populismo.
Por el primero, sujeto de mil formas a las ideas y a los intereses financieros internacionales predominantes, los sucesivos gobiernos han puesto en acto obstinadas y erróneas políticas económicas que han conducido ya a tres graves crisis financieras (1976, 1982 y 1994), a las que siguieron brutales programas de ajuste. En ese marco estrecho, el gobierno ha elaborado un discurso donde eleva a primerísimo plano la importancia de la educación, mientras en los hechos la pone a vegetar.
Hace tiempo que todos decimos estar de acuerdo en que no hay inversión más productiva que la educación. Más allá de esa tesis económica, sólo la educación permite hacer de la vida de los hombres una vida verdaderamente humana, juicio que a los gobernantes siempre les ha sonado a ''poesía'': algo para soñadores excéntricos, perturbados pero inocuos.
Pese a su discurso, el gobierno, con ''ejemplar disciplina financiera'', atenúa la supuesta prioridad educativa hasta esfumarla, o desenvaina sus empecinadas y miopes tijeras para cercenar por igual a la educación, alargando la oscuridad de la ignorancia a millones. La única prioridad real es el equilibrio presupuestal.
En la otra esquina, el PRD. Blandido por sus dirigentes en otros temas de la agenda nacional, su previsible populismo electoralista ha salido a la palestra en contra del proyecto de recuperación del valor de las cuotas de la UNAM.
Una de las aristas más atroces de los opositores a ese proyecto consiste en despreciar rotundamente la razón y los argumentos. El proyecto prevé: 1. No pague quien no pueda; 2. Séale diferido el pago a quien lo necesite; 3. Quienes puedan, paguen un cuota de alrededor de seis por ciento del costo medio de la formación de un alumno; 4, Sea así atenuada la actual desigualdad a favor de las familias con mayores ingresos; 5. Duplíquense así los recursos asignados a los servicios educativos y, por ende, mejórese la enseñanza.
El populismo electoralista todo lo desoye, dice no, organiza el ruido y propone una ocurrencia maximalista para las calendas griegas.